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Crónica Urbana| Hace lo que sea para vivir

Cecilia Aguilar Acuña

Bernardino Trejo ha vendido de todo pero nada ha sido redituable

MATAMOROS, COAH.- Bernardino Trejo Larrea, es uno de los tantos labradores que debido a la crisis que se vive en el campo, luchan por sobrevivir haciéndola de lo que sea en esta ciudad. Acaba de cumplir 70 años y eso lo sitúa en una edad difícil para encontrar trabajo.

Desde que dejó de producir sus tierras, ha vendido de todo un poco. Sin embargo, nada ha sido redituable. Ahora todos, él y su esposa, colocan un puesto con ropa de segunda entre la calle Cuauhtémoc y Alatorre, donde tan siquiera les deja para comprar tortillas, frijolitos y “pal’ chilorio”.

“Ya no haya uno ni qué hacer. Sin una entrada segura es bien difícil vivir y más cuando uno todavía no termina, pues tenemos a dos chamaquitos de tres y cinco años que abandonó una de nuestras hijas a nuestro cuidado...”, dice con lamento el anciano.

Añade que en total tiene nueve hijos y 20 nietos, pero que nunca fue de los padres que piensan que cuando éstos sean mayores tienen la obligación de mantenerlos. “Eso es ser egoístas, uno trae a los hijos para que ellos vivan su propia vida, no pa’que carguen luego con un par de viejos”.

Por esa razón, comenta el ex labrador que nunca se ha sentado a contemplar su problemática, “estas manos callosas, ahora no trabajan la tierra, pero se afanan día con día para llevar el pan a la casa”.

Le preocupan sus nietos, pues él y su esposa están en una edad avanzada. Pero la fe y la esperanza está viva en ellos y creen que un día su hija aparecerá y vendrá por ellos, “ojalá ese corazón se ablande y se acuerde de sus hijos, pues no pueden estar mejor que con su madre”.

Manifiesta que la ropa que ahora venden se la llevan a su casa algunos vecinos, “como saben que ahora a eso nos dedicamos, nos regalan lo que ya no quieren y así es como hemos estado saliendo adelante”.

Algunas veces sus hijos les llevaban víveres para subsistir, “también uno que otro nos deja una pequeña ayuda económica... pero algunas veces, pues también tienen hijos que mantener”.

Mientras platica, su esposa lo observa y solamente mueve su cabeza en señal de asentimiento cuando él le cuestiona, “¿verdad vieja?”. Ella con su cabello trenzado y un típico mandil a cuadros, se ocupa en cuidar a los dos niños que traviesos revolotean entre la ropa tendida.

Solamente interviene para decir que han solicitado ayuda en la presidencia municipal, pues saben que a ciertas familias les llega una ayuda, “dizque les mandan cheques, pero ahí nos dicen que deben ir los verdaderos padres de los críos... pero de dónde los sacamos, dígame...”.

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