LA HABANA, CUBA.- Amenaza para algunos y esperanza para otros, Cuba es una isla donde conviven perspectivas encontradas y verdades imposibles. Desde hace poco más de cuarenta y tres años, este país con atmósfera de Caribe e historia ha sido sinónimo de oposición a los Estados Unidos. Decir Cuba es decir Castro, y decir Castro es invocar uno de los más polémicos fantasmas de la historia continental: de inmediato saltan a la mesa testimonios de balseros, de libertades pisoteadas y democracias de artificio, y se entrelazan con argumentos de logros en salud y educación, de vanguardia en las artes y el deporte. Las dos perspectivas son fragmentos de la misma realidad, de donde es difícil exprimir conclusiones absolutas.
Entre los elementos de este debate espinoso, está uno esgrimido por algunos como causa y por otros como consecuencia: el embargo o bloqueo comercial impuesto por el gobierno estadounidense. El bloqueo en sí mismo tiene interpretaciones tan diferentes y el desacuerdo entre los bandos es tal, que no coinciden ni siquiera en la fecha en que comenzó la medida: mientras el gobierno cubano dice que fue el 19 de octubre de 1960, las autoridades norteamericanas afirman que inició el tres de febrero de 1962.
Aun así, se ven avances en la disolución de este decreto. La disposición tiene defensores y detractores en ambos países, y cada vez surgen más indicios que desmoronan la visión de que Cuba es una astilla verde clavada frente a las costas de Florida. Son muchas las voces que aconsejan, por el bien de ambas naciones, establecer puentes entre la tierra del dólar y la isla del ron y los habanos.
Practicar lo impracticable
No hace muchos años, caminar por las calles de los distritos céntricos de la capital cubana dejaba al visitante la impresión de deambular por una zona de tiempo estancado: la mayoría de los comercios tenían sus aparadores desiertos o habitados por mercancías anacrónicas: discos de acetato, flashes desechables de cámaras fotográficas descontinuadas, refacciones improvisadas para casi cualquier cosa. Si bien quedan muchas reminiscencias de entonces, hoy es posible conseguir más artículos: junto a los automóviles viejos circulan taxis último modelo, frente a los escaparates vacíos hay restaurantes que ofrecen Coca-Cola y helados europeos. Estas presencias que recién germinan son resultado de un intenso trabajo conjunto entre el régimen de la isla y el Congreso y los empresarios estadounidenses.
En junio de 2000 se celebró en Cancún, México, el seminario ?EU-Cuba, cumbre de negocios?. Asistieron cerca de 50 empresas norteamericanas, -entre ellas Pepsi Cola, Caterpillar y United Airlines- para analizar una propuesta de los legisladores que buscaba suavizar el embargo y permitir la incursión de productos norteamericanos en la isla. El comandante Fidel Castro declaró en ese entonces que la iniciativa era ?casi impracticable, debido a dificultades que surgirían en el transporte de medicinas y alimentos?, pero calificó la reunión como ?un pequeño paso de avance, muy importante?. Quedaba de manifiesto en las dos partes la intención de lograr el intercambio comercial.
El devastador paso del huracán ?Michelle? en noviembre de 2001 fue la excusa que el gobierno norteamericano estaba esperando para practicar lo impracticable: ofreció a Cuba la venta de alimentos con la condición de que el pago fuera al contado. La nación caribeña aceptó la invitación y en los siguientes meses las ventas ascendieron a 140 millones de dólares.
Apenas en septiembre pasado, 700 empresarios de casi 300 consorcios norteamericanos viajaron a La Habana a participar en una exposición de Productos Agrícolas y Alimentos de Estados Unidos. Al final del encuentro, se firmaron contratos por más de 110 millones de dólares, considerando los fletes de mercancía que abarca lo mismo pollos que goma de mascar, aceite, harina de soya y salsas picantes.
Tan cerca y tan lejos
No sólo la escasez es el reto a vencer para el ciudadano cubano: muchos productos pueden encontrarse en pequeñas tiendas de autoservicio, pero el poder adquisitivo del habitante promedio le impide acercarse siquiera al mercado de importaciones.
La tasa de cambio oficial en Cuba es de uno a uno con el dólar, pero la realidad es muy distinta: un billete verde vale 26 pesos cubanos. Los ingresos de los profesionistas en la isla van de los 20 a los 80 dólares mensuales (entre 500 y 2000 pesos cubanos), pero hay que contar también que gran parte de los servicios y los productos nacionales están subsidiados. Si un helado de importación cuesta tres dólares, uno nacional cuesta entre uno y tres pesos cubanos, es decir menos de un peso mexicano. El transporte es muy barato ?20 centavos cubanos por viaje- pero es frecuente esperar una hora antes de que pase la guagua (autobús) o el ?camello? (tráiler adaptado para transporte de personas).
