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Crímenes sin castigo/Hora Cero

Roberto Orozco Melo

Muy frecuentemente nos pone a temblar la televisión mexicana, a través de su capacidad para presentar al teleauditorio los más descarnados dramas de la vida cotidiana en la capital de la República, aunque diremos en justicia que lo visto puede suceder cualquier día, a cualquier hora y en cualquier parte del territorio nacional. Veamos:

El niño que contemplamos en la pantalla, sentado en su periquera, tiene cuatro o cinco meses de vida; no lo sabemos de cierto. Está allí, supuestamente, en espera de ser alimentado. Quien tendría a su cargo esa obligación y también la de cuidarlo, es una asistente doméstica, una sirvienta o como ustedes, lectores, gusten llamarla; es mujer y como tal se espera que abrigue un innato amor por el niño que cuida, la inclinación a conmoverse con su tierna invalidez, el instinto de protegerlo y cuidarlo como lo más preciado de la existencia.

Pero el niño sentado llora: tiene hambre, está orinado o quiere dormir. La doméstica pasa repetidas veces frente a él y en vez de hacerle un cariño, hablarle con un mimo o ver por sus ingentes necesidades, lo golpea violentamente, con la mano abierta, una y otra vez, cuando pasa frente a él. En la estufa hierve la papilla. Aquella mujer la prueba y por la reacción inmediata se deduce que debió escaldarse la boca. Pero no la enfría y así, caliente, empuja la cuchara con alimento entre los labios de la criatura, que instintivamente la rechaza. Enojada, la mucama deja caer el tazón candente en la cabecita del pequeño; lo hace con fuerza y odio, vaciando la papilla hirviendo. El niño llora, desmorecido y la respuesta de la malvada mujer es golpear la espaldita del infante, a puño cerrado y con evidente rencor. Luego lo saca violentamente de la periquera, lo avienta a uno de los gabinetes inferiores de la cocina y cierra la puerta de golpe, dejándolo adentro, como a un objeto inservible.

El video se cierra. El reportero del noticiario informa que fue filmado por el padre de aquel pequeño para comprobar su sospecha de que la doméstica lo golpeaba. Luego declara el padre de familia, en entrevista de qué le motivó a grabar aquella escena terrible: “Tenía la sospecha de que algo malo hacía esa mujer a mi hijo, así que busqué una evidencia definitiva. Hube de contener mi rabia durante la filmación para obtener una prueba de las crueles acciones. Cuando el niño y la sirvienta salieron de cuadro, apagué la cámara, guardé el videocasete y entramos a la cocina ­­se supone que él y su esposa­­ rescatamos a nuestro hijo, expulsé a la criada a empujones hasta media calle y me fui a presentar la denuncia”.

El locutor del noticiario dio cuenta, más tarde, el final del suceso: la sirvienta golpeadora fue detenida por la policía, consignada ante el Ministerio Público del Distrito Federal y puesta en libertad bajo caución con una fianza por cinco mil pesos.

En el Código Penal del D.F. ese delito no es de carácter mayor, lo cual significa que golpear con dolo, saña, alevosía y ventaja a un infante desvalido, puesto a su guarda y cuidado, constituye un delito menudo para el cual no existen, en los inútiles códigos, sanciones significativas y ejemplares.

La principal causa de la inseguridad pública en México es el régimen legal de impunidad al que estamos sometidos. Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que aquí nadie compra a la justicia. ¿Y sabe usted por qué? Pues porque no hay necesidad. Las leyes penales están hechas para evitar que los delincuentes, que son muchos, ingresen a las cárceles. No hay sitio para uno más. Ahora los colocan en cómodos hoteles hasta que encuentran el resquicio legal que les pueda ayudar a recuperar su libertad. Las sanciones legales son débiles y las fianzas devienen mínimas. Si el delincuente sorprendido en flagrante crimen es rico o es pobre, da lo mismo: no entra a la cárcel. Siempre habrá un atenuante jurídico que lo salve de ser puesto en prisión.

Códigos anacrónicos, sistemas procesales complejos, sanciones minúsculas, criterios laxos en la determinación de punibilidad y para colmo, sí, la deshonestidad en las barandillas del ministerio público. ¿Cómo enderezar a esta sociedad que ha vivido tantos años en el sistema de los fáciles arreglos, de las influencias del dinero y de la política y en el desdén a los valores primordiales de la vida? Preocupémonos y bastante, porque existan seres malvados que sean capaces de inflingir daños físicos y psicológicos a niños tan pequeños, como el de este caso; pero preocupémonos más, todavía, por el soslayo de la opinión pública, los juristas y los gobernantes ante lo que sucede a diario y no llega a nuestro conocimiento.

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