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Contraluz / ¿Dónde están tus manos?

Dra. Ma. Del Carmen Maqueo Garza

De alguna manera, y gracias a la penetración de los medios de difusión en la sociedad, los dos días que recién pasaron se respiró un ambiente Teletón en todas las zonas urbanas donde grandes y chicos tuvieron algo que ver con el movimiento organizado por una de las dos televisoras de cobertura nacional.

Sirva entonces la ocasión para un momento de reflexión con respecto al valor último del ser humano. Los tiempos actuales se han caracterizado por elementos que dominan las relaciones interpersonales, y uno de ellos es la apariencia física. Se vive con premura y un grado variable de ansiedad, de suerte que las relaciones de unos con otros se ven lesionadas. Emitir un juicio a priori, juzgando por la primera impresión, es parte de la conducta habitual de la mayoría de nosotros.

Visualizamos una persona discapacitada, y de alguna manera denotamos nuestra forma de ser diferentes a ella. Ya sea porque nos sintamos superiores, ya porque nazca en nosotros un sentimiento de misericordia, o quizás -en el peor de los casos- haya quienes llegan a mofarse de las imperfecciones de aquella persona. Esto último roza con la psicosis en donde el enfermo actúa desde su distorsionada realidad personal.

Desgraciadamente nos está tocando vivir en un mundo donde llega a imperar la ley del más fuerte, y fácilmente se gana el respeto de otros quien potencialmente puede hacer más mal. Los que le rodean lo tratan entre algodones, procurando ganarse su favor y así evitar que su capacidad de dañar les afecte. En este tenor la persona de nobles sentimientos es vista como estúpida, y no se le toma en cuenta.

Así pues, en este mundo tan dominado por el poder y el tener, la apariencia física cobra una importancia singular. No por nada se han disparado enfermedades psicosomáticas severas entre jóvenes, cuyo común denominador es la falta de aceptación de la propia persona. La chica de cuarenta kilogramos que se siente obesa, y la joven ansiosa que come compulsivamente, para luego dedicarse a eliminar aquello que se comió por cualquier vía y medio posibles.

Obviamente hay una relación entre esta falta de aceptación del propio ser con adicciones hacia el alcohol y las sustancias psicotrópicas, productos químicos a través de los cuales se evade la persona de una realidad que no es satisfactoria, transportándose por un rato a mundos artificiales donde las cosas son al gusto del consumidor.

El Teletón, dentro de los enormes beneficios que proporciona a aquellas personas con una limitación física susceptible de mejorar con rehabilitación, nos permite a quienes no la tenemos tomar conciencia de la vulnerabilidad del ser humano, y ocupar productivamente nuestro tiempo antes de que se nos haya escurrido entre las manos como arenilla, sin darnos cuenta acaso.

Es tiempo de entender que esa persona puede ser el espejo en que nos miremos nosotros o algún ser querido en un tiempo dado: Y ojalá que de esta visualización nazca un espíritu de simpatía y auténtico respeto hacia las personas discapacitadas. Hay mucho que aprender de ellos, quienes tantas veces nos dan lecciones respecto a la alegría de vivir.

Sirva esta llamada de atención para aprender a respetar los espacios, los cajones de estacionamiento y los sitios preferenciales para quienes encuentran dificultoso desplazarse hacia otros lugares. Nadie nos garantiza que nosotros no ocupemos su lugar algún día, y vivamos en carne propia la falta de respeto que ahora asumimos. Sea un foco rojo para las autoridades que planifican escuelas, edificios públicos y vialidades. En fin, constituya un punto de partida para aprender a valorar a cada persona por su ser íntimo, único e irreemplazable, más allá de las fronteras del ser.

¿Dónde están tus manos? ¿ En qué se ocupan?

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