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Confusiones sobre el campo

Gabriel Zaid

Un día de campo no es un día campesino. Una casa de campo no es una casa campesina. Sin embargo, se habla de marchas y presiones campesinas contra el TLC, aunque en las marchas haya universitarios y en las presiones millonarios.

El campo está poblado mayoritariamente por campesinos, pero no todos los que viven en el campo son campesinos. Las actividades agrícolas, silvícolas, pecuarias, ocupan casi todo el campo, pero no son todas campesinas. De hecho, las mejores tierras y el grueso de la producción son del campo moderno. Los agricultores y ganaderos no son campesinos, aunque vivan del campo; son tan modernos como los industriales, los banqueros y los médicos. Los campesino son tradicionales y no se dedican exclusivamente a sembrar. Están ahí para vivir y producen en todos los sectores (extractivos, agrícolas, industriales, comerciales, de servicios), aunque sus industriales son llamados artesanos, sus banqueros, agiotistas y sus médicos, curanderos. No todo lo campesino es agrícola, ni todo lo agrícola es campesino.

En la agricultura tradicional, dicho esquemáticamente, 95 de cada cien personas producen alimentos para sí mismas y las cinco que viven en las ciudades; mientras que, en la agricultura moderna, bastan cinco en el campo para alimentar a cien. Por eso, hasta el siglo XVI prácticamente toda la población mundial vivía en el campo. Todavía hacia 1870, de cada cien personas ocupadas estaban en la agricultura 85 en Japón, 50 en los Estados Unidos y 16 en la Gran Bretaña, que era entonces el país más industrializado y urbanizado.

Las grandes ciudades necesitan, digamos, veinte veces más alimentos que la capacidad de producción del capo tradicional. No hubieran crecido sin el abasto del campo moderno, cuya productividad hace posible la concentración urbana. Casi todo el comercio exterior agropecuario se mueve entre el campo moderno de unos países y las grandes ciudades de otros. En cambio, los campesinos destinan casi toda su producción agrícola al consumo propio y los mercados locales. El excedente (por ejemplo, el maíz que no consumen) es poco y vale poco, menos aún porque transportarlo en pequeñas cantidades a los grandes mercados cuesta mucho: Fletes, mordidas, mermas, asaltos, precios abusivos. Los campesinos viven en la economía de subsistencia, al margen de los grandes mercados. El Tratado de Libre Comercio es ante todo un problema y una oportunidad de la agricultura moderna.

Un viejo error nacido de estas confusiones está en procurar el bienestar campesino aumentando su productividad agrícola. Es un error, porque, si todos los campesinos se convirtieran en agricultores competitivos, la producción subiría a niveles desastrosos. Si en los Estados Unidos, con sólo tres personas ocupadas en la agricultura de cada cien, no saben qué hacer con el exceso de maíz, trigo, leche, hay que imaginarse lo que sucedería en México, con 23 de cada cien: 20 sobrarían. Por lo cual se ha creído que sacar a los campesinos del campo (crear empleos en las ciudades) es la única forma (por ahora imposible) de sacarlos de la economía de subsistencia. Otro error.

Confundir el campo con la agricultura hace perder de vista grandes oportunidades crear un empleo no agrícola cuesta incomparablemente menos en el campo que en las ciudades. Las artesanías y la industria ligera pueden crear empleos en el campo con inversiones ridículas. En cambio, recibir a un campesino en la ciudad, no sólo requiere inversiones fuertes donde trabaje (si consigue empleo), sino inversiones sociales costosísimas en urbanización, vivienda, transporte, redes hidráulicas y sanitarias (aunque no consiga empleo y acabe en otras formas de economía de subsistencia). Sin hablar de los costos psicológicos, familiares, comunitarios y culturales del desarraigo, para quienes aprecian las formas de vida tradicional.

Los campesinos no pueden (ni deben) competir con la agricultura moderna. Las mejoras a su agricultura deben concentrarse en mejorar la dieta local. En cambio, sí pueden competir con la industria ligera moderna, intensiva de mano de obra. La mismísima Revolución Industrial empezó en el campo, aprovechando los tiempos muertos del ciclo agrícola en actividades microindustriales. Una máquina de tejer o de coser cuesta poco y agrega un valor por kilo incomparablemente mayor, más transportable y competitivo que el maíz. La industria artesanal desarrollada por Vasco de Quiroga en Michoacán sigue siendo un ejemplo de cómo aumentar la productividad campesina en sus propias comunidades.

Desgraciadamente, ya sabemos cómo va a terminar esta película. Los agricultores millonarios van a recibir subsidios, agitando las banderas campesinas. Y el extraordinario potencial de la microindustria campesina va a seguir esperando la oportunidad que supuestamente iba a darle el sexenio de los changarros.

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