Hace diez años el país se desgarraba en discusiones estériles, de principios decían. El Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN) nos rendiría frente al imperio, perderíamos control sobre nuestro destino político, dejaríamos de ser soberanos. Humillados, vencidos, entregaríamos nuestra alma al demonio mismo. El nacionalismo en sus peores y añejas versiones salió a la plaza pública con las espadas desenvainadas. Era una cuestión de principios no de comercio. Por fortuna en aquella acción ganó la sensatez. Visto a la distancia la mayor lección del episodio no es la diversidad de opiniones, que siempre es deseable, sino las consecuencias del envenenamiento ideológico en la discusión. Se rechazaba el TLCAN invocando verdaderos fantasmas.
Diez años después es claro que el TLCAN no es el edén pero sí ha sido un excelente impulso para el crecimiento y la modernización del país. El Banco Mundial ha publicado recientemente una amplia evaluación, van algunas cifras. En los diez años previos al 93 la inversión extranjera directa fue de poco menos de 27 mil mdd. En los diez años posteriores rebasa los 121 mil. Del 93 al 2002 las exportaciones a EU crecieron 234 por ciento y 203 por ciento al Canadá. El tradicional déficit comercial con nuestro vecino del norte se convirtió en superávit. Por supuesto que la crisis del 94-95 puede distorsionar en algo los datos, pero al final de cuentas los beneficios concretos han sido innegables. El impacto, no podía ser de otra forma, es desigual. En las entidades cercanas a la frontera o a vías modernas de comunicación los salarios tienden a ser más altos. El “cheap labor” o trabajo barato, esgrimido por los opositores estadounidenses al TLCAN como la gran trampa, ha mostrado que no resulta un factor decisivo.
Dos son las enseñanzas evidentes. A la larga sólo la mano de obra calificada atrae buenas inversiones y ello facilita el éxito empresarial. La infraestructura resulta determinante. Niveles educativos e infraestructura condicionan la productividad. Las críticas a los resultados del acuerdo también son muy concretas: no ha creado los empleos esperados. Se calcula que alrededor de 500 mil plazas son consecuencia directa del TLCAN. Sin embargo en el Sector Agrícola se han perdido en la misma década un millón 300 mil. Las preguntas allí serían, ¿se hubieran conservado sin el acuerdo?, ¿es deseable aferrarse a empleos improductivos que sólo disfrazan, a través de subsidios, el brutal rezago productivo y de inversión en el agro mexicano debido a décadas de demagogia? La reducción en la PEA agrícola no aparece con el TLCAN, viene de mucho tiempo atrás y es consecuencia inevitable (deseable) del proceso de industrialización y urbanización.
Como lo ha señalado Jaime Zabludovsky, uno de los artífices del Tratado, un beneficio del cual se habla poco es el efecto modernizador en las normas y reglas del juego que el acuerdo y el tráfico comercial han provocado. Viéndolo en retrospectiva el TLCAN nos ha ayudado en la construcción de nuestra incipiente democracia, nos ha obligado a encarar los severos problemas de productividad del país, nos ha abierto al mundo. No es poca cosa.
También ha tenido efectos muy positivos en otras discusiones: corrupción, rendición de cuentas, ecología y desarrollo sustentable son hoy temas obligados. Las preguntas contrafactuales siempre son incontestables pero provocadoras, ¿dónde estaría México hoy, en los albores del 2004, sin el TLCAN? Pero insisto, quizá lo más importante del episodio sea darnos cuenta del terrible daño que causan las llamadas posiciones “principalistas”, los fantasmas. Me refiero a esos populares posicionamientos políticos que dicen ser de principios.
Por principio el TLCAN no era ni es bueno o malo. Tampoco lo es la industria eléctrica en manos del estado. Por principio el IVA no debe ser ni aprobado ni rechazado. Defender o criticar la propiedad comunitaria en el agro por principio es inútil. Eso es lo que conduce a discusiones estériles y bizarras, a dialogar con fantasmas. Eso ocurrió en el episodio del TLCAN y hoy podemos revisar críticamente lo absurdo e insostenible de las posiciones opositoras de hace una década. Ni colonia, ni de rodillas ni nada por el estilo. Socios. En una plaza pública verdaderamente democrática y moderna se evalúan resultados y no posiciones morales. Ha servido el TLCAN para incrementar inversión, sí o no; para generar empleos si o no. Serviría el IVA general para lograr mayor recaudación, sí o no. Perjudica a los más pobres, si o no.
Un ISR más bajo, estimularía la inversión, sí o no. Argumentos terrenales y no golpes de pecho.
En los próximos años, lustros, décadas, en México se van a tener que dar discusiones muy importantes y delicadas. Qué vamos a hacer con el Sector Energético, petróleo también incluido. Cómo vamos a incrementar nuestra capacidad de competencia y nuestra productividad si uno de los insumos básicos, la energía, lesiona a las actividades productivas. Qué camino va seguir México para capitalizar su agro y aprovechar con sensatez las ventajas comparativas que éste nos brinda. Cómo va nuestro país a financiar las urgentes inversiones en infraestructura. Cómo vamos a modernizar el sector de telecomunicaciones. Las preguntas son muchas y las respuestas complejas. Si entramos a ellas envenenados de ideología, como ya lo estamos viendo, no vamos a llegar a ninguna parte. ¿Qué ganamos con impedir la inversión privada en petroquímica? Hoy esa rama está quebrada. Ese es el resultado.
Qué gana México bloqueando la inversión privada en el agro, un agro que hoy es un ejemplo de descapitalización y miseria. Qué ganamos rechazando los impuestos generales, sólo perpetuar una estructura fiscal que es de una debilidad atroz. Muy tranquilos con nuestros principios y sin IVA general, pero seguimos siendo una de las naciones más injustas del orbe. Algo anda mal. En pleno siglo XXI somos un país pletórico de principios, pero también saturado de corrupción, de miserables y de injusticia.
Por lo visto los principios (y los fantasmas que los acompañan) no nos han servido demasiado. O quizá hemos llevado ese asunto de los principios a terrenos donde la discusión debiera ser más pragmática y terrenal. Quizá en el fondo esos lances no sean principios sino viles dogmas, peor aún pueden ser máscaras que ocultan nuestras falsedades e inconsistencias. Algo queda claro: por principio ningún principio debiera ser contrario a la prosperidad. Mi deseo entonces sería un pragmático y muy, pero muy próspero año 2004.