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Contraluz / El amor más grande

Dra. Ma. Del Carmen Maqueo Garza

El amor más grande es el amor imposible; su grandeza radica precisamente en que no puede consumarse y por lo mismo vive más allá de la vida misma de los enamorados.

Hace un par de tardes tuve la oportunidad de acompañar a un fino amigo en una de sus tantas visitas al Asilo de Ancianos. Es aquel un sitio lleno de buenos sentimientos, de alegría por la visita, pero sobre todo, es un espacio cargado de dulces memorias. Me siento al lado de alguna de las señoras quien de inmediato comienza a hablar sobre su hijo que murió años atrás; una historia que he escuchado repetidamente de los mismos labios, sin embargo cada vez tiene algo distinto.

A través de un relato muy detallado me describe doña Tina aquella tarde del sepelio; la misa de cuerpo presente y el cortejo fúnebre. Los personajes acompañantes; el clima o el color van variando con el tiempo, yo diría van hermoseándose, de suerte que contar los hechos con los ojos del corazón parece consolarla, aunque tras de aquel velo se deja entrever el dolor más grande que una madre puede experimentar.

Doña Tina esta tarde se ha aplicado talco perfumado, y se ha maquillado las mejillas y los labios, además porta a manera de diadema una pañoleta de poliéster. Le causa gracia que lo notemos. Al levantarse de la mesa da gracias a Dios por el alimento y la compañía, y pide al cielo que nos colme de bendiciones.

Por su parte, la señora Fina comienza a narrarme trozos deshilvanados de su infancia y de su vida de casada. Igual me habla de sus nietos que de su maestra de primaria, y me hace cómplice al hablar de “estos viejitos del asilo” excluyéndose ella misma.

Un rato después se disculpa porque tiene que retirarse para ir a su casa, sin embargo pronto un gran trozo de pastel la hace cambiar de planes. Su conversación es pausada, sin prisas, y salpicada de anécdotas; está feliz porque supone que yo vengo precisamente del lugar donde ella nació y me hace la encomienda de llevar razón suya a varios personajes que viven en su memoria. Busca su andador al que llama “mi burro”, y una vez asida a la estructura tubular, voltea para dar la bendición a todos los presentes.

Estas visitas con que me obsequia mi buen amigo de vez en cuando en verdad me revitalizan; se convierten en un remanso de paz en un mundo que cada vez se antoja más veloz, hostil y retador. Un mundo en el cual se ha acabado mucha de la capacidad para dialogar, de manera que nuestras conversaciones se convierten en una convergencia de soliloquios, y nada más.

Una tercera señora cautiva mi atención. Al finalizar la merienda se apresta para recoger los platos y vasos desechables de la mesa; los apila y luego se dirige a la cocina haciendo malabares con ellos hasta su arribo en el bote de basura. No me permite ayudar, de alguna manera se siente responsable de ver que la mesa quede recogida. Finalmente, cuando ya dio tres o cuatro vueltas y dejó escombrada la mesa, se dispone a retirarse, no sin antes plantarme un gran beso de despedida.

A lo largo de la velada cada habitante de aquella gran familia sostiene entre sus manos el juguete de peluche que mi amigo les llevó a obsequiar. Alguna de ellas no logra decidirse entre tres, y quisiera quedárselos todos, pero finalmente opta por un gran payaso con cascabeles que la hace reír cada vez que lo agita y se deja escuchar el alegre tintineo de los metales.

Doña Tina me muestra el suyo, es una perrita de peluche a la cual califica de “hermosa”; ha decidido guardarla para su nietecita. Igual la he visto atesorar en el pasado los juguetes de cada ocasión, con la ilusión de algún día poder entregarlos a la chiquilla que lleva en su memoria.

Quizá la magia de este espacio radique precisamente en que luce exuberante de memorias que sanan. Cada uno de ellos ha ido moldeando sus propias reminiscencias a un punto que sea amable vivir con ellas y a través de ellas, y sentirse feliz. Al percibir la forma en que agradecen el rato de visita, o la cena, o un vasito de nieve como si fuera el festín más opíparo, comienzo a comprender de cuántas cosas nos estamos perdiendo los que no sabemos congraciarnos con nuestras memorias para ver el mundo con ojos nuevos.

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