Los tiempos en política son distintos a cualquiera otros. Eso que dijo el periodista-poeta, Renato Leduc, que habla de la sabia virtud de conocer el tiempo, no lo practican quienes se dedican de lleno a picar piedra -lenguaje metafórico que sirve para establecer la dureza del trabajo político, cuando se hace a escondidas y en plena obscuridad nocturna- con miras a las elecciones que se celebrarán en el año 2006. No ha cumplido tres años el actual Presidente de la República cuando los que aspiran a sucederlo andan reventando recuas con el propósito evidente de que sean tomados en cuenta a la hora de la decisión. Los ansiosos, en un contagio peor que el del rotavirus, andan que no les cabe el alma en el cuerpo, pasándose las noches enteras despiertos, como el caballero de la triste figura, don Quijote de la Mancha, velando sus armas, moviéndose al primer canto del gallo, cuando el astro rey se apresta a asomarse en el horizonte. Las cazuelas no les provocan deseos, se miran paliduchos, con la duda de ¿cómo demontres le vamos a hacer?
Se acabó el fiel de la balanza, no se ve a la distancia que haya quién pueda suplirlo. A los aspirantes antes los presentaban tapados, aunque bien se sabía quiénes estaban tras la capucha. Mirando el pasado, a partir del General Lázaro Cárdenas del Río cuyo mayor mérito político, por encima del Reparto Agrario y de la Expropiación Petrolera, fue, acabar con el caudillismo, rescatando el poder para el hombre que despachaba en Palacio Nacional. No sin sobresaltos, le sucedió en el mando Manuel Ávila Camacho. A éste lo reemplazó Miguel Alemán Valdés que se vio forzado a reconocer como candidato a Adolfo Ruiz Cortines por encima de su pariente Fernando Casas Alemán. Le seguiría Adolfo López Mateos que a su vez entregó la banda tricolor a Gustavo Díaz Ordaz. Hasta ese momento se cernía sobre las sucesiones la sombra del de Michoacán. A partir de ese entonces, fallecido el general Cárdenas, los que ocuparían la silla presidencial tendrían su origen en la voluntad del mandatario saliente.
Es por eso que al mudar de huésped la casa presidencial, admitiendo a un hombre ajeno al sistema imperante, las reglas para designar candidato tendieran a cambiar. ¿Quién posee la fuerza suficiente para imponerse por encima de las ambiciones de los demás? No se descarta que pueda influir preponderantemente uno o más ex presidentes. Después de todo son los que tuvieron en sus manos las riendas de un poder omnímodo. Están acostumbrados a ejercer el poder. Sin embargo no será como en sus buenos tiempos cuando los asuntos se movían con la tersura del “no se hagan bolas”. Desde luego no los ex presidentes Luis Echeverría Álvarez, José López Portillo y Miguel de la Madrid Hurtado, que actualmente quisieran se olvidaran de ellos. La mirada de todos está puesta en dos ex presidentes, el penúltimo y el último de los que parió el partido creado por Plutarco Elías Calles. Son dos tendencias que han sobrevivido, quizá porque no es mucho el tiempo que ha transcurrido desde que dejaron el poder. O bien, porque no hubo quién los substituyera en el recio mando que ejercían dentro de su partido político.
Si con especial atención analizamos cómo se ventilaron las diferencias que surgieron a raíz del nombramiento de candidatos a Diputados Federales, que provocaron crujidos, trepidaciones y uno que otro derrumbe, llegaremos a la conclusión de que el choque de esas dos corrientes políticas puede producir en el porvenir una irremediable escisión. Lo que algunos analistas políticos recomiendan es que ellos estuvieron presentes en todo lo que se dijo y se hizo. De lo anterior no se advierte un liderazgo distinto a los que aun conservan los ex presidentes. Los grupos que se han ido formando, específicamente de algunos gobernadores, no constituyen un bloque sólido, pues todos traen dentro el gusanito de querer probar suerte, además de que los hilos de Gepeto aún están ahí... Es por eso que, si nos los meten en cintura, los que les apadrinaron en el pasado, cada uno jugará para su santo. Abrazos, apapachos, sonrisas no comprometen a nada. No son inocentes, todos saben muy bien que, como los arrieros que deciden caminar juntos, son compañeros de viaje no de torta.