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Contraluz / La guerra que no queremos

Dra. Ma. Del Carmen Maqueo Garza

En las últimas semanas, los titulares de muy diversos medios noticiosos han venido nombrando los reportajes acerca de la guerra de Irak y Estados Unidos como “la guerra que viene”, dando a entender que es inminente su llegada. En lo particular no puedo sustraerme del panorama mundial, sin embargo miro a mi alrededor y la esperanza no puede menos que fortalecerse: En algún rincón del ejercicio de poder que vienen aplicando ambas potencias, yo tengo la firme convicción de que hallarán una razón que finalmente les haga ver que cualquier conformidad es mejor que una cruenta lucha en donde tantas vidas inocentes van de por medio.

Hace un par de tardes pasé por una de las escuelas primarias de mayor tradición en este Piedras Negras. En una esquina del inmueble, sobre una malla de alambre, el SNTE había colocado una manta alusiva al repudio total a la guerra. Eran alrededor de las seis de la tarde, y la chiquillada bullía tanto en los patios como en la acera exterior del plantel. Precisamente en el sitio donde se había colocado la manta, donde la malla alambrera está protegida por una barda de cemento que deja una saliente a donde sentarse, se encontraba uno de esos ancianos que desde que yo puedo recordar forman parte de los pasajes cotidianos de esta ciudad.

Un viejito con total desenfado pepenaba de su mano derecha uno a uno algún tipo de comestible, posiblemente pepitas de calabaza, y se las llevaba a la boca con un ritmo pausado. Un contraste que en mi mente produjo un montón de sinapsis neuronales para decir “No a la guerra’’. No al combate más tecnificado, sofisticado, o modernista. No a esos afanes de invasión de los unos por los otros llevándose la historia del planeta de por medio.

Las grandes guerras de otros tiempos son cosa de niños comparadas con el alcance que pueden tener las armas biológicas y químicas potenciales de las potencias en conflicto. Difícilmente quienes no tenemos un contacto directo con las compañías de inteligencia de uno y otro hemisferio alcanzaríamos a comprender los alcances que puede tener desde ahora y hasta siempre, en un escenario que en ratos se antoja apocalíptico.

Un no rotundo a la guerra; tanto a la que se gesta entre los poderosos en la mesa de discusiones, como las guerras domésticas, las que se lidian diariamente, las que se avivan con el vituperio, con la doble cara, con la hipocresía.

No a la pérdida de autenticidad del ser humano como un modo de supervivencia en un mundo que se torna terriblemente hostil. No a las lides intrafamilares donde las diferencias entre cónyuges, hermanos, padres o hijos, se enfrentan con poca intención de llegar a un acuerdo.

Si damos un vistazo al panorama general de nuestro mundo, la violencia se viene adueñando de todos los escenarios. Es por demás común ver la manera como la pareja se arremete subrepticiamente con la palabra, con un gesto violento o con la desconfianza. Es doloroso el hecho de que los amigos del alma estén convirtiéndose en piezas de museo, porque vivimos con las uñas fuera, tratando de defendernos de demonios imaginarios.

Hay violencia de mí, conmigo, cuando no actúo de manera que me beneficie, sino simplemente me dejo llevar. Buenos ejemplos de ello son el alcoholismo y la drogadicción, que poco a poco van consumiendo la voluntad y la capacidad de cambio en un individuo.

No queremos guerra, ni la mejor de ellas. Verdaderamente somos afortunados en contar con un amanecer que nunca se nos ha negado, con atardeceres que nos invitan a seguir creyendo. Contamos con una naturaleza viva y palpitante. Contamos con capacidades dentro de nosotros que quizás los años vayan modificando, pero no se pierden.

Es difícil imaginar los alcances de aquello que no nos ha tocado vivir de primera mano. Sirva para ello la reflexión personal; transportarnos mentalmente a un escenario de desolación, enfermedad y muerte. Y entender que la destrucción de campos, selvas, poblaciones e infancias, ha sido en nombre del poderío de oriente contra occidente.

Va siendo hora de ser congruentes con nuestra propia realidad potencial y actual, para darnos todos a la tarea de rescatar el porvenir de nuestros hijos. Comencemos aquí, cada cual, orando esta noche en compañía de los hijos o los nietos, para volver a aprender el modo de hablar para que Dios escuche, como siempre escucha a un niño.

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