Por Arturo González González
El Siglo de Torreón
MATAMOROS, COAH.- En el entronque del Libramiento Periférico con la carretera libre a Saltillo, los minutos transcurren entre campesinos, camionetas, melones, sandías... y “coyotes”.
¿A cuánto anda el kilo de melón?— es la pregunta obligada.
—A 60 centavos... ‘ta gacho’ ¿no?— responde un hombre moreno, joven, con gorra a la cabeza y bigote oscuro. En la parte trasera de su “troca” carga una gran cantidad de melones que está dispuesto a vender a quien se los compre a ese costo.
La temporada de este fruto ya está por terminar y conforme las expectativas de colocar en el mercado la cosecha disminuyen, lo mismo pasa con el precio que en un mes ha ido bajando en más de un 100 por ciento, varias veces. “Empezó en cinco pesos y ahora ya ni los 60 centavos nos quieren dar”, dice otro de los productores.
Algo similar pasa con la sandía. Al principio de la temporada, la fruta de primera se vendió en 1.80 pesos el kilo... hoy está a la mitad. Así también la sandía de segunda: su precio inició en muy cerca del peso y ahora anda por los treinta centavos.
No obstante, el crucero luce abarrotado. En las orillas de la carretera se observan las camionetas con sus cargas de ambas frutas. Algunos venden al menudeo, muy pocos. La mayoría espera a los “coyotes”, que según dicen, hay como diez. Este personaje es quien posee la suficiente información para manejar los precios.
Un “coyote” es un revendedor, una especie de intermediario, pero él nunca toca la mercancía, sólo la acomoda. Los principales clientes de éste son los transportistas provenientes de diversas partes del centro y sur del país: Durango, Zacatecas, Aguascalientes, Hidalgo, Ciudad de México, Puebla, entre otros.
“Antes de que lleguen los camiones, el ‘coyote’ ya sabe a quien le va a vender y a que precio... cuando uno llega con las cosechas, ya hay un costo, no nos queda de otra que hacer el negocio”, comenta Isidro Rocha, un viejo labriego de sombrero de palma, con los surcos del tiempo ya en su rostro.
Sin descender de su vehículo destartalado, en cuya parte posterior se ven los melones amontonados, explica que cuando se hace el intercambio, las camionetas de los productores se acercan a la báscula para pesar su mercancía.
De ahí, siguen hasta los patios, en donde los traileros acomodan sus unidades para recibir la cantidad de frutos acordada con el “coyote”.
“Las plazas están llenas y luego dicen que está lloviendo para el Sur, por eso no quieren comprar bien”, se escucha la voz de otro productor.
Al cuestionarles sobre la relación entre las lluvias y el bajo precio del melón, la respuesta es unánime: “quién sabe... eso dicen siempre”.
Cada semana, los productores de melón y de sandía recogen de una a cuatro toneladas. A los precios de ahora, cada tonelada les deja apenas la inversión.
“Apenas nos quedamos con lo del ‘chivo’ porque tenemos que pagar a los peones y la gasolina”, expresa Isidro Rocha.
Según explica éste para que el negocio rinda “hay que sacar a tiempo la cosecha cuando los precios todavía sí dejan”. Es decir que, para principios de mayo se deben tener los frutos listos para vender.
No obstante, para poder alcanzar esa meta, es necesario invertir más dinero y esfuerzo. Por lo que, sólo unos cuantos pueden conseguir poner sus productos en venta antes que la mayoría.
Las ganancias siempre son mínimas, si es que las hay.
Entonces ¿por qué siguen en este negocio?
—Pues es lo que sabemos hacer... hay que navegar con la tierra, hacerla producir.
Temporada muy difícil
Isidro Rocha, campesino matamorense, ha pasado la mayor parte de su vida rascándole a la tierra para sobrevivir. En esta temporada de melón, las cosas no van muy bien para él.
Mientras que en los mercados el kilo de melón se está vendiendo en cinco pesos al consumidor, Isidro y los otros productores se tienen que resignar con vender en 60 centavos la misma cantidad.
Pero, esos gastos son los inmediatos. Para que un melón pueda llegar a la mesa de cualquier hogar tuvieron que pasar de seis a siete meses de ardua labor.
El señor Rocha explica el proceso. Desde diciembre, la noria y la tierra comienzan a prepararse para el cultivo. Una vez depositada la semilla durante cinco meses hay que suministrarle el agua y los fertilizantes adecuados para que la planta se desarrolle pronto y bien.
“El año pasado nos vendían a 120 pesos los fertilizantes, hoy nos los están dando a 200”, reniega Isidro.
La electricidad de la noria es también otro fuerte pago que tienen que hacer los diversos propietarios de la misma: 25 mil pesos.
Ya para cuando llega la temporada de cosecha, se ha desembolsado una cantidad de dinero considera-ble y el esfuerzo ha sido grande.
Para colmo, los productores deben sujetarse a los precios impuestos por el “coyotaje”.