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Contraluz / ¿De quién es la paz?

Dra. Ma. Del Carmen Maqueo Garza

Hoy se conmemora por parte de la ONU el Día Internacional de la Paz. Buena ocasión para una pausa caminera.

Si echamos una mirada a las decenas que nos ha tocado vivir a quienes somos adultos, no podremos negar que la marcha de los acontecimientos ha ido cobrando velocidades vertiginosas, y vivimos en un mundo que no se parece en nada al pausado andar de los años cincuenta, cuando el término de la Segunda Guerra Mundial obligó a un replanteamiento de metas, y las cosas en occidente tomaron un buen ritmo.

Hoy en día vivimos en un mundo regido por la tecnología, dentro del cual el individuo en ratos se siente excluido en medio de sus propias creaciones. La competitividad alcanza niveles nunca imaginados, y la lucha por un puesto académico o laboral, en ratos se antoja cercana a lo salvaje. Cada competidor juega tan sucio como sea requerido para conquistar la posición a la cual se aspira.

Los medios de comunicación han develado una doble cara del ser humano. La parte buena de las telecomunicaciones es la expansión ad infinitum de la esfera de conocimiento. Un individuo tiene acceso a cualquier tipo de información; ciencia y el pensamiento universal se sirven en charola de plata desde la comodidad de la casa.

Esta es la cara bonita del mundo cibernético. Pero a la vez surge ese lado oscuro del anonimato que lleva a lanzar a través de la red elementos nocivos. Se percibe una carga de agresividad similar a la de los “chavos banda” quienes, aerosol en mano, se lanzan a marcar, estigmatizar y dañar muros y paredes, afectando a personas que ni siquiera conocen. Haciéndole un tanto al psicólogo se antoja como una forma perversa de catarsis contra un mundo que estos jóvenes perciben hostil y contrario a sus deseos.

En un ambiente de tensión como el que nos ha tocado vivir, las relaciones interpersonales se vuelven selectivas, recelosas y esquivas. Parece más sencillo confesar con lujo de detalle mis peores pecados a un desconocido en Finlandia, que volver la vista al vecino para darle los buenos días.

Un elemento más que complica las relaciones humanas es el de la palabra vana. Alguien hace algo; el entorno se erige de inmediato como juez y adalid, y comienza el “corre, ve y dile” que a tantos fascina. De este modo un hecho simple va de boca en boca convirtiéndose en una situación cada vez más abigarrada; utilizando el lenguaje de maneras morbosas para convertir a ese alguien que hizo algo, en poco menos que un monstruo de siete cabezas. Y lo que fue algo trivial termina siendo un delito torvo e inenarrable.

Tenemos tanta necesidad de ocultarnos tras el velo de nuestras propias palabras vanas, que hablamos y hablamos sin cesar con respecto de los demás. Lo hacemos como quien se deleita con un bombón de chocolate, sintiendo la forma en que se derrite dentro de la boca, pierde su forma, y finalmente deja de ser.

Este es el contexto doméstico en el cual la ONU nos propone hoy fincar la paz. Un mundo alienante que nos impide mirarnos de frente en el espejo, conocernos y estimarnos por lo que somos -ni más ni menos- para luego comenzar a conocer y a valorar a los demás. Una propuesta para buscar lo cercano y amarlo, en vez de aspirar a lo lejano y vivir fuera de la realidad. La idea de unir esfuerzos para plantar cada cual una pequeña paz en su propia parcela, y hacerla crecer.

El hombre de hoy tiene miedo de tantas cosas; se resguarda bajo muchos velos, y sufre. La paz llega para sacarnos de aquel encierro voluntario y exponer a cada cual frente a los demás, hasta que nos demos cuenta de que unos somos espejos de los otros, y la luz que nos alumbra es una sola. Y esa luz es la verdad.

Buen momento hoy para voltear a ver el universo que nos cobija, y entender que a pesar de nuestra pequeñez en el tiempo y el espacio, nos merecemos cada cual saborear el gozo que da alcanzar logros con el propio trabajo, en buena ley, sin dañar a otros para hacerlo. Saber que el viaje no es el destino, sino el caminar, y que somos afortunados de estar con vida y tener ocasión hoy de rectificar el rumbo.

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