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Contraluz / Espejismos

Dra. Ma. Del Carmen Maqueo Garza

México ha sufrido un nuevo revés en asuntos migratorios con la muerte de indocumentados que viajaban en un contenedor, en la población de Victoria, Texas. Arriados en una caja hermética hallaron su muerte; hecho aún más trágico porque un pequeñito se contó entre las víctimas fatales.

Dada mi profesión, pude dibujar en mi mente la figura menuda de aquel niño de la mano de su padre. Aunque las circunstancias en las que viajarían le habrán resultado extrañas, el ir sujetado a su padre disiparía sus temores al tiempo en que aquella puerta se cerraba dejando atrás la luz del día y la pobreza. Además, sin ellos saberlo, dejaba atrás el aire vivificante que pronto habría de faltarles al punto mortal.

Una vez más, como tantas otras cosas que suceden en nuestro mundo de imágenes, el deslumbramiento de una realidad que no existe pudo más que mil razones. Seguramente cada uno de los adultos que ingresaron en esa caja mortal suponía algún grado de riesgo, pero tal parece que estuvieron dispuestos a correrlo.

En este puerto fronterizo vemos diariamente grupos de dos y hasta seis muchachos jóvenes, mochila nueva a la espalda, deambulando por el centro. Esperan el siguiente paso en la cadena del coyotaje que inicia desde sus lugares de origen, o bien a través de los enganchadores en los alrededores de la terminal de camiones.

Es interesante seguir a uno de estos contingentes desde el momento en que negocian con los enganchadores los términos y condiciones para su cruce hacia los Estados Unidos. Tras haber pagado parcial o totalmente la suma solicitada por los traficantes de indocumentados, reciben instrucciones.

Siempre es al atardecer cuando en algún punto preestablecido un carro de sitio se detiene a recoger al grupo y va a depositarlo en una esquina de la calle más cercana a la ribera del Bravo, donde el contingente avanza precipitadamente hacia la oscuridad para no ser detectado por autoridades mexicanas; igual temen pisar su propio territorio que el del vecino país.

Para estas alturas posiblemente lleven poco efectivo con ellos, pero no están exentos de sufrir un asalto, ya sea por parte de la misma banda de polleros, o por pandillas organizadas que sorprenden a los recién llegados entre los carrizales.

Luego se preparan para el cruce como harían los antiguos conquistadores, dispuestos a todo. Hace un par de semanas consulté a un chiquillo de tres años; presentaba todos los síntomas que puede traer la inmersión en aguas frías del río. Provenía de Oaxaca, acompañando a su padre, quien me relató que sus tierras no tienen ya manera de ser cultivadas. Luego de una travesía de tres días a lo largo del territorio nacional llegaron a la orilla del Bravo; iniciaron el cruce, el padre cargando al niño sobre los hombros.

A la primera corriente, el hombre sintió que las aguas comenzaban a alejar al pequeño; en ese momento logró sujetarlo y decidió dar marcha atrás, regresar a su pueblo, aunque ahora con el niño enfermo. La lección fue dura, pero la aprendió: “En la tierra propia no habrá más que frijoles para comer, pero uno es el dueño; vale como persona”.

Retomo mi percepción respecto a este problema migratorio que cuesta al país un dinero que bien podría invertirse de otra manera. Miles de familias que reúnen los ya escasos dineros para enviar al más joven y fuerte a tierras extranjeras con la consigna de sacarlos de la pobreza.

Muchachos que se lanzan con una imagen en la mente, la de verse con los bolsillos repletos de billetes verdes, conduciendo un vehículo de ostentosa carrocería, y regresando a su pueblo como lo han hecho otros, para envidia de propios y extraños.

Espejismos que duran poco; un par de días son regresados por las autoridades migratorias de los Estados Unidos, la mayoría sin dinero, y ahora buscando la forma desesperada de comer un taco, recobrar fuerzas y volver a intentarlo.

Espejismos que deslumbran en un mundo de imágenes donde es difícil establecer el punto crítico entre lo real y lo virtual. Fenómeno que toca a todos los individuos, al grado de ponerlos al borde del precipicio.

Descansen en paz aquéllos que murieron por cumplir un sueño, quienes hoy reiteran su situación de pobreza marginal. Sirva ello como un modo de elevar la voz de los más pobres hasta alcanzar los oídos de políticos de escritorio, quienes afirman que los noventa pesos del paquetealcance resolverán la situación del campo de una sola vez y para siempre.

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