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Cuba se hace presente

Carlos Eire es el primer latino que gana el National Book Award 2003

SUN-AEE

NUEVA YORK, EUA.- Esperando que Nieve en La Habana es la historia de un niño cubano y su exilio forzoso a Estados Unidos, cuando se montó en un avión a los 11 años para no regresar nunca más a la isla.

Y es también la memoria de Carlos Eire -La Habana, 1950-, un profesor de historia y religión en Yale que ganó el National Book Award 2003 en la categoría de no ficción con esta obra de pérdidas y sufrimientos, redención y renacimiento.

Eire reflexiona sobre su infancia destrozada por circunstancias políticas y recuerda una Cuba mágica, exótica, junto a una excéntrica familia. Su padre, juez y coleccionista de arte, se quedó en Cuba con la esperanza de que la dictadura de Fidel fuera una pequeña anécdota en los libros de historia. La ?anécdota? está a punto de cumplir 45 años y muchos, como Eire, siguen esperando el final de su mal sueño.

-Usted fue uno de los 14 mil niños cubanos que abandonaron la isla a través de la operación Peter Pan.

-Sí, aquella fue una operación semiclandestina y sé que todas las personas que nos consiguieron los documentos falsos acabaron presos. Fue una especie de carta blanca para que los niños salieran del país.

-¿Eran sólo niños de la alta sociedad cubana?

-Eran sobre todo de clase media, aunque los había muy ricos y otros pobres. La operación estaba dividida en tres suboperaciones: Católicos la gran mayoría, judíos y protestantes. Pero nos dispersaron inmediatamente, no tuvimos una experiencia común con el resto de los niños y yo no sabía que fuimos 14 mil hasta hace tres años. Pensaba que habíamos sido, como máximo, dos mil?.

-No ha regresado a La Habana desde 1962. ¿Cuál es su más vívido recuerdo de la ciudad y cómo se la imagina hoy?

-El recuerdo más detallado y profundo es el mar. El malecón, un mar muy azul y las nubes tropicales, que son distintas a las que tenemos aquí y no me había dado cuenta hasta que volví a la Florida, en el año 85. Vi las nubes y en seguida me acordé de las cubanas. En cuanto al presente, me la imagino en ruinas, como vi en Buenavista Social Club y en algunos libros que me han regalado, con fotos recientes. Todo en ruinas excepto el casquito central que ha arreglado la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencias y la Cultura (UNESCO). Mi tío dice que hay derrumbes todos los días y que algunos viven en lo que llaman ?barbacoas?, casuchas de madera en los tejados. También quisiera saber si mi casa se ha caído, porque esas son las últimas noticias que tengo.

-¿Y de su llegada a Estados Unidos?

-Sólo me han hecho esta pregunta una vez y mi respuesta fue que así es como me imagino la muerte. El hermano de mi padre estaba esperándonos en el aeropuerto, aunque él no se podía hacer cargo porque no tenía casa, pero nos recibió con dos manzanas, que por cierto hacía dos años que no comíamos porque desde el 60 no había frutas del norte. Y en seguida nos separaron, yo fui a un campamento y mi hermano a otro. Lo que más me asombró, y hablo del año 62 cuando Cuba todavía estaba relativamente intacta, era la abundancia que había. Me di cuenta de que había entrado en otro nivel de desarrollo económico. Era un mundo totalmente distinto.

-¿Qué supuso este exilio forzoso a tan temprana edad? ¿Qué se le rompió por dentro?

-Se me rompió todo, pero también tuvo cosas buenas. Intenté pensar que fue un accidente y que debía seguir adelante con mi vida, aunque tuviera huesos rotos por dentro. Cada persona tiene una reacción distinta. A mi hermano la experiencia lo aplastó completamente, siempre con problemas psicológicos y físicos. Yo sin embargo aprendí a no depender de nadie, a ser mi propio jefe con sólo 11 años. A veces pienso si habría llegado a una posición como la que tengo de no haberme pasado aquello.

-¿Cómo fue el encuentro con su madre, tres años después en Chicago, y el hecho de que su padre se quedara en Cuba?

Fue muy difícil, un cambio total de papeles porque teníamos que ayudarla en todo. Yo tenía 15 años y me daba cuenta de lo que había sacrificado por vivir con nosotros, a pesar de que nunca nos veía porque estábamos trabajando o en el colegio. Después consiguió trabajo en una fábrica, pero mi hermano y yo ganábamos más que ella. Mi madre nunca aprendió a hablar inglés, ni siquiera ha podido leer mi libro. Sólo lo ha leído un miembro de mi familia, mi tío, que todavía vive en La Habana.

-¿Cómo fue su adolescencia en este país? Porque no se parece en nada al que iba a ser su destino en Cuba: Hijo de juez coleccionista de arte, casa en Miramar, criada negra, el chofer de su vecino lo llevaba al colegio en un Cadillac...

-Pues muy dura. Para empezar, el trabajador social que nos atendió cuando llegamos a Chicago, que también era hispano, nos dijo que no íbamos a recibir ayuda pública y que debíamos dejar la escuela para trabajar. ¿Qué clase de consejo es ese para unos niños de 15 y 18 años? El lugar que tenía un hispano en este país, en el año 65, era el más bajo.

Otro ejemplo es que cuando hice los exámenes de ingreso para el high school y fueron perfectos, no me pusieron en clases de honor inmediatamente porque no les entraba en la cabeza que un hispano tuviera esas calificaciones. Al mismo tiempo creo que me integré bien en el sistema porque era un niño. Si hubiera venido ahora de Cuba, con 53 años, nunca lo habría superado.

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