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Coordinación, interlocución... y ¿acuerdos?/Sobreaviso

René Delgado

Primera de dos partes

La coordinación de los grupos parlamentarios de la próxima legislatura quedó, finalmente, establecida. Falta ver ahora quién del otro lado -o sea, del Poder Ejecutivo- llevará verdaderamente la interlocución, porque esa danza es de dos y la definición del Poder Legislativo obliga a la del Poder Ejecutivo. Entonces se sabrá si la nueva circunstancia y la agenda política -que también cuenta- favorecen o no y si, dado el caso, concluyen en los acuerdos que exige el desarrollo nacional.

Dudar si, en verdad, habrá acuerdos que saquen al país del empantanamiento político, no es producto del ocio. Atiende a tareas, sucesos y factores ineludibles que incidirán en la posibilidad del diálogo y el acuerdo.

La pregunta es si, después de lo ocurrido en los dos primeros años y medio del sexenio, los actores políticos maduraron lo suficiente para levantar la vista y pensar, un poco -aunque sea un poco-, en el país y su futuro.

*** Las actores y el escenario. La falta de consistencia y cohesión en los partidos, así como la pobreza del debate en su interior, ha producido un fenómeno no nuevo pero sí cada vez más frecuente. No importan tanto las políticas o las líneas de acción, como los operadores de ellas.

La incapacidad de los partidos políticos para reelaborar sus programas y líneas de acción -un problema no exclusivamente mexicano-, así como el carácter multipolar del poder que acumulan en distintas representaciones y plazas, ha disminuido el liderazgo de sus dirigentes. Así, las expectativas se fijan ya no tanto en el partido tal o cual como en aquellos que operan este o aquel frente del partido.

Por esa razón o sinrazón, la valoración de quienes coordinarán las distintas bancadas se fincó en su trayectoria, perfil, estilo y personalidad. No se trató de determinar qué van a coordinar, como quién va a coordinar esa postura o posición indefinida. Ahora, los diputados electos saben quién los va a coordinar aunque no tienen claro qué van a coordinar y, por los métodos de selección, es claro que esas coordinaciones quedaron bastante acotadas.

En el caso del PRI, la profesora Elba Esther Gordillo puede anotar en su libreta de victorias la batalla del sábado pasado, pero no puede ignorar que Manlio Fabio Beltrones constituye un retén a su margen de maniobra. El sonorense jugó inteligentemente. En el lapso que tuvo para aspirar a la coordinación consiguió atraer al 44 por ciento de los legisladores, y eso no puede ignorarlo la profesora, que tendrá que coordinar a su fracción caminando por un filo muy delgado: favorecer el diálogo con el Ejecutivo, sin violentar el margen de maniobra hacia el interior de su bancada.

En el caso del PAN, Francisco Barrio no tuvo problemas para hacer suya la coordinación parlamentaria en tanto que es facultad de la dirección albiazul esa designación. Sin embargo, tiene un doble problema. Hacia el interior de su fracción es clara la división entre panistas y foxistas y, si no guarda el necesario equilibrio en su actuación, antes de lo que se imagina podría encontrarse en un problema. Hacia fuera de ella y, en particular, hacia el PRI, la figura del chihuahuense no es bienvenida, se le ve como un fiscal o sheriff y, evidentemente, hay un sector de legisladores tricolores que de Barrio no quiere saber nada.

En cuanto al perredismo, la situación de Pablo Gómez no es mejor. Alcanzó la coordinación de su fracción pero, vista la situación de Rosario Robles, vive una cierta orfandad política. Ciertamente, Gómez ha hecho de su carrera política, una carrera personal. Se representa a sí mismo y, en el mejor de los casos, a los cuadros profesionales de su partido, pero su situación no es fácil. Hacia fuera se le ve como un negociador duro. Si bien esa es una garantía para la preservación dogmática de algunos principios del perredismo, lo cierto es que si en la perspectiva de esa fuerza está competir en serio por la Presidencia de la República, el mensaje de dureza o de un oposicionismo a ultranza podría vulnerar sus posibilidades presidenciales.

Desde esa perspectiva, los coordinadores-negociadores de la próxima legislatura tienen frente a sí un escenario complicado. Un escenario que, antes de lo que se imaginan, obligará su actuación hacia dentro y hacia fuera de sus propias fracciones. Y, por si eso fuera poco, traen un problema de representación. No representan a su partido como una unidad y menos aún a la ciudadanía.

Esa actuación aparece en el horizonte inmediato. A la vuelta de la esquina está la disputa por los órganos de administración, control, gobierno y comunicación de la Cámara de Diputados y, desde luego, el litigio por el control de la presidencia y las secretarías de las distintas comisiones legislativas.

En la forma en que solucionen esa primera tarea se verán, de manera más clara, las posibilidades de la próxima legislatura.

*** El de enfrente. Hasta ahora, un argumento socorrido del Poder Ejecutivo para justificar su incapacidad para llegar a acuerdos con el Poder Legislativo fue el de que no contaba con interlocutores avalados por la dirección y la diputación de su respectivo partido. Ese argumento no vale más y, ante eso, es obligado saber quién del Gobierno llevará las riendas de la interlocución con el Legislativo.

