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Cuatro personajes/Sobreaviso

René Delgado

Primera de dos partes

Cuatro personajes destacaron esta semana: Roberto Madrazo, Andrés Manuel López Obrador, Felipe Calderón y José Woldenberg. Se trata, dicho en breve, de tres políticos con fuertes aspiraciones de poder que viven una situación difícil y de un intelectual y académico que, en nueve años con discreción pero también con temple y cierto desparpajo, se graduó como hombre de Estado. Los tres políticos viven días difíciles que, sin duda, influirán en su porvenir; el estadista, en contraste, saborea un puro con la tranquilidad del deber cumplido.

Roberto Madrazo. Si en julio el dirigente priista lucía rozagante y fascinado con el resultado de la elección federal intermedia y le faltaban foros para anunciar el resurgimiento del Partido Revolucionario Institucional como una fuerza en vía de recuperar el poder, el comportamiento discreto que Roberto Madrazo guardó esta semana frente al resultado electoral en Tabasco deja ver la talla y la dimensión del revés que sufrió en su propia tierra. Si en alguna parte de la República Roberto Madrazo quería dar prueba de la pronta recuperación de su partido y de su dominio sobre él, era justamente en Tabasco y, ahí, fue derrotado. Fue derrotado justamente por la fuerza con la que no quería perder, el Partido de la Revolución Democrática.

El resultado electoral de Tabasco no sólo le significa la pérdida de la mayoría en el Congreso local y la pérdida del dominio territorial que el tricolor tenía en esa entidad, sino también un descalabro en su ambición. Perdió en su tierra que, además, es la cuna de su principal adversario político: Andrés Manuel López Obrador.

Duro que el perredismo haya destrozado la leyenda de la invencibilidad de Roberto Madrazo en su dominio personal, la derrota del domingo pasado lo vulnera por partida doble. El dirigente tricolor perdió donde no debía perder y, en cierto modo, perdió con quien no quería perder. Perdió de cara al PRD y de cara al PRI. Que el perredismo tome nota del descalabro provocado a Roberto Madrazo en su aspiración de competir por la Presidencia de la República en el 2006 es importante desde luego, pero no menos lo es que los otros priistas interesados en ocupar la residencia oficial de Los Pinos anoten que el dirigente nacional de su partido perdió el control en aquel territorio que presentaba como su jardín.

Roberto Madrazo que, sin reparar en modos y recursos, se empeñó en blindar a su sucesor en Tabasco, Manuel Andrade, porque aquel blindaje era el suyo, hoy vive un serio problema: el blindaje está perforado. La fuerza que trató de acabar, a como diera lugar, resurgió y se quedó con posiciones clave que, sin duda, lastiman buena parte de la plataforma desde la cual Madrazo quería lanzar su candidatura a la Presidencia de la República. Acaso, por lo ocurrido el domingo pasado, Roberto Madrazo parece ahora más interesado en debatir el asunto de las reformas estructurales. Interesado, vamos, en llevar la luz de los reflectores a otro lugar, cualquiera que éste sea, siempre y cuando no sea Tabasco. Lo ocurrido coloca a Madrazo en una situación difícil dentro de su propio partido, ahora tendrá que demostrar que, aun sin el dominio de lo que consideraba su territorio, tiene posibilidades de competir por la candidatura tricolor.

Andrés Manuel López Obrador. El jefe del gobierno capitalino pasa por un mal momento. Abanderado en una causa ética y aparentemente justa, pretende que las manecillas del Estado de derecho se detengan y pierdan la memoria. Y, en medio de su propia confusión, olvida que si México no es un país leyes, menos puede ser un país justo. Por los indicios, la razón pero no el derecho asiste a Andrés Manuel López Obrador en su negativa a pagar el monto de la indemnización derivado de la expropiación del Paraje San Juan. Eso lo coloca en una situación solamente creíble en México, quiere que le den la razón al margen del derecho. Esa pretensión pinta de cuerpo entero no sólo al sistema político mexicano sino también al partido al que López Obrador pertenece. Una fuerza política que, frecuentemente, incurre en un doble juego: valerse de las instituciones pero sin reconocerlas, reclamar justicia haciendo a un lado el derecho y, de ese modo, vulnera sus propias posibilidades. Lo pinta, además, porque en las revelaciones que el político tabasqueño hace con voz de caudillo, ciertamente, exhibe los modos priistas (valga la redundancia) con que el PRI llevó a cabo una expropiación pero también exhibe los modos priistas con que el PRD la descuidó y, ahora, quiere revertir.

