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Contraluz / Cuadros urbanos

Dra. Ma. Del Carmen Maqueo Garza

Ha concluido el mes oficial de amar a la Patria. En éste, como en los matrimonios por voluntad familiar, hay que amarla por decreto, aún cuando veamos con tristeza y rabia como se utiliza la sangre de los próceres como velo que cubre los manejos turbios de muchos funcionarios.

Pero de alguna manera este mes exalta en mí emociones de la infancia. A los nueve años había yo decidido convertirme en estadounidense, lo de aquel país resultaba más atractivo que lo propio. Mi señor padre, bastante preocupado, me llevó a la Ciudad de México para un desfile del 16 desde un balcón del Hotel Majestic, justo frente a Palacio Nacional, al otro extremo del Zócalo capitalino.

Aquella ostentación de colorido y majestuosidad de alguna manera se me introdujo en la sangre, y despierta cada septiembre para mirar mi tierra, y amarla más.

Hace un par de semanas me encontré de frente con una simpática planta de sorgo que decidió crecer en plena zona urbana, a la orilla de la cintilla asfáltica. Sus espigas mechudas coqueteaban con quien pasaba frente, como diciendo ?hago lo que quiero y no me parezco a nadie?, y su verdor no parecía disminuir pese a las bocanadas de humo negro que lanzan los escapes de diversos vehículos automotores.

De igual forma pude observar algo bello en un campo deportivo de alguna colonia que por efecto de las lluvias se inundó. Al caer la tarde llamaron mi atención algunos sonidos que no lograban encajar en el contexto urbano. Buscando su origen di con esta laguna temporal con funciones de estero, en la cual se pavoneaba con gracia un puñado de aves zancudas en tanto algunos parientes pequeños de los patos nadaban en busca de alimento. Sobre la superficie de aquel cúmulo de agua se observaban pequeños movimientos, posiblemente provocados por renacuajos, que deben haber resultado suculento banquete para los buscadores. Nuevamente era la naturaleza sentando sus reales donde le place.

Una tercera imagen de esas que me hacen amar mucho a mi tierra. También por efecto de las aguas muchos prados silvestres dentro del área urbana crecieron desmesuradamente. Muy al amanecer divisé en medio de uno de ellos una carreta tirada de mulas. Sobre ella una anciana como las de los cuentos, con su cabello y su piel muy blancos, y un cuerpo de calabacita tierna dentro de amplias ropas multicolores, que destacaban a lo lejos. El hombre, también mayor, segaba afanosamente aquellos zacates y los liaba en manojos de una cuarta para luego acomodarlos ordenadamente en la carreta.

Aquella imagen me dejó un gusto por la vida que me duró toda la mañana; otro de esos amaneceres, en cambio, vi cruzar por un extenso terreno baldío dos figuras también mayores. Ambos contaban su historia con su andar, la cabeza gacha, la mujer más presurosamente que el hombre, como quien huye del dolor.

Provenientes de una clínica del Seguro se encaminaban posiblemente a su domicilio, llevando ambos sobre sus hombros alguna noticia como pesada losa. Por un momento lloré con ellos su dolor y anduve sus pasos, y más amé a mi país por sus hombres y sus mujeres que aún tienen sentimientos en su corazón.

De tarde en tarde hallo una mujer que no se queda con su dolor dentro. Alguna gran pérdida la ha dejado así, según me dicen los que conocen su historia. Ella deambula por las calles, siempre acicalada, peinada con una coleta alta de un lado de la cabeza, porta un suéter color rosa, una falda marrón, medias de popotillo y chancletas de tela.

Invariablemente va hablando y se auxilia con ademanes, en diálogo contínuo con los personajes de su memoria. No he podido dejar de admirar el amor que la ha llevado a ese estado, y más me asombra la libertad que ella tiene ?y tantos de nosotros no, por prejuicios- para hacer lo que le viene en gana. Curiosamente esta tierra coahuilense.

Amo al suelo que me vio nacer, y me inquieta un fenómeno que viene volviéndose epidémico, el de los hombres jóvenes que se dedican a mendigar para comprar cerveza o droga. Hace un par días me aborda uno de ellos a la salida de la tienda, me pide ?un peso para completar unas tortillitas?. Me ofrezco regresar a la tienda a comprárselas, a lo que me dice molesto ?yo quiero el dinero, pos? a poco me voy a comer las tortillas así nomás, sin ponerles nada adentro?.

México: Patria sin fechas oficiales para amarla; verde, sonora, roja, amorosa, blanca, exuberante en niños de piel morena que saben cantar y reír. Esto es lo que amo, de enero a diciembre, sin necesidad de atender un calendario cívico. Como el sorgo coqueto ?porque me da la gana?.

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