En la lógica formal no habría por qué poner en la mesa esa interrogante. Formalmente, la Secretaría de Gobernación estaría destinada para eso, pero en la lógica gubernamental no siempre ha sido esa la conducta. El mismo presidente Vicente Fox ha tomado personalmente el contacto con la dirección de los partidos y, en otros casos, algunos secretarios del gabinete han tomado las negociaciones con los proyectos legislativos relacionados con su área de responsabilidades sin considerar la agenda en conjunto del gobierno. No hay, pues, coordinación ni agenda en la conducta gubernamental. Si Santiago Creel será el interlocutor es preciso, entonces, que el presidente Fox le dé esa investidura y obligue al resto del gabinete a respetarlo. Continuará...

Si ya los partidos definieron con todo y sus limitaciones a sus coordinadores parlamentarios, no otra cosa se espera del Poder Ejecutivo. La danza con el Congreso exige eso. Y lo exige además por un hecho ineludible: si el secretario Santiago Creel es y se siente un precandidato natural del PAN a la Presidencia de la República, tiene que reconocer -tanto él como el Presidente de la República- que su margen de maniobra frente al Poder Legislativo es reducido.

Al efecto, cabe recordar un dato. Si la reforma política de José López Portillo prosperó, fue producto -entre otras razones- de un hecho singular: quien la concibió y operó no podía competir por la Presidencia de la República, Jesús Reyes Heroles estaba legalmente impedido. El dato no es menor.

*** La agenda política no parlamentaria. En la agenda política, varios asuntos están en puerta que sin duda afectarán la conducta parlamentaria y, por lo mismo, comprometen ese valor que por lo general no se toma en cuenta: el tiempo.

En el horizonte inmediato está la renovación de la integración del Consejo General del Instituto Federal Electoral; la ratificación o no de Guillermo Ortiz al frente del Banco de México y, luego, pero no mucho más allá, esto es, a partir de julio del año entrante, se estará de nuevo en la atmósfera electoral (diez entidades renovarán su Poder Ejecutivo).

A raíz de la función fiscalizadora ejercida por los consejeros del IFE, los partidos políticos buscarán incidir con mucho mayor fuerza en la integración del próximo consejo del instituto. Buscarán un consejo a modo y la tensión que naturalmente provocará ese litigio, previsto para el mes de septiembre, pesará en la atmósfera política.

Aunque en la designación del gobernador del Banco de México participa sólo el Senado de la República y no la Cámara de Diputados, la previsible ratificación de Guillermo Ortiz pesará en el quehacer legislativo y parlamentario. Acción Nacional tendrá que hacer maromas para pedir la ratificación del funcionario, siendo que no lo quería ver ni en pintura. Se trata de una posición clave en el Gobierno de las finanzas y, aun cuando no hay que darle muchas vueltas al asunto, priistas y perredistas venderán cara la eventual ratificación de Guillermo Ortiz.

Por último, aun cuando los políticos con aspiraciones presidenciales quisieran ver caer de un golpe las hojas del calendario, el año entrante hay una complicada estación de parada.

Chihuahua, Durango y Zacatecas renovarán previsiblemente el cuatro de julio su Poder Ejecutivo. Luego, el primero de agosto, estarán en juego las gubernaturas de Aguascalientes, Oaxaca y Veracruz. Más tarde, el 31 de octubre, Tamaulipas renovará su Poder Ejecutivo. Y, finalmente, el 14 de noviembre harán lo propio Puebla, Sinaloa y Tlaxcala. Todas esas plazas son importantes para las tres fuerzas, se juega en ellas la preservación, la recuperación o la ampliación del poder de cara a la sucesión presidencial. Esto sin mencionar que, además de esas gubernaturas, se jugarán en esas entidades los congresos locales y los ayuntamientos y que Chiapas y Baja California renovarán sus poderes legislativos y municipales. En el mejor de los casos, a partir de abril del año entrante, esto es, en cuanto arranquen las campañas la temperatura electoral irá en ascenso.

En esa circunstancia, el tiempo para dialogar, acordar y legislar no es necesariamente el que la duración de la legislatura establece. En rigor, para poder emprender esas tareas, el calendario da como mejor oportunidad apenas los próximos dos períodos ordinarios de sesiones. Se trata, dicho en meses, de hasta mayo del año entrante. El tiempo es reducido y vale oro. No son más que diez meses, después el calor electoral abrasará a los actores políticos.

*** Al desafío que entraña la interlocución entre las fracciones parlamentarias y entre éstas y el Poder Ejecutivo, se agrega una fundamental, los actores tienen que mandar una señal: crear las condiciones de gobierno necesarias para que cualquiera que llegue a la Presidencia de la República en el 2006 tenga un cierto margen de maniobra y no tenga por herencia el cascajo y los escombros de una clase política incapaz de construir. Esa necesidad de echar cimientos es la única posibilidad de llegar a acuerdos.

Resistir y apoyar, competir sin destruir en un tiempo limitado es el desafío de los partidos políticos y el gobierno. La interrogante es si verán la hora sin perder el horizonte y si entenderán que los aciertos no necesariamente derivan del error del adversario. ¿Podrán?

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