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Contraluz / Derechos humanos, ¿dónde se enseñan?

Dra. Ma. Del Carmen Maqueo Garza

En comparecencia ante el Primer Mandatario, el ombudsman de la nación José Luis Soberanes habló sobre todos los capítulos pendientes en la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Destacó en un primerísimo lugar la violación a los derechos de los migrantes en su tránsito de tierras mexicanas al vecino país del norte. En segundo término se refirió a la pena de muerte enfatizando de nueva cuenta su categórico “no”, esta vez al referirse a los connacionales que se encuentran condenados a la pena capital en los Estados Unidos. Y en un tercer lugar se refirió a la tolerancia, abarcando una variada problemática social sin resolver.

Citó ciertamente el problema indígena, destacando la magnitud que ha alcanzado a la fecha, y cuyo estado de cosas hace suponer que en cualquier momento sea detonador de violencia. No dejó de mencionar a las muertas de Ciudad Juárez -a la fecha 229- situación que simple y llanamente no ha sido resuelta. Asimismo, retomó el tema de las dependencias que más figuran en las denuncias escritas emitidas por la ciudadanía, encabezadas por la PGR e instituciones del Sector Salud. A la vez poniendo marzo como plazo para tener resuelto el caso de los bebés fallecidos en Comitán, Chis.

Una nueva propuesta surge de parte de Soberanes, la cual es apoyada en otro foro por Arturo Solís, del Centro de Estudios Fronterizos: Que los derechos humanos se incluyan como tema de estudio desde el nivel primaria, así como a la fecha están la historia, la geografía o las matemáticas. Partiendo del supuesto que el conocimiento conduzca al buen actuar, y de ello se derive una sociedad respetuosa de la dignidad y la integridad de los demás.

Algo similar que la propuesta que en su tiempo hizo Rogelio Montemayor con respecto a los valores: Imponer como materia de estudio tópicos que idóneamente deben inyectarse en casa desde muy pequeños, o como diríase en la jerga popular, que “deben mamarse” para que verdaderamente se asimilen por parte de los futuros ciudadanos.

El mundo actual expone al menor a un juego de incongruencias muy amplio; hemos de reconocer la habilidad con la que él es capaz de manejar los elementos que se le muestran. Un ejemplo de lo más simple, queremos combatir el SIDA pero bombardeamos las retinas juveniles con escenas, ya no digo yo sugestivas, sino claramente detonadoras de genitalismo. Pero queremos al chico casto y puro.

Dentro de este mismo marco de incongruencias entra la cuestión de los derechos de otros: Hablando de la corrupción, señalamos con índice de fuego los grandes capítulos de la corrupción dentro de la historia de los últimos cincuenta años, pero actuamos alejados del cumplimiento de la ley cuando damos la “gratificación” a la autoridad que pretende sancionarnos.

Ofrecemos grandes peroratas al hijo acerca del respeto que merecen nuestros semejantes, pero en cada crucero nos escucha escupir progenitoras al cristiano imprudente que se atraviesa a nuestro veloz paso.

Hablamos con solemnidad acerca del robo, condenando a quien se ha robado un barco, pero nos hacemos los “occisos” si la cajera nos da equivocadamente cambio de más. Inclusive hacemos ver al chico como algo gracioso ese “regalito” que puede costarle el salario semanal o el trabajo a la chica que nos dio de más.

En las épocas navideñas llevamos juguetes nuevos envueltos en hermosos papeles para los niños de colonias marginales. Pero el resto del año nos pasamos espantando cual si fuera mosca panteonera a cualquier chiquillo que se aproxime a pedirnos para un pan.

Entendemos que los deseos de Soberanes sean auténticos, pero habrá que evaluar científicamente si el propósito de establecer los derechos humanos como materia académica va a reflejarse en nuestra sociedad. Sin un abordaje óptimo es muy factible que se gasten recursos que no tenemos en implementar programas, reproducir talleres, imprimir textos y organizar evaluaciones, para a la vuelta del tiempo llegar a la conclusión de que el costo rebasó por mucho al beneficio.

Valdría enfocar las intenciones hacia los padres de familia, para hacerlos ver las consecuencias lógicas de nuestros mismos actos, en lo que a derechos humanos corresponde. Estamos forjando una sociedad donde el respeto no abunda, a la larga vamos a pagar las consecuencias en donde más nos duele. Planteado de otra manera, estamos educando a los hijos para que no reconozcan el derecho de los menos favorecidos; tarde o temprano llegará el momento en que esta misma clase marginal se subleve.

No hablemos ahora de la calidad humana de nuestras sociedades; asunto aparte. Educar hijos que actúen discriminatoriamente hacia una porción de la población, es como mostrarles el mundo con lentes empañados, sugiriéndoles que no es ninguna fortuna vivir en él.

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