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Contraluz / Moñito blanco a la televisión

20 de marzo del 2003: Una fecha que indudablemente figurará en la historia mundial. Cada cual visualiza el inicio de la guerra entre Oriente y Occidente con sus propios elementos de percepción: Algunos invocan el Apocalipsis y hablan de que la segunda venida de Jesús está cerca; otros se dejan llevar por oleadas interminables de angustia, y los más –me atrevo a suponer- contemplamos desde fuera del escenario, sopesando los riesgos potenciales sin entrar en pánico.

Una muestra de sensatez viene de una amiga muy cercana quien habría de viajar estos días a la ciudad de Washington a un congreso académico. Cuando un grupo de sus allegados trataron de hacerla desistir, los acalló con una frase muy sensata, y muy de ella: “Entonces, si no voy ¿suspenderán la guerra?”.

De algún modo es la mentalidad que debiera privar entre quienes observamos los acontecimientos. Actuar movidos por la ansiedad; hacerlo sin conocer los hechos a fondo, es absurdo. Sé de algunos que partieron de este punto fronterizo al centro del país; en tanto otros se movilizaron hacia los Estados Unidos; en ambos casos “para protegerse de los ataques”.

Ello da cuenta de que nos estamos dejando llevar por las emociones más que por la razón, y de que no conocemos a fondo el alcance potencial de las armas con que se lucha esta guerra. En boca del propio Donald Rumsfeld, Secretario de Defensa de Estados Unidos, luego de iniciada la confrontación: “Nunca nos imaginamos que las armas de Hussein tuvieran tan corto alcance”.

Ahora bien, ¿qué pasa con nuestros niños? ¿De qué modo está afectando la vida de cada uno lo que sucede, y cómo se informa? Sabemos que los medios de comunicación televisivos están lejos de tomar en cuenta el efecto psicológico que producen las imágenes en los espectadores. Actúan partiendo del supuesto de que a mayor grado de crudeza, se elevarán los índices de teleespectadores. Un buen ejemplo es la transmisión en vivo y en directo que hace cierta cadena de los Conejillos de Indias del BB2, incluyendo detalles de cloaca, de franco mal gusto.

Con relativa frecuencia mi hija de doce años se queja de que no puede seguir las conversaciones de sus amigas, y que la ven como “bicho raro’’ al momento de quedar en evidencia su total ignorancia sobre telenovelas, casos de la vida real, programas de supuesto debate” (que yo más bien llamaría discusiones de lavadero), y sucedáneos. Pero ¡vaya! ¿Qué necesidad hay de que ella reciba una carga de violencia que no le va a producir ningún tipo de enseñanza, sino que por el contrario, por su edad no cuenta con todos los elementos para asimilar adecuadamente?

Me enteré hace poco del triste final de un jovencito quien copió lo visto en un programa “de la vida real”, el cual relataba el caso de un chico que en un arranque de heroicidad se suicida para donar sus órganos. Luego del programa lo encontraron colgando de una viga con un recado póstumo que decía “favor de donar mis órganos”.

En este caso doloroso queda visto que el idealismo propio de su edad, aunado a una evidente falta de autoestima, y el contenido del programa como disparador, produjo una mezcla fatal. Ciertamente sus órganos no podrían ser donados, pues lo descubrieron varias horas después, cuando los tejidos han sufrido cambios de muerte.

Recuerdo la forma en que las familias europeas se arremolinaban en torno al aparato de radio durante la Segunda Guerra Mundial para enterarse del avance de las tropas. A ellos les competía directamente, pues estaban en medio de la invasión. Sin embargo las transmisiones actuales con imágenes de los bombardeos; de los heridos y sus familiares en un repiqueteo morboso una y otra vez, no se justifican dentro del hogar. Ciertamente los medios van a seguir transmitiéndolas, pero de cada padre de familia depende admitirlas o no como imágenes de fondo.

Hechos lejanos hasta ahora, que remotamente pueden afectarnos. Afanes publicitarios de venta. Estragos emocionales en las familias. Razón para analizar y voluntad para enterarnos discretamente de lo relevante, dejando de lado el resto de las escenas dantescas.

Esto también es un “NO A LA VIOLENCIA DOMÉSTICA”, poner el moñito blanco al televisor. No sea que pronto estemos llorando nuestros propios muertos: El padre que decida evitar sufrimiento en sus hijos y acabe con ellos antes que los iraquíes; o el chico que se cuelgue de la regadera para no vivir lo que él considera está a la vuelta de la esquina.

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