“Si no podemos poner fin a nuestras diferencias, contribuyamos a que el mundo sea un lugar apto para ellas”. John F. Kennedy
La historia nos lo ha enseñado miles de veces, urgido y plegado pero seguimos cometiendo el mismo error: matamos a sangre fría en el nombre de Dios. Incapaces para entender que dentro de la diversidad bien puede nacer la mayor fortaleza, estúpidamente seguimos enfrentándonos, enfrascados en una guerra que dura prácticamente desde los inicios de la civilización.
Somos intolerantes, juiciosos, defendemos iconos y arquetipos a capa y espada pero destruimos, hacemos polvo aquello en lo que otros creen con fervor. La religión está destinada a unir, fortalecer el espíritu humano, ante todo, dignificar el entorno. Estamos ya en el tercer milenio, terminó el siglo veinte y por ello nace la urgencia de revisar aquello incorrecto, plagado de debilidades. Comenzaré haciéndolo con la Iglesia Católica pues bajo su tutela he crecido, he creído y en ocasiones creo, por desgracia, ya muy poco.
La posmodernidad permite hablar llanamente, llamarle al pan: pan y al vino: vino. Sería ridículo elevar instituciones a niveles supraterrenales, no poder estudiarlas a fondo con criticidad, de manera objetiva, persiguiendo mejorar la forma, operación y postulados bajo los que trabajan. Afortunadamente, con sangre y una apertura mediática libre, hoy por hoy haré la tarea: revisar a un componente vital y cuya existencia simplifica o complica al mundo según se quiera ver: el Catolicismo. Jamás olvidemos quienes componen dicha institución son hombres y mujeres llenos de defectos y virtudes. Los creyentes en Jesucristo estarán de acuerdo conmigo: jamás pretendió complicar la estructura de su iglesia, magnificarla, politizarla.
Acontecimientos, seres humanos se encargaron de reinterpretar la palabra de Dios, modificarla de acuerdo a necesidades específicas en ciertos momentos, unas veces movidos por motivos valiosos, otras respondiendo a prácticas oscuras.
Hoy no se permite el matrimonio a los sacerdotes, la castidad es impuesta negando un principio básico: todos somos seres sexuales y tenemos necesidades físicas. Hacia las mujeres franca degradación al no valorarlas del mismo modo. Recordemos que la unión entre miembros eclesiásticos se prohibió pues existieron en aquel instante complicaciones sobre lo referente a bienes, herencias y si lo monetario pertenecía a los jerarcas, al arca pública o a los padres y sus familias. Ya se les olvidó el precepto: actualmente aducen que el principio de castidad fue impuesto por Jesucristo. Cabe mencionar la abstención sexual es también vista por algunos como valor. Dos posturas diametralmente impuestas.
Hace aproximadamente cuatrocientos años Martín Lutero, los calvinistas y luteranos consideraron urgente revitalizar, llegar a la médula, espina, punto neurálgico: reformaron a sus organismos. Los católicos tardarían cuatro siglos en hacerlo; Juan XXIII (1960, Concilio Vaticano II) impulsa cambios, promueve la interrelación con otras corrientes ideológicas e intenta alejarse de viejos preceptos. Gran hombre, amplio criterio, para variar parte del esfuerzo fue castrado por el ala conservadora, aquella que dañó y sigue dañando.
Juan Pablo II es un ser de loables intenciones, gran viajero, considera vital la apertura hacia el mundo, transmitir mensajes de amor y redención. Claro, finalmente también es político e impide urgentes transiciones de acuerdo con un entorno complicado en fondo y forma. La sobrepoblación, el fenómeno Sida, son y seguirán siendo una grave afrenta que urge controlar.
Además de educación, demandemos el uso del preservativo. ¿Cómo denigrarlo, tacharlo de pecaminoso cuando miles mueren contagiados por enfermedades, el mundo está cada vez más plagado de personas sin posibilidades para sostener a la familia? ¿Por qué una mujer violada, vejada y ultrajada debe concebir a un hijo no deseado, producto de un crimen abominable, pocas veces castigado?
Luego viene el ritual de la misa. Unos lo toman como aproximación, contacto e intimidad con El Altísimo, otros asisten para dejarse ver, chismear y frecuentemente no escuchan el mensaje sacerdotal obedeciendo al desinterés o debido a que existen curas capaces de pronunciar sandeces. Al fin: todos erramos, sin embargo hacerlo desde el púlpito casi es ofensivo hacia el público presente.
¿Por qué los divorciados no pueden comulgar y son prácticamente expulsados, vilipendiados? ¿Dónde queda el perdón y la redención? ¿Con qué cara muchos ejemplifican a Dios como un ser vengativo cuando en el fondo se ríe de nuestros errores y promueve la misericordia, sabe ser amigo y entender?
Hablemos en plata de las diferentes corrientes dentro de la Iglesia. Los Legionarios de Cristo ayudan, han realizado grandes obras en pos de la comunidad, existen muchos de gran valía. Yo estuve en una de sus escuelas, presencié en compañía de amigos las diferencias: poseían información privilegiada sobre los alumnos de altos recursos, acudían a sus padres para pedir, exigir dinero casi a gritos. Hacia los desfavorecidos marcada tendencia a la baja. Llegaban a la escuela en coches viejos y en la esquina abordaban autos de lujo, muchos portaban trajes de Armani y al mismo tiempo promovían el voto de humildad. ¿Dónde queda la congruencia en algunos? A fines de la primaria nace en mí la natural curiosidad hacia el sexo opuesto y compro una revista para caballeros. De casualidad se entera un sacerdote, me manda llamar y asevera: “has degradado tu cuerpo, lastimado a Dios, si no te redimes arderá tu alma en el infierno”. Sin comentarios.
No sabemos sobre el padre Maciel y sus presuntos abusos sexuales. Al Vaticano le trae mucho dinero y eso promueve el olvido: cientos de niños violados, abusados. Otra vez la abierta promoción al valor “humildad” en un hombre que viaja en Mercedes Benz y en muchas ocasiones suele trasladarse en helicóptero. Me consta. El Opus Dei tiene sus cosas buenas. Querida tía perteneciente a las filas me comentaba los chismorreos: era la mala de la película ¡por llegar vestida de pantalón! Y claro, el divino precepto “¡hay que tener los hijos que mande Dios! ¡Caray, si esto no es absurdo! Mis amigos y yo nos alejamos mucho tiempo. Ahora pienso y actúo diferente: mi relación con Dios es directa, sin intermediarios: me aconseja, entiende y regaña con una humanidad preciosa, es mi amigo franco, entiende todo.
Admiro a San Ignacio de Loyola, soy jesuita de corazón y existe por ahí un sacerdote con el que alguna vez me confesé: sentados en una sala, yo fumándome un cigarro y él una copa de oporto. Ser maravilloso, de él aprendí a no complicarme tanto, abrir la mente y entender la peligrosidad implícita en tantos estúpidos con iniciativa.
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