Las consultas médicas son gratuitas, igual que la educación. El papel escasea, pero en las librerías para residentes se pueden conseguir volúmenes de autores contemporáneos ?Saramago, Monterroso, García Márquez- por menos de un dólar. Los clásicos son aún más baratos.
Entre los géneros más buscados están los artículos para baño, la ropa, algunos medicamentos y aparatos electrónicos. Para acceder a ellos, los ciudadanos deben perseguir el dólar con actividades complementarias que van de las clases de baile a la prostitución, pero que siempre orbitan en torno al visitante: de allí la necesidad estratégica de fomentar el turismo en esta nueva etapa cubana.
Todos contra uno
Muchos son los intentos y diferentes las trincheras desde las que se intenta disolver este embargo. Por once años consecutivos, el bloqueo ha sido condenado en la Asamblea General de las Naciones Unidas. En la última ocasión, 173 países votaron a favor de que la sanción fuera eliminada, oponiéndose a la voluntad de sólo tres países: Estados Unidos, Israel y las Islas Marshall. Cuatro naciones se abstuvieron de votar.
En enero de 1998, durante una visita a Cuba, el papa Juan Pablo II condenó el bloqueo. En mayo del año pasado, el ex presidente norteamericano y premio Nobel de la Paz 2002, Jimmy Carter, hizo una histórica visita de seis días a la nación caribeña y después propuso al gobierno estadounidense crear una comisión bilateral para lograr un acercamiento entre ambos países.
En Washington, un grupo que incluye tanto a republicanos como a demócratas, recomendó a finales del mes pasado al Congreso estadounidense aliviar -sin anular- las sanciones impuestas a la isla, a través de una ?normalización negociada?.
La iniciativa pide levantar los límites a los envíos privados de dinero, además de la eliminación de la multa de siete mil dólares que deben pagar los ciudadanos norteamericanos que viajan sin autorización a La Habana. Plantea además fomentar mayor cooperación en la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico.
?Los valores estadounidenses pueden ser comunicados más efectivamente a través de un mayor intercambio?, dijo el senador republicano Pat Roberts, quien es parte del Comité de Asuntos de Inteligencia de la Cámara Alta. ?Podemos guardar el tratamiento duro para los países que nos amenazan seriamente aquí, en casa?.
Aun cuando estas propuestas fueran aprobadas, se teme que se estrellarían de frente contra el poder de veto del presidente George W. Bush, quien ha dejado en claro su intención de endurecer todavía más las sanciones a la isla. De este modo, la decisión de mantener o relajar el cerco económico está en manos de un solo hombre.
La administración de Bush se ha mostrado renuente ante la idea de hacer más concesiones al pueblo de Cuba, aun cuando la negación de estas licencias comerciales signifique pérdidas por mil millones de dólares anuales, según datos estimados por productores agropecuarios estadounidenses. Algunos ven en esta situación un signo de firmeza en el carácter del presidente, pero analistas políticos dan una explicación más sencilla y menos altruista: el mandatario norteamericano teme provocar el descontento en la comunidad de exiliados cubanos que vive en Florida, un estado que es gobernado por su hermano Jeb Bush, y que tiene además un enorme peso electoral.
Un golpe de timón
A pesar de las constantes negativas, la presión sobre Washington no cesa: una empresa de navegación anunció que tiene previsto realizar el próximo 25 de febrero el primer viaje en ferry que conecte la nación norteamericana con Cuba desde hace más de 40 años, y aunque el proyecto no ha sido autorizado por las autoridades, las perspectivas al respecto son optimistas.
Hace décadas que la comunidad internacional observa con atención lo que está sucediendo en Cuba. Parece ser que los cambios en la dinámica internacional han obligado al gobierno de ese país a sortear la borrasca y replantear la dirección. Cuba hoy apuesta a la apertura, pero debe demostrarlo.
El jefe de Derechos Humanos de la ONU, Sergio Vieyra de Mello, nombró a finales de enero a una comisionada para elaborar un informe acerca de la polémica situación de los derechos humanos en el régimen de Fidel Castro. Un informe positivo debilitaría aún más el endeble argumento que esgrime la administración de George W. Bush no sólo contra los habitantes de la isla, sino contra uno de los pilares de la nación norteamericana: la libre empresa.
Las golpeadas finanzas de los Estados Unidos se ven lejos de la abundancia necesaria que se requeriría para despreciar un mercado potencial tan grande como el de Cuba. ¿Se acerca un acuerdo histórico entre los vecinos lejanos? La historia lo dirá.