El problema con los estadounidenses es que viven convencidos de que son una luz para la humanidad y el estadio más alto de la civilización. Genuinamente creen que lo que es mejor para Estados Unidos es lo mejor para el planeta. La justificación para la guerra no se ha hecho más sólida ahora que llevamos diez días en ella. Por el contrario. Cada vez resulta más evidente que el Pentágono engañó al pueblo norteamericano haciéndole creer que el régimen de Hussein se desvanecería tan pronto cayeran las primeras bombas y los marines pisaran territorio iraquí. O fue un error de cálculo abismal o un embuste cínico para lograr el visto bueno para la intervención militar. Lo más probable que se trate de una mezcla de ambos: Autoengaño y cinismo.
La capacidad norteamericana para autoengañarse es ilimitada. Presumen ser la cuna de la democracia sin reparar en que fueron la última sociedad occidental que prohibió la esclavitud (casi 50 años después que México y varios siglos después que Europa). Se perciben a sí mismos como los únicos defensores de la libertad, pero quieren ejercer represalias comerciales en contra de Francia porque Chirac se atrevió a disentir sobre la conveniencia de ir a la guerra. Se consideran la sociedad más justa pero tiene, por mucho, los índices de encarcelamiento más alto del primer mundo (“no recuerdo a nadie verdaderamente rico que haya sido condenado a muerte” dijo hace unos días el escritor Stephen Carter).
Por eso es tan peligroso Estados Unidos. Porque su poder es inmenso pero su conciencia es refractaria a toda consideración que escape a sus mentiras piadosas. Bush es el mejor ejemplo de ello. Su círculo íntimo asegura que se trata de un hombre religioso, de “moral cristiana intachable”, que auténticamente reza todos los días y constituye un “renacido” en cristo luego de un pasado alcohólico. Se le ha visto conmoverse ante un animal herido, pero es incapaz de parpadear ante el número de civiles que han muerto en Bagdad como resultado de las bombas que él ha ordenado. Seguramente lo considera como un precio aceptable que los iraquíes han de pagar para ser liberados (contra su voluntad).
El problema justamente es que el pueblo iraquí no pidió a Estados Unidos ser liberado y mucho menos mediante bombas precipitadas sobre Bagdad. Seguramente muchos de ellos están inconformes con el régimen de Hussein, pero más lo están con la posibilidad de un protectorado militar y un ejército invasor. Los generales norteamericanos ingenuamente creyeron que a su paso por Iraq encontrarían escenas salidas de la liberación de París. Son incapaces de darse cuenta de que para el mundo árabe, Washington es el responsable de la enorme injusticia que Israel comete en contra del pueblo palestino. Durante décadas Estados Unidos ha participado en el Oriente Medio pero de manera parcial, injusta y calculadora para favorecer los abusos de los regímenes militares israelíes y la perpetuación de jeques árabes en estados petroleros pronorteamericanos. Ni la democracia ni la justicia han participado cuando se trata de apoyar a monarquías feudales en la península arábiga.
Pero el fundamentalismo moral carece de memoria histórica. Ahora que se han vestido de cruzados (y sus intereses coinciden con los de la democracia) realmente están convencidos de que introducen “el bien” en el reino del mal. Se indignan por la incomprensión del mundo que nos les aplaude y por la barbarie de los iraquíes que les dan la espalda.
Hace unos días Bush denunció indignado el trato violatorio de los acuerdos de Ginebra que se ha dado a los prisioneros norteamericanos en Iraq. Desde luego es un crimen abominable. Pero Bush fue incapaz de recordar que cientos de detenidos de Afganistán se encuentran en condiciones inhumanas, sin cargos ni explicación, en las cárceles de Guantánamo en flagrante violación de estos mismos acuerdos mediante el simple expediente de rechazar su condición de miembros de otro ejército. El viernes Bush exigió a los militares iraquíes un comportamiento honorable, compatible con la conducta honorable del ejército aliado. Un día antes una bomba aliada había matado a 55 civiles en un mercado de Bagdad sin merecer un comentario de tan honorable presidente.
Insisto, el poderío norteamericano es un peligro para el mundo por su capacidad de autoengaño. Esta doble moral no es exclusiva de su presidente. Es el único pueblo que está a favor de esta guerra, convencido de que hace lo correcto (no así los españoles o los ingleses, que se oponen, aun en contra de sus gobiernos).
Hace unos días la cadena CNN entrevistó a un reportero de Al Yazeera, la agencia árabe, para reclamarle el mal gusto y la falta de ética periodística que la televisora árabe había mostrado cuando exhibió los cadáveres de varios soldados estadounidenses caídos en esta guerra. El reportero árabe recordó que las escenas eran muy sobrias y cuidadas comparadas con las que la propia CNN había mostrado unos años antes del cadáver de un marín linchado y ensangrentado, arrastrado por la turba en las calles en Somalia. El entrevistador de CNN hizo mutis sorprendido por la referencia. En aquella ocasión había que mostrar el cadáver para indignar a la opinión pública y castigar a Somalia; ahora en cambio no hay que exhibir víctimas para no contradecir a los generales que tranquilizan a su pueblo con la promesa de que las bajas serán mínimas.
Nadie escapa a la doble moral. ¿Quién defenderá al mundo del poderío norteamericano? ¿Quién les defenderá de sus propias cruzadas morales y democratizadoras? (jzepeda52@aol.com)