Hay ocasiones cuando las circunstancias externas amenazan con robarnos tranquilidad en nuestro fuero íntimo; elementos que habitualmente nos han acompañado se tambalean, y por momentos nuestro espíritu amenaza con hacer lo mismo, con riesgos para la salud física y mental propia, así como para la integridad familiar.
Quienes trabajamos bajo un régimen obrero patronal, nos encontramos en estos días en un estado de zozobra. Prestaciones económicas hasta ahora exentas de gravamen, según la genial propuesta de nuestros legisladores, serán gravadas para que el fisco retenga uno de cada tres pesos.
De acuerdo a la propuesta, aguinaldos, utilidades y otras que pudieran derivar del cumplimiento de un trabajo asalariado, pasarán a ser rasadas por Hacienda, consiguiendo un importante ingreso extra mensual.
Lo primero que viene a la mente es si estas genialidades se las sacan de la manga, o si son la medida emergente de un sistema vicariante, con grandes despilfarros en unos rubros, y terribles carencias en otros. Vemos con tristeza la cantidad de dinero que se inyecta a publicidad en todos los medios para vendernos la imagen del modelo social perfecto por el cual supuestamente trabajan nuestros impuestos, o como llamaría Kundera al referirse al socialismo soviético en Europa, el kitsch, una imagen publicitaria alejada de toda realidad posible, pero que los políticos insisten en vendernos como si fuera una edición de lujo de la Biblia, asegurándonos que en ella se encuentra contenida la fórmula única para alcanzar la felicidad con que todos soñamos...
En contraste a estas imágenes que ya no se compran tan fácilmente, seguimos detectando la suntuosidad con que se manejan ceremonias oficiales de toda índole y a cualquier nivel, y más nos duele observar el agudo contraste entre los veinte arreglos florales de mil pesos cada uno, para adornar un evento, contra la cara chorreada de un pequeñito tzotzil de abdomen prominente, plagado de parásitos, que se muere de hambre.
Y lo siguiente que nos preguntamos es si ese dinero recaudado no irá a pagar al bolsillo de unos cuantos, o si acaso se utilizará para financiar algún otro “politi-gate” como los ampliamente conocidos.
En estos tiempos es titánico para un trabajador hacerse de un patrimonio, y la burocracia lejos de simplificar los procedimientos los complica. En días pasados un colega se preparaba para efectuar el trámite para un préstamo inmobiliario.
Hubo de aplazar varias veces su salida hacia la capital del estado, pues está visto que el centralismo nunca ha cambiado. Cuando parecía tener todo en regla, surgía algo nuevo; el día antes de su viaje le sugerí jocosamente que cuando finalmente lo recibieran, se disculpara por anticipado por no llevar consigo su acta de defunción.
En fin, hay ratos en que el panorama pone a temblar planes, proyectos, y hasta la diaria canasta básica. El trabajador que percibe más de dos salarios mínimos se truena los dedos (el de un salario ya se los tronaba desde siempre, claro), y las cosas se ven “color ojo de hormiga”.
No intento conformarme ni sugerir una actitud de total pasividad, pues se trata del sustento económico de nuestras familias. Sin embargo, sí haría una invitación a sacar total provecho de cuestiones que nada tienen que ver con el bolsillo, y que tantas veces pasamos por alto.
Habitualmente caemos en el error de dejar que lo material contamine lo espiritual que hay en nosotros. Pasamos por alto tantas y tantas cosas que en un momento podrán, si no sanar, al menos aligerar los ratos aciagos. Yo me preguntaría en una reflexión muy personal cuántas veces en un día vuelvo la vista al cielo y me siento afortunada de tener un techo limpio bajo el cual puedo respirar sin problema.
O cuantas mañanas caigo en cuenta de mi suerte de amanecer con vida, en una cama limpia y mullida.
Nunca serán suficientes las veces en la semana cuando me regalo un tiempo para abrazar a la familia y expresarle mi amor. Habitualmente estoy demasiado ocupada “en cosas más importantes”, olvidando lo que verdaderamente vale.
Soy feliz por las circunstancias, o me sobrepongo encima de éstas para salir adelante. Me siento a lamentar lo que no tengo, o trabajo al máximo por hacer rendir lo que tengo. Conservo en mi mente la idea de absorber como esponja los ratos agradables, las cosas bellas, las palabras hermosas, las manos amigas o me siento a contar mis desgracias y convencer al mundo de mi mala suerte.
Como diría mi señor padre durante los muchos embates de salud que tuvo que vencer: “Con el escudo o sobre el escudo, nunca vencidos”.