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Crónica urbana| La esperanza se hace vieja

Pasan los días y los pordioseros siguen en las calles viviendo de la caridad de la gente.

TORREÓN, COAH.- El lugar: cualquier banqueta. El motivo: unas monedas. Un vaso de plástico sucio y viejo es su esperanza. Y aunque al final del día el dinero no alcance más que para unas tortillas, frijoles y tal vez un pedazo de queso, seguirán mendigando porque no les queda de otra.

Todos los días se repite la misma historia: algunos llegan a las afueras de la iglesia del Perpetuo Socorro sólo para pedir dinero durante las misas, otros se quedan sobre la banqueta día y noche. Ahí duermen, ahí viven. Incluso cuelgan sus pertenencias en las ramas de los árboles cercanos.

Pero sus harapos sucios y viejos no parecen causar tanto impacto en los católicos ni en los peatones. Pasan y los ven con indiferencia. Sólo quienes tienen la ropa tan gastada como ellos se compadecen y sacan unas de las pocas monedas que guardan en los bolsillos.

Un anciano apenas si puede caminar. Su andar lento e inseguro delata su edad al igual que sus canas y arrugas. Pero tiene fuerzas suficientes para detenerse y sacar dos monedas de 50 centavos. Las entrega a las limosneras que están a las afueras de la iglesia.

Les da una moneda a cada una. Teresita le agradece: “Que Dios se lo pague”. La otra sólo guarda silencio.

Teresita es conocida en el Perpetuo Socorro. Es de las limosneras que ahí viven y comen. Tal vez por eso el resto le teme, dicen que es agresiva y corre a cuanto mendigo se le ocurre querer apostarse en la banqueta de la iglesia.

María también extiende las manos para conseguir algunas monedas. Es un nombre ficticio, no quiere dar el verdadero porque tiene miedo que alguna de sus tres hijas se entere de que pide limosna de vez en cuando en la iglesia. Y es que el dinero dice, no le alcanza para nada.

“De mis tres hijas no se hace una, ninguna me quiere ayudar y por eso vengo a pedir dinero, no me queda de otra, ya no puedo trabajar porque hace años sufrí un accidente en la casa donde trabajaba y mis patrones nada más me dan 150 pesos a la semana, no me alcanza y por eso tengo que venir aquí”.

Por eso María pide no dar a conocer su nombre, no quiere que sus hijas la odien todavía más. De su esposo no quiere ni hablar, hace meses la dejó pero dice que eso es mejor porque ya estaba harta de sus malos tratos.

María muestra dos cicatrices: una en el hombro y otra en la muñeca. La primera fue un machetazo que le dio su esposo, después él mismo intentó cortarle las venas. Por eso da gracias a Dios de su abandono.

“Por lo que más quiera no saqué mí foto en el periódico, mis hijas serían capaces de cualquier cosa. No soy limosnera, vengo nada más de vez en cuando porque a veces no tengo ni qué comer, la verdad no me queda de otra”.

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