Puede Andrés Manuel voltear la vista al pasado e inculparlo del asunto que ahora le estalla, pero el problema es que ese pasado tiene un alcance remoto y reciente. Llega a quienes lo antecedieron en la jefatura de Gobierno que eran como son sus compañeros de partido: Cuauhtémoc Cárdenas y Rosario Robles. Los alcanza a ellos, como también alcanza a las nuevas adquisiciones de su propio partido: Manuel Camacho y Marcelo Ebrard. Y, ahí, el asunto se complica. No sólo el futuro le pertenece al PRD, el pasado también comienza a formar parte de él. Si ése es un problema, otro lo es la forma en la que Andrés Manuel López Obrador pretende convencer de su razón. Esa forma que, en el exceso, lo hace declararse en desacato, exhibe una parte de su personalidad política que para nadie es desconocida: desconocer las instituciones a las que sirve y de las que se sirve, echar mano del recurso de la acción directa que hace a un lado el Estado de derecho.

No es nuevo ese asunto. Como dirigente político a veces confundía al partido con un movimiento y quiso resolver el asunto con una ecuación simple: el PRD era un partido en movimiento. Continuará...

Ahora, del acto de gobierno, pretende hacer una acción directa desconociendo los fundamentos del gobierno. Si Andrés Manuel López Obrador, en verdad, aspira a ocupar la Presidencia de la República no estaría de más que planteara correctamente los problemas para encontrar la ecuación compleja que los resuelva y no que los solvente sobre la base de la simpleza. Cuando se corre por un carril no se puede saltar a otro.

Felipe Calderón. El flamante secretario de Energía vive, seguramente, uno de los momentos más interesantes de su trayectoria. No ha hecho, por fortuna, de la declaración pública el más útil recurso político y, sin embargo, está presente en la escena. No es para menos, trae entre manos un asunto de Estado como lo es la reforma eléctrica y, por su misma relevancia, ese proyecto puede catapultarlo o sepultarlo políticamente. Algunos gobernadores consideran que Vicente Fox cometió un error al nombrar a Calderón como secretario de Energía. Estiman que la fuerza de la necesidad iba sensibilizando al priismo en torno a la urgencia de sacar adelante esa reforma y que, en esa medida, mejor hubiera sido tratar con Ernesto Martens. La figura empresarial de Martens lo descontaba como un probable contrincante político que pudiera aspirar a la Presidencia de la República, cosa que no ocurre con Felipe Calderón: no quieren construir, como derivado de la reforma, un candidato. Desde esa perspectiva, esos gobernadores piensan que si la intención de Fox era ampliar el abanico de aspirantes panistas a la Presidencia, colocar a Calderón en esa posición complicó el curso que pueda seguir la reforma eléctrica y también las aspiraciones del propio Calderón. De ahí que Felipe viva un momento particularmente interesante en su carrera. Si, como por momentos se ha llegado a advertir, Calderón cae en la tentación de imprimirle un sello o un tinte partidista-personal al impulso de la reforma, como fusible saltara tanto él como la misma reforma.

Y, en este punto, la situación del secretario es parecida a la de muchos otros políticos: su actuación se ve acechada no sólo por los adversarios de otros partidos como por los de su propio partido. Pese a su propio temple y carácter, hasta ahora Felipe Calderón ha puesto enfrente lo mejor de él: capacidad, experiencia e inteligencia política. Sin embargo, en los próximos días esas cualidades van a estar bajo presión y probablemente bajo fuego. Calderón vive, como otros personajes, una situación en extremo difícil.

José Woldenberg. La buena noticia de la semana, la encarna el todavía presidente del Instituto Federal Electoral. A unos cuantos días de que Woldenberg deje esa función, es menester reiterar el agradecimiento que ya en otra ocasión se le había hecho. Un agradecimiento no sólo por haber conducido procesos electorales en condiciones particularmente adversas o a sabiendas del hito histórico que constituían sino quizá por algo que, de pronto, se pierde de vista.

Woldenberg -y la mayor parte de los consejeros que lo acompañaron- supo realizar dos cuestiones fundamentales en la compleja circunstancia: preservar una institución nacional y reponer dos valores: credibilidad y autoridad. Puede parecer menor destacar esas tres cuestiones cuando que el simple trabajo electoral hecho resultaba agradecible. Sin embargo, en estos días, el respeto a las instituciones, y los valores de la confianza y la autoridad no son un asunto menor. En estos días, la visión de Estado no es un asunto menor. En estos días, el cumplimiento de la tarea sin hacer de ella un acto de protagonismo o el requisito para recibir una condecoración, no es un asunto menor. Da gusto que, si bien Woldenberg ganó su prestigio en la academia y en la acción y la reflexión política, se haya titulado como un hombre de Estado en la función pública y que esté ahí donde está, a punto de dejar el IFE, saboreando un puro como si eso bastara para coronar su paso por una institución que el país necesita y que él supo construir. Gracias.

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