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Con ellos, sin ellos, contra ellos

Francisco Valdes Ugalde

EL PRESIDENTE Bush dio la orden de iniciar la campaña militar contra Iraq en abierta transgresión al sistema jurídico internacional basado en la Carta de las Naciones Unidas, de la cual su país es signatario. Con este golpe a la diplomacia multilateral se pone en entredicho la esperanza de construir un orden internacional más equilibrado, que había renacido después del fin de la bipolaridad y de la disposición de la Presidencia de William Clinton de contribuir en esa tarea.

Los efectos de esta decisión serán muchos y para los intereses de la comunidad internacional, serán más los negativos que los positivos. La primera consecuencia adversa es la descalificación de la acción diplomática concertada y multilateral en el ámbito internacional. Lo que Bush ha presentado como un fracaso del Consejo de Seguridad de la ONU para hacer frente a la "amenaza" de Iraq no es en realidad sino el fracaso de su gobierno para convencer de que Iraq representa una amenaza efectiva a la seguridad mundial y a Estados Unidos; de que, aun si lo anterior fuese válido, corresponde actuar militarmente en este momento, y de que se habían agotado las posibilidades de desarmar pacíficamente a Saddam Hussein y facilitar un cambio político en ese país.

Ha sido evidente la incapacidad del gobierno de Bush para convencer a miembros clave del Consejo de Seguridad como Francia, Alemania, Rusia y China, a cuyos desacuerdos se sumaron México y Chile. También es notoria su incapacidad para persuadir a actores clave en su propio país. Tom Daschle, líder de la minoría demócrata en el senado, expresó recientemente su consternación porque "el presidente fallara tan miserablemente en la diplomacia, y Estados Unidos se viera forzado a la guerra". Otro influyente senador demócrata, Robert Byrd, denunció en el senado que esta "política de la arrogancia" hará del mundo un lugar más inseguro y de Estados Unidos una nación poco confiable .

El tono de estas declaraciones de los líderes demócratas va contra el tenor de la tradición americana de unidad casi unánime en caso de guerra y revela grandes fisuras en el liderazgo estadounidense. A esta manifestación de desacuerdo fundamental puede agregarse lo que ha señalado el prestigiado académico y columnista del New York Times, Paul Krugman, en el sentido de que es sorprendente el número de altos funcionarios de la administración que habiendo apoyado en un principio la postura de Bush contra Saddam Hussein, discrepan del curso final tomado por la administración (The New York Times, edición de Internet, 14/03/03). Varias son las voces que respaldan esta idea y acusan al presidente de haber perdido el contacto con la realidad. En su columna del día 20 de marzo, Krugman señala que, aunque es probable que esa guerra se gane rápidamente, ocasionará una gran desconfianza hacia Estados Unidos. Ambos, desconfianza y falta de legitimidad interna, se cruzarán en un punto: la certeza de que la potencia unipolar no se apega a las reglas, ni siquiera aquellas que dice respaldar.

Al invadir Iraq, Bush ha encumbrado su doctrina de hacer valer sin ambages la supremacía militar de su país en el mundo. Ha actuado sin tener la menor consideración con sus aliados discrepantes, abortando deliberadamente las posibilidades de la diplomacia, debilitando a su secretario de Estado, Colin Powell, y fortaleciendo a los halcones de Washington. Al mismo tiempo, ha echado por la borda reglas del sistema internacional que, por muchas razones, eran un instrumento más propicio para hacer frente al terrorismo y a regímenes dictatoriales como los de Iraq y Corea del Norte.

En el sistema internacional de la segunda posguerra, las potencias aseguraron una legalidad de desigualdades en la que ellas se otorgan los privilegios del veto y la primacía en decisiones estratégicas para sus intereses, mientras que al resto de los países no les queda más que subordinárseles. Esta legalidad operó primero en un equilibrio de fuerzas en el que "occidente" pudo demostrar superioridad moral y política. Pero una vez caído el oponente principal, la Unión Soviética, la moderación solamente podía venir de la autocontención. Durante 14 años (1989-2003), la potencia número uno prefirió mantenerse al cobijo de esa legalidad y hacer posible un grado importante de multilateralismo en la solución de algunos conflictos. Hoy, Estados Unidos decide actuar al margen de los acuerdos y tratados internacionales, prescindiendo de la mínima legitimidad para justificar su acción en el mediano plazo.

Entre los factores que se encuentran en el origen de esta situación hay uno que no puede ser ignorado y requiere atención dentro de Estados Unidos y en el resto del mundo. Se trata del sistema político de ese país que, si bien ha mostrado virtudes domésticas innegables a lo largo de 200 años, en el contexto actual tiene, en el excesivo poder que puede alcanzar su Presidencia, un defecto que amenaza la paz mundial y los derechos civiles.

No debe olvidarse que el presidente Bush no ganó el voto popular, sino que alcanzó el puesto con el voto electoral y, finalmente, fue impuesto por decisión de la Corte Suprema. Se quiere compensar este déficit de legitimidad identificando un enemigo genérico, el terrorismo, en cuyo nombre la voluntad imperial puede actuar sin ataduras, con sus aliados y amigos, sin ellos o contra ellos.

Pero el problema de fondo es que la Presidencia norteamericana puede ser alcanzada por políticos como Bush, gracias a las reminiscencias oligárquicas (voto electoral) que se mantienen en el sistema americano. Estos rasgos se pueden traducir, como hoy es el caso, en un poder sin contrapeso que consigue sustituir con alternativas caóticas equilibrios internacionales precarios, es cierto, pero arduamente alcanzados por la comunidad internacional.

Son ya muchos los observadores y estudiosos dentro y fuera de Estados Unidos que reconocen este fenómeno y proponen alternativas de cambio de su sistema político. Esperemos que entre las consecuencias de la guerra pueda contarse la reforma largamente pospuesta de ese sistema y su Presidencia hipertrofiada, que al carecer de suficientes controles representativos, amenaza como nunca antes la paz mundial y los derechos fundamentales

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