La ciudadanía hubiera querido que la integración del nuevo Consejo General del Instituto Federal Electoral se realizara con una aprobación amplia de los sectores sociales y gubernamentales. Pero todo indica que fue exactamente al contrario en razón de la forma en que se politizó el asunto en la Cámara de Diputados, en donde prácticamente el PRI y el PAN se repartieron los nueve asientos que hay el Consejo.
A este absurdo manejo no escapan los demás partidos políticos, toda vez que el Verde Ecologista sirvió de comparsa al PRI y si el PRD y el PT no pudieron hacer nada, no fue por falta de ganas, sino porque los otros no apoyaron las propuestas que formularon y en esa virtud no le quedó otra que retirarse de la mesa de negociaciones. Mas no debe perderse de vista que por igual los partidos le metieron las manos al proceso, aunque no todos tuvieron éxito.
Lo lamentable del caso es que después de una época que ha sido calificada como brillante por propios y extraños, en la que estuvo al frente del Consejo José Woldenberg, la mayoría de los observadores coinciden en que se está iniciando otra en la que la institución puede perder la credibilidad que alcanzó en el pasado gracias a un trabajo escrupuloso e imparcial en el que aún con sus peculiaridades el Consejo en su conjunto buscó siempre responder a las expectativas ciudadanas.
La forma desaseada y con una alta carga de elementos políticos es algo que ya no se puede cambiar, por más que algunos la califiquen de ilegal. De ahí que lo único que le queda a la ciudadanía sea ver el futuro y esperar que en los hechos los nuevos consejeros logren la legitimación con la cual no cuentan ahora. Y aunque su prueba de fuego la tendrán hasta la elección del dos mil seis, bastará con analizar su actuación durante este año para saber a qué se puede atener el pueblo de México.