Hermann Hesse escribió en su libro “Reflexiones” que: “el amor por sí mismo puede darle significado a la vida... cuando más capaces seamos de amar y de entregarnos a nosotros mismos, mayor significado habrá en nuestras vidas”.
Siendo un pensador humanista, no podía haber definido al amor de otra manera, ya que “el amor es la respuesta humana extrema, a la pregunta humana extrema”, según Archibald Mac Leish.
La manifestación de amor es una de las expresiones de la construcción humana que más nos alejan del reino animal irracional, dándonos los elementos para el razonamiento de los ¿por qué? y ¿para qué?
Es indiscutible que el amor es el más poderoso combustible que mueve a los seres humanos para hacer y deshacer; nos impulsa a trabajar, producir y compartir; a crear para dar y para darnos; a entregar y recibir.
Las historias y los mitos de la humanidad están plagados de enseñanzas sobre el amor que nos han sido legadas a través de los tiempos, ya sea por la tradición oral o por la forma escrita, siempre para motivarnos a perseguirlo, insistir en alcanzarlo como la manifestación más sublime entre todos los sentimientos humanos.
Fue así como Cupido y Psique debieron afrontar los celos de Afrodita (la Venus Romana); Píramo y Tisbe vivieron su tragedia de la muerte en la Babilonia antigua, historia que sirviera como inspiración y antecedente para la de Romeo y Julieta de la Italia medieval; igual que la de Apolo y Dafne, la ninfa del bosque que se transformó en un laurel viviente; y otras muchas leyendas mitológicas que nos enseñan e inspiran al bien, por medio de sus enseñanzas contadas y apoyadas en personajes fabulosos, todos basados en el amor.
El amor también es el gran acicate para que los seres humanos nos reproduzcamos. ¿No es por amor por lo que persistimos como especie sobre la faz de la Tierra? ¿No es por amor por lo que se cuida con celo a los hijos y éstos a su vez atienden a sus padres cuando llegan a la vejez?
El amor inspira a los seres humanos y arranca de cada uno de nosotros lo mejor para que lo compartamos con los demás; es el antagonista victorioso de la envidia y del odio, del desamor que nos acerca a “lo malo”, “lo oscuro”.
El 14 de febrero fue creado en su nombre, aunque hayan existido otros intereses ocultos, como pudo ser la motivación al consumismo; pocos se estimulan durante estos días a pensar en las distintas formas de amor; generalmente nos concentramos en el pseudo amor romántico que trata de demostrar su existencia en base a comprar, dar, consumir; en hacer alarde de la fuerza del sentimiento, tomando como relación directa el desembolso que hagamos por la persona querida, logrando el propósito por el que fue creado: hacernos gastar, utilizar, usar y agotar, para tener más de lo material, cosas que posiblemente no necesitamos.
El “Día de San Valentín” tuvo su origen en el antiguo Festival Romano de la Fertilidad que se realizaba cada primavera. Los jóvenes que participaban en aquel evento corrían por la ciudad azotando a la gente con lonjas del cuero de una cabra sacrificada y las mujeres se sometían voluntariamente, creyendo que así aumentarían sus posibilidades de procreación. También eran festejos durante los que se entregaban al placer carnal, recordando a la antigua mitología romana, reviviendo las historias y cuentos de faunos que vivían en el bosque acechando a las jóvenes mujeres que osaban internarse solas en él.
Tiempo más tarde, los primeros sacerdotes de la Iglesia Cristiana que desaprobaban cualquier tipo de sensualidad teniendo una postura cerrada hacia la sexualidad, donde sólo el espíritu era importante, dejando al cuerpo y sus apetitos fuera de la atención como actos de virtud, intentaron sustituir el festival por un día señalado en honor a San Valentín, un monje cristiano mártir por sus creencias que fue sacrificado por el emperador Claudio III, en vísperas de la fiesta pagana.
La mercadotecnia occidental fijó el día 14 de febrero para memorar el evento, creando la tradición infundada de dar regalos ese día a todos los seres queridos, refiriéndose especialmente a los enamorados.
Tampoco debemos olvidar que existen otras maneras de amar además de las manifestadas por medio del amor romántico. Está el amor sublime, el que inspira y anima a líderes y lideresas en su entrega por el prójimo y a la persecución del bien común; el amor filial, que nos motiva a procurar la atención y los cuidados para nuestros familiares y seres queridos; y desde luego el amor a Dios, que por nuestra formación cultural religiosa es el mayor y más grande de todos los existentes.
Poco se habla de lo importante, lo trascendente, confundiendo el amar con el querer, tal y como lo escribiera Erich Fromm en su “Arte de amar”: “¿Te necesito porque te amo, o te amo porque te necesito?” En el primer caso hablamos del amor legítimo, en el segundo de la conveniencia y el deseo simple en el campo de la gana.
Lo invito a que disfrute del día del amor y la amistad, pero hagámoslo dándole el sentido correcto, el que debe tener y que no podemos permitir que se pierda entre los trucos y recovecos de la mercadotecnia.
Lo animo a que analice con los suyos este Diálogo y que en la medida de nuestras posibilidades apoyemos a los demás a redescubrir y definir el significado pleno del sentimiento del amor, que va más allá del simple querer, desear.
El día del amor y la amistad debe ser de inspiración para hacer un recuento al interior de nosotros mismos y fortalecernos para amar, perdonar, escuchar, recordar a los seres queridos y hacer nuevos votos para ser mejores con todos los demás, durante todos los días del año; no sólo para comprar, regalar, recibir, pedir, consumir, tratar de impresionar y hasta endeudarse económicamente.
Le deseo el mejor de los días del amor y la amistad esperando que acepte mis comentarios, que se los escribo con el más positivo de mis ánimos y mi mejor intención. ydarwich@ual.mx