Los fenómenos sociales parecen venir en oleadas. Nuestro cambiante mundo va de esta forma generando problemáticas que hasta hace poco no se daban, es la cuota de dolor que se paga por los ajustes que el ser humano hace ante las demandas del exterior.
En esta semana tuvimos noticia de tres casos de suicidio en jovencitas pre universitarias; al menos en dos de ellos se postuló que el móvil fue la frustración por no haber logrado el ingreso a la carrera profesional a la que habían aspirado.
Para los especialistas en asuntos antropológicos, estamos viviendo la etapa post-feminista. Esto es, llegó el feminismo con toda su fuerza para modificar las estructuras socioeconómicas del mundo; en los años noventa esta corriente se consolidó y entonces comenzamos a observar manifestaciones de lo que se ha llamado el post-feminismo.
Partiendo de esta suposición la mujer ha alcanzado un lugar decoroso en el mundo laboral; se desenvuelve sin distinción de género en los movimientos de pensamiento y de expresión, y a su vez el varón ha asumido comportamientos que unas décadas antes hubieran sido inimaginables.
Como pediatra me tocó vivir una interesante transición. Los primeros pacientes con los que tuve contacto eran manejados exclusivamente por la mamá; el papá desconocía por completo la enfermedad del menor, jamás lo cargaría, y primero muerto que cambiarle un pañal... “Esas son cosas de viejas”, diría tajantemente.
En la actualidad, ambos padres se ven involucrados en el conocimiento de la enfermedad del hijo, así como en su cuidado. Y observar al papá cargando al pequeño es lo más normal para las nuevas generaciones; cuando hace veinte o treinta años sería tan raro como ver una manada de rinocerontes blancos.
Probablemente ahora se esté exigiendo a la mujer en el campo intelectual aún más que al varón, en un intento inconsciente de superar los rezagos históricos que se traen como género. Esto es lo primero que me lleva a pensar el hecho de que las chicas estén acabando con su vida porque no pudieron pasar un examen.
Supondríamos que su valía como persona estaba fundamentalmente depositada en el pase de aquel examen; si lo aprobaban valían, y si lo reprobaban no. De manera que lo reprueban, no valen como personas, y deciden acabar con su existencia.
Pareciera una explicación demasiado simplista para el dolor que deben de estar atravesando los familiares de estas jóvenes. Sin embargo, cuando echamos una mirada en derredor, nos encontramos con muchos casos de padres quienes tienen puestas sus propias y altísimas expectativas en el hijo, situación que no debe ser fácil de manejar por el joven. Y particularmente cuando la madre exige de la hija que resarza sus propias y personales frustraciones como generación intermedia, ante un mundo que resulta retador.
Dentro de la figura de aquella chica competente, que pugna por cumplir las expectativas que su madre ha marcado para ella, se deja ver un núcleo de frustración y baja autoestima. Probablemente la chica esté viviendo la vida que otros le marcan con tal insistencia, que llega a convertirse en una obsesión enfermiza.
Considero que es un buen momento para detenernos por un segundo a reflexionar acerca de nuestros jóvenes. Si en verdad estamos transmitiendo el mensaje de que los amamos por ellos mismos, independientemente de sus logros.
Claro, los instamos a superarse y alcanzar metas, pero si no las alcanzan no estaremos al borde del fin del mundo. Analizar si lo que ellos pretenden estudiar es lo que en verdad escogieron, o si eligen tratando de complacernos o de no contrariarnos a nosotros.
Medir si han recibido una buena orientación vocacional, y si ésta es confiable y realista. El mundo plantea grandes retos, y la competencia es dura. Sin embargo lo primero es nuestro valor como personas, y el respeto al valor de otros.
Hoy cuando tanto nos dejamos llevar por las apariencias, puedo alcanzar la mejor calificación, pero ello no implica que sea el que más aprendió, o el que mejor conoce el modo de aplicar los conocimientos.
Puedo ser un erudito, pero tan frío y duro como el mármol, que poco o nada va a aportar para hacer de éste, un mundo mejor. Puedo rodearme de títulos y condecoraciones, pero sentir que en medio de todo ello estoy completamente solo.
Tres chicas se han suicidado; es doloroso suponer que sea la punta del témpano, o que de estos se vayan a seguir muchos casos más. Hoy mismo platiquemos con los jóvenes que tenemos cerca; conozcamos sus inquietudes, frustraciones y aspiraciones. Pero ante todo, digámosles que los amamos profundamente, por encima de todo, y que cuando una puerta se cierra, se abren diez más por explorar.