Un año llega a su fin; una vez más es momento de llevar a cabo un recuento de las horas vividas; de las metas cumplidas; de los proyectos truncados.
Es el tiempo de volver la vista al cielo y contar las bendiciones de estos doce meses. Todo aquello que se nos dio sin merecerlo, espontáneamente como se entrega la lluvia mansa al sediento suelo.
Asimismo es menester una reflexión acerca de lo que se nos ha quedado pendiente de llevar a cabo. Reconocer la causa de nuestro incumplimiento: Probablemente porque no fuera tan importante; quizás porque nos ganó lo inmediato; tal vez se vino encima de las buenas intenciones la arena del tedio, bajo la cual sucumbieron éstas.
Hoy mejor que en cualquier otro momento es necesario llevar a cabo un inventario de lo que somos contra lo que deberíamos ser; de lo que tenemos contra lo que despilfarramos vanamente; de lo que hemos hecho contra lo que fueron nuestras expectativas un año atrás.
Sea la ocasión para tomar entre las manos el mapa de navegación para verificar el rumbo; medir nuestro avance hacia el puerto del propio conocimiento. Levar anclas y alimentar los motores para retomar la ruta con mayor vehemencia.
No en vano pasa la vida; cuando somos jóvenes las cosas se miran desde una perspectiva muy distinta. Nos invade la sensación de que el tiempo no existe, y de que el mundo seguirá en una situación sin cambio por siempre. Conforme pasan los años comprendemos dos cosas. La primera es que nada es estático, y la segunda es que el tiempo pasa más rápidamente de lo que quisiéramos.
Esto es, en la juventud se tienen sobradas energías pero falta la experiencia; en la medida en que transcurren los años las energías comienzan a decrecer, mientras la experiencia se expande de modo importante. Sabio es conocer una y otra de estas realidades, ubicarnos en lo que ellas implican, y aprender a vivir impulsados por la primera y orientados por la segunda.
Sin lugar a dudas, el diario quehacer nos roba los necesarios momentos de reflexión. Todo en derredor resulta a tal grado enajenante, que poco nos permite en el transcurso de un día hallar un espacio de mí conmigo para hacer cuenta de lo que hay dentro y en derredor de la propia persona. Conocernos, reconocernos, y medir el grado de felicidad que hemos alcanzado.
Probablemente en muchas ocasiones este mismo medio con sus deslumbramientos de apariencias, modas y tendencias nos hace percibirnos tan pobres entre tanto esplendor, porque estamos partiendo de elementos meramente externos, sin mirar por un momento el potencial que llevamos dentro.
En otros tiempos lo que sobraba era aire, espacio, silencio y ocasión para conocerse cada cual a sí mismo. No en vano surgieron los grandes poetas que a través del tiempo siguen invitándonos a abrir una ventana de la gruesa cortina que representa nuestro saturado medio ambiente para asomarnos a ver ese mundo interno que se dificulta hallar entre la rutina del diario andar.
Sea éste un momento para regalarnos una amplia conversación cada cual consigo mismo. Una plática entre amigos en la cual se ventilen las situaciones que se quedaron a medias a lo largo de este año.
Permitamos a nuestro yo interno la amplitud de abrir las alas y volar sobre los valles de sus pensamientos y sentimientos, para sentirnos dichosos de existir.
Obsequiemos para nosotros mismos un tiempo para evaluar, volver a trazar y definir los planes de navegación para otros trescientos sesenta y cinco días.
Dentro de ese espacio hallemos el tiempo apropiado para ir hacia aquellas personas quienes a lo largo del año han demostrado una amistad incondicional, y permitamos que sepan lo afortunados que somos por contar con su presencia en nuestra vida.
Extendamos los brazos para dar a nuestra familia el más grande y caluroso de los abrazos, porque a través de ellos Dios nos permite mantener viva la flama de su infinita misericordia.
Demos gracias al cielo por cada oportunidad para dar un poco de nosotros mismos, lo que tantas veces nos cuesta un trabajo enorme, pero al haberlo realizado nos refresca y renueva.
Finalmente tracemos para el año venidero unas metas realistas, coherentes, accesibles, que en verdad vayamos a estar en condiciones de ver cumplidas. Y durante cada uno de los días que habrán de venir, abramos un pequeño espacio de reflexión personal, para poder decir cuando los años hayan pasado, la energía toque a su fin y la experiencia nos colme de serenidad: ¡No en vano he vivido!