BAGDAD, (Reuters).- Cuando se marcha al trabajo, Milad Siri se pone un pañuelo en la cabeza, se cubre totalmente el cuerpo con un traje tradicional y echa una pistola en su bolso.
Al llegar a su centro laboral, se deshace de la ropa que sólo le deja las manos y el rostro al descubierto para revelar que debajo hay un ligero vestido dorado. Luego coloca el bolso con la pistola en un lugar seguro y la música comienza a sonar.
Siri es una bailarina exótica que ha estado bailando desde 1996, pero el austero vestuario islámico y la pistola son accesorios necesarios desde la caída el 9 de abril del gobierno del presidente iraquí, Saddam Hussein.
"Antes de la guerra, hacía mi trabajo libremente. Para mí era normal estar en la calle pasada la medianoche, pero ahora tengo que llegar a casa antes de las seis de la tarde", dijo Siri, una joven de 27 años que vive en un pequeño apartamento en un suburbio pobre de Bagdad.
A la guerra para derrocar a Hussein sobrevino una ola de inseguridad y anarquía que, según muchos iraquíes, las tropas estadounidense no han sabido contener.
Para las mujeres, las calles de Bagdad son muy peligrosas en la actualidad y el resurgimiento del fervor religioso significa que tienen que llevar el tradicional pañuelo en la cabeza y vestir según las normas islámicas si no quieren tener problemas.
El mayor problema de Siri es que desde la guerra, la demanda de bailarinas exóticas en la capital iraquí ha disminuido. Sólo trabaja en raras ocasiones en fiestas privadas.
"Estaba acostumbrada a ganar entre dos o tres millones de dinares iraquíes (1.300 ó 2.000 dólares) todos los meses, pero ahora las cosas han cambiado. Las fiestas escasean, una cada dos semanas o una vez al mes", explicó.
Delgada y de cabello corto, Siri no representa el estereotipo de la bailarina exótica egipcia. "Me encanta tener el pelo corto, pero cuando bailo uso una peluca de cabello largo y rojizo", dijo la joven.
Siri es divorciada y tiene un hijo de 12 años. Además, debe mantener a su madre y tres hermanos, por lo que la danza era su refugio y medio de subsistencia. "Siempre soñé con ser una bailarina y gracias a Dios que pude serlo", dijo Siri, quien admiraba a Suhair Zaki, una conocida bailarina exótica de Egipto. "Cuando bailo se me olvidan el mundo y la gente", señaló.
"Cuando bailo me transporto al mundo de los sueños, donde sólo existimos la música y yo. Me convierto en una paloma o en una mariposa". Siri no veía ninguna contradicción entre su trabajo y la religión, pues la danza era su único medio de ganar dinero. "La religión es una cosa y mi vida es otra. Oro y leo el Corán, pero la danza es mi trabajo, es vida", manifestó.
El Islam prohibe el baile y, de su cuerpo, las musulmanas sólo pueden mostrar las manos y la cara. "Tengo miedo al castigo de Dios, pero ésta es la única forma que conozco para ganar dinero", dijo. "¿Qué hacer? Necesito dinero para la supervivencia de mi hijo y mi familia".
Siri añora la época en que bailaba para uno de sus mejores clientes: Uday, hijo de Hussein. Según ella, solía ganar 500.000 dinares por una hora de baile en fiestas públicas, pero cuando bailaba en eventos organizados por Uday ganaba mucho más. Uday tenía fama de mujeriego y de celebrar grandes fiestas.
"Bailé muchas veces en fiestas de Uday en su club Hunting. Una vez también bailé para su hermano Qusay", dijo Siri. "Algunas veces me quedaba para conversar con Uday cuando terminaba de bailar. El era muy agradable, nunca hizo nada que me ofendiera", comentó Siri. "Es cierto que bebía mucho, pero mantenía el control".