La semana pasada, un noticiario nocturno transmitido por TV, difundió durante varios días imágenes que causaron profunda indignación. Vimos a una mujer agrediendo, golpeando y maltratando a un bebé de ocho o nueve meses. Se trataba de la nana del bebé. Los padres del pequeño sospecharon de malos tratos hacia su hijo y pusieron una cámara oculta en la cocina que filmó las agresiones. Tras despedirla, la demandaron. Las autoridades la apresaron y luego la dejaron libre bajo fianza. ¿Por qué? Pues porque el delito se tipificó como “violencia intrafamiliar” dado que la nana vivía en la misma casa que el bebé. ¿Y? Y resulta que la violencia intrafamiliar en Guanajuato no se considera delito grave. Me parece que el asunto en sí y su seguimiento en la televisión dan mucha tela de dónde cortar.
Desde hace varios años las mujeres hemos venido llamando la atención sobre la violencia intrafamiliar. Tras arduas batallas, libradas fundamentalmente por grupos feministas, primero se logró poner ese tema en la agenda nacional y luego crear conciencia de que no se trataba de un asunto privado sino de uno público que involucraba la violación de los derechos humanos, especialmente de las mujeres quienes son las principales víctimas, seguidas de los infantes. Fue apenas en 1996 cuando se aprobó en nuestro país, específicamente en el Distrito Federal, la primera ley en materia de violencia intrafamiliar y a siete años de distancia -según datos de la agencia Comunicación e Información de la Mujer A.C (CIMAC)- aunque la mayoría de las entidades de la República cuentan con leyes de asistencia y prevención al respecto, en dos terceras partes no se considera la violencia intrafamiliar como un delito.
Sin duda fue indignante y doloroso ver a un bebé indefenso padeciendo las agresiones de una persona que es más fuerte. Por supuesto que enoja la impunidad. Pero es importante saber que ésos son exactamente los mismos ingredientes que componen las historias de violencia intrafamiliar que padecen millones de mujeres en nuestro país. Porque lo cierto es que los principales agresores en el hogar son los varones y las principales víctimas mujeres. La Encuesta Nacional sobre Violencia, efectuada por la Secretaría de Salud y cuyos resultados completos serán difundidos en noviembre, de entrada arroja cifras alarmantes: una de cada cinco mexicanas que acude a servicios de salud sufrió el año pasado alguna forma de agresión en su hogar y una de cada tres la ha venido sufriendo desde hace tiempo.
Pese a éstas y otras cifras, pocos se indignan, pero si pudieran crucificarían a la mujer que agredió al bebé. Porque, claro, no es lo mismo dar un número que presenciar la agresión, el sufrimiento, la indefensión y luego, en virtud del seguimiento que le da la televisora, presenciar la estrechez de miras de nuestras leyes al respecto, la impunidad, la injusticia. Y entonces me pregunto: ¿todo es cuestión de imagen? ¿Si las mujeres filmaran el momento en que son agredidas, recibirían la misma atención de la televisora o de otros medios de comunicación?
¿De la misma manera transmitirían en televisión, en cadena nacional, en horario triple A y durante una semana las imágenes de mujeres siendo golpeadas por sus maridos, padres, hermanos? ¿Habría encuestas, reportajes, entrevistas a procuradores, jueces, diputados y senadores? Porque si así es ¡haberlo dicho antes! Las feministas podemos juntar una lana e instalar cámaras ocultas en unas cuantas casas. No pretendo restarle un ápice de responsabilidad a la mujer que agredió al bebé. No me parece mal que la televisión se ocupe del caso y le dé seguimiento. Pero no puedo dejar de observar que el tratamiento que le dio la televisora al caso de “La nana golpeadora”, como la han llamado y la posterior transmisión de otros casos de niños agredidos por sus madres, hace parecer que la violencia intrafamiliar se reduce a mujeres que golpean a sus hijos o a los niños a su cuidado. Y a decir verdad, esa es sólo una parte del problema y no el de mayor número por cierto.
La prestigiada periodista cubana Mirta Rodríguez afirma que la noticia no tiene sexo, pero su tratamiento sí tiene género. Creo que éste es un ejemplo.
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