Toca fin este año dificultoso para la mayoría de los mexicanos, quienes de alguna manera tuvimos que hacer malabares para sacar adelante la economía familiar.
Vivimos ahora una época de dar y compartir; tiempo de buenos deseos para aquellos quienes de alguna manera son significativos para nosotros.
Este año en particular observé con atención la forma en que se multiplicaron los eventos para recolectar juguetes para los niños más necesitados. Diversas organizaciones, fundamentalmente medios de comunicación y ONG, se dieron a la tarea de solicitar juguetes nuevos o en buen estado para llevar a niños de colonias marginales, quienes de otra manera no tendrían acceso a un producto de este tipo.
Labor por demás encomiable; sin embargo hay algo que en lo particular me resulta poco congruente con la realidad económica por la que pasa nuestro país. Es difícil augurar una feliz Navidad a un niño por la posesión de un regalo, cuando probablemente pase hambre y frío, algo así como andarse por las ramas.
En comparación con otros años, pareciera que los juguetes rebasaron por mucho artículos de primera necesidad como serían despensas, ropa, láminas o cobijas.
Hace un par de tardes pasamos mis hijos y yo frente al estacionamiento de una farmacia de cadena, punto en que se ubica asimismo la parada de camiones urbanos. Vimos con sorpresa que se hallaban regados cuatro o cinco pantalones de mezclilla de diversas tallas, que lucían en muy buenas condiciones. A la mañana siguiente un par de ellos continuaba en el mismo sitio, llamando la atención que alguna de las personas menesterosas que pasan por aquel lugar no los hubiera tomado para su uso.
La conclusión a la que llegué es que alguna alma caritativa obsequió aquellas prendas a alguien que pudo haber solicitado dinero. Como tantas veces sucede con quienes piden un peso para comprar un taco; se les calienta comida de la mesa, se les entrega y unos pasos más delante la dejan abandonada sin haber probado bocado.
Las necesidades básicas son el alimento y el cobijo; en un segundo tiempo vienen la salud y la educación, y en un tercero elementos no vitales. En este caso parece que partimos de los menos necesarios, y pasamos por alto lo más indispensable. Y con respecto de los pantalones de mezclilla regados, estoy segura que estas mismas prendas, en manos de una madre de familia quien se truena los dedos para juntar lo necesario para vestir a sus hijos, hubiera representado un regalo invaluable.
La Navidad es época para dar y compartir. Asimismo para contar nuestras bendiciones, entre ellas la generosidad de quien en algún momento ha contribuido a subsanar una necesidad propia o de nuestra familia. Es el tiempo de voltear la vista al cielo y dar gracias a Dios por la vida, la salud y la familia. Y luego voltear hacia los seres queridos, y darles un gran abrazo; estar con ellos, reir y cantar.
El resto del año sirva para detectar las necesidades reales de quienes menos tienen, y hallar los canales adecuados para hacer llegar la ayuda que cada cual pueda brindar a ellos. Planificar y organizar las ayudas para proporcionar elementos que efectivamente resuelvan necesidades vitales, y dejar lo accesorio para un momento cuando nuestro país haya salido del bache económico en que se encuentra ?extraoficialmente-, por supuesto.
En medio de la algarabía de la temporada démonos un momento para con humildad reflexionar acerca de lo que en realidad se celebra en estas fechas, y tomar enseñanza de ello. Recibamos el año venidero con salud, energía y buenos propósitos, para organizar nuestra existencia por otros trescientos sesenta y cinco días más.
Seamos agradecidos, y confiemos en que otros aprendan también a serlo, para acoger gozosos la dádiva, como una bendición de los cielos.