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Contra el dolor crónico

Continúan las investigaciones para acabar con trastornos que provocan serios daños

SUN-AEE

MÉXICO, DF.- En la historia hay momentos en que la ciencia se convierte en magia, pero pocos como el vivido en octubre de 1864, fecha en que Gilbert Abbott, impresor de Boston, se internó en el Hospital General de Massachusetts, se acostó en una cama y luego de aspirar una misteriosa sustancia llamada éter, se convirtió en el primer ser humano en someterse a una operación sin sufrir dolor.

El cirujano John Collins Warren hizo una incisión en la mandíbula del impresor y extirpó un tumor. Abbott durmió toda la intervención.

“Señores”, dijo Collins Warren a quienes lo vieron, “esto no es un truco”. En ese instante nació la anestesia, y la cirugía entró en una nueva era.

Pero las cosas no son tan simples. Tal vez la cirugía no cause tanto dolor como antes, pero el dolor sigue siendo un tormento para muchos. En sus diferentes manifestaciones -migrañas, artritis- causa más estragos que el cáncer y las dolencias cardiacas combinadas.

Los efectos sicológicos pueden ser devastadores: desde la depresión hasta la ansiedad y el insomnio. El costo anual, incluyendo tratamientos y días de trabajo perdidos, es de alrededor de 100 mil millones de dólares en EU.

No es sorprendente que el mundo de la medicina tenga tanto interés en el problema. Los pacientes exigen que el dolor mismo sea considerado como un trastorno, y no sólo como una consecuencia.

Gracias a adelantos en la ciencia del cerebro y la tecnología médica, la investigación está avanzando a pasos agigantados. Con equipos de imagen de alta tecnología y asombrosos adelantos en el conocimiento del genoma humano, los científicos están desenredando el sistema del dolor a nivel molecular. Se están aislando genes asociados con el dolor, y descubriendo las influencias de la emoción y el sexo. Se están produciendo tratamientos más específicos y creando sistemas de administración de analgésicos.

Los científicos esperan que un día, un sencillo examen ayude a diagnosticar el dolor y los medicamentos estén hechos especialmente para cada individuo. “Es un momento crucial”, dice el doctor Michael Salter, director del Centro del Estudio del Dolor de la Universidad de Toronto.

En su forma más básica y aguda, el dolor puede ser positivo. Si una persona bebe un sorbo de café hirviendo, su lengua envía un mensaje al cerebro que le hace detenerse, evitando más daño en las células.

Tal vez sea agradable la idea de nunca más sufrir dolor. Pero considere el destino de las personas con analgesia congénita.

Nacidas sin los sensores innatos de dolor, pasarían la vida sufriendo cortes, quemaduras e, incluso, un ataque latente de apendicitis, sin sentir nada. La mayoría moriría joven como consecuencia de lesiones o infecciones en los tejidos destruidos por daños repetitivos.

Al soportar breves momentos de dolor, el resto de las personas nos libramos del verdadero peligro: no sufrir dolor alguno.

Pero el dolor crónico, que puede perseverar durante meses, años o toda la vida, es muy diferente. Este es el tormento de la artritis reumática, el cáncer y los misteriosos daños nerviosos, que podrían no tener ninguna causa identificable.

El doctor Scott Fishman, director de la división de medicina del dolor en la Universidad de California, describe el dolor como “una sinfonía”, una compleja dinámica que involucra no sólo sensores del dolor, sino emociones, memoria y hormonas.

Todos nacemos con las mismas fibras nerviosas, neurotrasmisores y estructuras cerebrales de base, pero nuestros sistemas de dolor pueden comportarse en formas radicalmente diferentes, según las circunstancias, el sexo y la herencia.

Ya es sabido que las personas tienen diferentes grados de tolerancia al dolor. Tal vez alguien puede mantener la mano sumergida en hielo unos minutos, mientras que otros apenas resisten segundos.

La reacción individual de cada persona al dolor también puede cambiar enormemente, dependiendo de la concentración o estado de ánimo.

En la Universidad de McGuill en Montreal, la doctora Catherine Bushnell ha descubierto que cuando se somete a voluntarios a pruebas con calor, sus cerebros registran el dolor tal como era de esperarse. Pero cuando las mismas personas son distraídas por sonidos digitales, las señales de dolor se amortiguan.

“Es evidente que el estado sicológico puede cambiar la forma como el cerebro procesa el dolor”, dice Bush-nell. “Podemos tener cierto control sobre nuestro dolor en formas de las que no siempre nos percatamos”.

Otra cosa que podría sorprender es que el sexo y las hormonas también parecen tener un papel crítico en la percepción del dolor. En general, las mujeres reportan dolor más persistente y severo que los hombres.

Todo científico sabe que el camino del laboratorio a la clínica es largo y muy difícil. Pero técnicas experimentales están conquistando poco a poco el dolor.

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