Vincent Van Gogh, pintor neerlandés que revolucionó el arte de la expresión gráfica. Dueño de una vida trágica y sombría, fue sin embargo el creador de obras plenas de luz que a la vuelta de un siglo y medio siguen siendo consideradas patrimonio de la humanidad. Él, quien vivió prácticamente de la caridad de su hermano para adquirir sus materiales pictóricos, tiene obras que alcanzan cotizaciones multimillonarias en la actualidad.
Puedo imaginar aquel ser largo y gris en medio de la campiña pletórica de verdes, amarillos y lilas, tratando de atrapar la naturaleza en el blanco lienzo. Quiero transportarme mentalmente a su lado, en el momento en que comienza a dar una pincelada tras otra en trazos cortos y seriados, dando nacimiento al impresionismo que le llevara a la posteridad. Evoco esa imagen ahora cuando deseo hablar de las pequeñas cosas.
Probablemente si de aquí nos transportásemos a otra dimensión y alguien de aquel sitio nos preguntara qué hicimos mientras estuvimos en el planeta, comenzaríamos por enumerar las tres o cuatro cosas más trascendentales. Alguno diría: ?Yo escalé el Kilimanjaro?. Otro se atribuiría la creación de un gran reactor nuclear y probablemente un tercero pudiera decir que escribió una hermosa sinfonía que ha trascendido las barreras del tiempo y del espacio.
¿Qué pasaría entonces con el resto de nosotros, simples mortales? ¿Diríamos que no hicimos nada porque no conquistamos una cima, o creamos un gran proyecto, o compusimos alguna pieza inmortal?
Al considerar esto fue que me vino a la mente la imagen de Vincent Van Gogh repartiendo pinceladas por todo el lienzo de manera aparentemente desordenada, para al final de la obra toparnos de frente con un fragmento lleno de vida y de color, en el cual el pintor se inmortalizó.
Así es la existencia, ni más ni menos. El valor de nuestra vida difícilmente se finca en las grandes obras que cambian al mundo -privilegio de unos cuantos-. Aquilatar nuestra existencia al final de la misma es precisamente darnos cuenta de qué hicimos con aquellos pequeños momentos de cada día, que a la larga producen la obra entera.
Fácilmente podríamos tomarnos una película mental para analizar nuestros gestos y actitudes a lo largo del día. La forma como nos dirigimos a otros, el trato que les damos, las impresiones que tomamos de cada uno de ellos. Esa fina chaquira que va enlazándose una a otra para producir efectos espectaculares.
En los tiempos actuales cuando la cortesía masculina a veces se interpreta como amaneramiento y se evita, convirtiéndose muchos ?señores? en el prototipo del macho cabrío violento y arrebatado. Tiempos cuando la palabra ociosa nos ocupa la lengua y el pensamiento, y no somos capaces de emitir alguna observación afortunada respecto a quien tenemos enfrente. Como si reconocer alguna cualidad en otros demeritara nuestra propia valía.
Son tiempos donde predominan los sentidos; las apariencias, el hedonismo, la comodidad. Y vamos dejando de lado aquellos aspectos que finalmente nos distinguen de otros seres vivos en la naturaleza porque nos llevan a trascender.
Imagino a Van Gogh con un proyecto en su mente, y el diestro pincel tratando de alcanzar la imagen de sus sueños a través de su arte. Lo evoco con la imagninación, traduciendo uno a uno los trazos de su mente en el lienzo hasta convertirlo en un fragmento de historia que trasciende toda dimensión humana.
Quizás desde esta perspectiva, cuando alguien nos pregunte qué hemos hecho con nuestra vida, podamos ir narrando fragmento por fragmento de qué llenamos cada una de aquellas pequeñas copas que son los minutos y las horas, y nos demos cuenta que a la larga somos poseedores de una riqueza inacabable de colores, como los lienzos del holandés.
Pequeños actos de cortesía; demostrar que respetamos la vida a través del respeto a nuestros semejantes. Poner en alto nuestra calidad humana en lo que hacemos con los más pequeños, con quienes menos tienen, en momentos cuando nadie más nos mira. Alejarnos de la imagen del fariseo que se anuncia con ruido, y asumir la conducta del samaritano sencillo que socorre al que lo necesita por la necesidad misma, independientemente de su color, su origen o su destino.
Cada cual va llenando sus días de pequeñas acciones que da y recibe; que atesora o desecha. Ojalá que cuando estemos en una dimensión desconocida y alguno nos pregunte qué hemos hecho en este mundo, podamos desplegar grandes lienzos multicolores que hablen por ellos mismos sobre nuestra alegría de vivir.