Llega una vez más diciembre, y lo recibimos con júbilo. Damos gracias al cielo por tener vida y salud; una familia que nos ama, y un trabajo que estimula nuestra creatividad y pone lo necesario a la mesa cada día.
Elevamos una plegaria por todas aquellas personas que de una u otra forma han hecho posible que arribemos sin contratiempo al puerto de este fin de año. Los seres queridos, quienes desde la sombra de su discreta entrega no permiten mostrar la mano que socorre en los momentos de dificultad, para pronto desaparecer de nuevo sin mayor aspaviento.
Contamos nuestras bendiciones una a una: Las pequeñas cosas que hacen de cada día un tiempo bueno, de realización personal:
Los guardianes del orden quienes se esfuerzan por proporcionarnos un ambiente tranquilo y seguro, pese a tantos elementos que atentan contra la paz. Aquellos servidores públicos que se distinguen por no perderse en la molicie del burocratismo, ejerciendo una personal atención hacia el público.
Los compañeros de jornada con quienes cruzamos alguna frase cordial que aligera las horas, hasta aquel niño de brazos que nos obsequia una risa fácil que invita a contagiarnos de la alegría de vivir. Todo ello constituye nuestro gran tesoro.
Poder valernos por nosotros mismos en mayor o menor medida; tener unos brazos amorosos en los cuales apoyarnos cuando flaquean nuestras fuerzas. Saber que alguien en algún sitio se preocupa honestamente por nuestro bienestar... Son bendiciones que tantas veces olvidamos tomar en cuenta en las horas grises.
Contar con la oportunidad de ser mejores a través de ayudar a otros de mil pequeñas maneras, y tener la sensibilidad para aceptar el reto. o sentirnos abatidos dentro de nuestros propios problemas sino sacar la cabeza de la madeja de las preocupaciones y avizorar nuevos horizontes. Ocasiones que la vida nos obsequia para valorarla más.
Este mes de fiesta, algarabía y contento. Invierno en las calles que contrasta con el calor de hogar. Días que desbordan en colorido multicolor que se mete por los sentidos para invadir el alma. Ocasión particular para expresar nuestros mejores sentimientos hacia quienes estimamos. Euforia que se lleva hacia los cuatro puntos cardinales; regalos para dar y recibir.
Hagamos de este tiempo un espacio de amor en el más amplio sentido de la palabra: Amor hacia nosotros mismos, cuidando nuestra persona durante las fiestas. Amor hacia los seres queridos, entendiendo que más valor tiene lo que sale del corazón que lo que compra el bolsillo.
Humildad y respeto hacia la vida de nuestra familia evitando a toda costa conducir bajo los influjos del alcohol, poniendo en riesgo a quienes más queremos.
Amor hacia los amigos: Que sea esta la oportunidad para agradecer su lealtad, su solidaridad y su presencia permanente en las duras y en las maduras.
Amor hacia la naturaleza respetando nuestro ambiente, evitando contaminar con ruido, basura o actitudes ofensivas.
Amor hacia quien no conocemos, aquel mendigo que se atraviesa en nuestro camino; la madre que en compañía de sus hijos solicita alguna ayuda. Actitudes de respeto hacia el conductor que espera le demos el paso en un crucero, o el peatón cuyo derecho de vía tantas veces atropellamos.
No hablo de un amor cursi, ?de dientes para afuera?, amor de oropel y bisutería, que se grita y se pierde. Hablo de un amor que trasciende, como el que llevó a Cristo a nacer del modo más humilde y morir del modo más injusto, para ofrecernos el regalo de la vida eterna.
Ojalá nos permitamos muy en nuestro interior hacer algo especial en esta temporada, para que al final de la misma hayamos crecido en ser mejores ciudadanos del mundo. Vivamos en paz y alegría cada una de las festividades, y que el espíritu de la Navidad nos acompañe cada día de nuestra vida.