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Cultura Mediática

Yamil Darwich

Desde hace más de una semana, en los distintos medios donde dialogo con jóvenes y otras personas que no lo son tanto, algunos de ellos sorprendentemente profesionales de reconocido prestigio, escucho de una u otra manera comentarios sobre los bodrios televisivos: “Big Brother” y “Estrellas de Novelas”, programas vulgares, promotores del voyerismo y la pornografía que además de todo son comercializados hasta el abuso; ¿ha reflexionado cuántas horas consumen en la programación diaria, por el mismo costo de producción; y cuánta publicidad presentan y cobran en las múltiples repeticiones del tema?

No cabe la menor duda que la influencia de la mercadotecnia en la vida cotidiana es cada día más fuerte y más ofensiva. Lo que hasta hace unos cuantos años fuera el espectáculo hablado “talk show”, que evolucionara al espectáculo de la realidad “reality show”, se ha transformado en un nuevo factor modificador de la cultura de los pueblos, principalmente los occidentales, favoreciendo la llamada “light” superficial para nosotros los latinos.

A principios del siglo XX, apareció un libro titulado “1984” de George Orwell, que proponía una vigilancia estrecha a las personas, idea que a finales del mismo siglo retomaran los publicistas (para que el lector descubra lo poco creativos que son) para transformarla en el concepto mercadotécnico voyerista del “Big Brother”, título en inglés (que ni traducen a nuestro idioma) que sirvió como rampa ideal para inducir a los televidentes a mantenerse atentos a la aparente vida cotidiana de personajes insulsos que hicieron pasar como “jóvenes comunes y corrientes”.

Hoy en día se han reproducido programas de este corte como “La Academia”, “Estrellas de novela” y hasta la parodia de “La pecera del amor”, que tienen en común la explotación del morbo del espectador con la baja calidad de producción y temática.

Esta moda llegó de Europa a América provocando en México una expectación fuera de serie al ofrecer pornografía en la televisión abierta, apoyada en la inclinación voyerista que todos los seres humanos poseemos, ofendiendo con su desvergüenza a sabiendas de los grandes huecos que padecemos en materia de legislación de la comunicación.

Ya antes nos habían sorprendido con programas deseducadores en que se exhibe la miseria humana haciendo escarnio de los participantes de los diferentes capítulos. Nombres como “Cristina”, “Laura de América”, “En el Ojo del Huracán”, y otros como “Ventaneando” y “La Oreja”, son ejemplos de cómo puede administrarse el morbo para obtener audiencia a la que se le puede vender muchas cosas que no necesitan, sin importarles las graves violaciones a los principios éticos y profesionales, aprovechándose de que “hay diferencia entre la verdad moral y la verdad jurídica”.

Esta cultura mediática basa su estrategia en la superficialidad del ser y del pensar, contando con la curiosidad de unos (los menores de edad) y el morbo de otros (los mayores de edad) que nos ata a los televisores, donde nos programan para el consumismo y promueven el individualismo.

También los candidatos a administradores públicos y los que ya lo son cayeron ante la tentación de la publicidad fácil y barata que representan declaraciones, acusaciones y exposiciones ante los medios de comunicación, particularmente frente a cámaras de televisión y grabadoras de voz, donde hacen y dicen barbaridades, muchas veces como simples bufones con el fin de llamar la atención; acusan sin fundamentar sus aseveraciones y prometen lo que de antemano saben que no van a poder cumplir a sabiendas que: el escándalo vende y es un recurso que no cuesta mucho utilizarlo, económicamente hablando; además, es la herramienta ideal para aquellos que no tienen bases de formación política y/o del conocimiento y quieren ser parte del aparato gubernamental.

Para las cadenas televisivas el negocio del morbo está por encima de sus funciones nobles de educar e informar y estos personajes son usados para atender sus intereses simplemente materiales.

Los deportistas profesionales tampoco han dejado pasar esa oportunidad de hacerse promoción casi regalada, aunque de por medio vaya su integridad moral; y del medio artístico, ni para qué gastar tinta escribiendo de los múltiples dramas que han hecho del dominio público, sólo para generar expectación y tener publicidad barata.

Muchos millones de pesos pasan de mano en mano hasta caer en las arcas de los malos empresarios que se benefician con ello.

Lo triste es reconocer que en el fondo no hay nada de valor, únicamente los intereses materiales que se miden en términos de dinero y la nueva forma de explotación humana a través del mundo mediatizado, dejando a cambio el vacío de la ignorancia, la permanente violación y pérdida de respeto a la integridad del seno familiar, la sorpresa y exclamación de los menores que aprenden las crudezas de la vida de la peor manera posible, la insaciable alimentación del morbo de muchos videntes y oyentes, y la deseducación sobre temas de sexología, sociología, política, religión, etc., cuando los abordan personas sin la mínima preparación y lo que es peor, sin la menor preocupación por el daño que provocan.

La cultura mediática basa su razón de ser en el simple hecho de ganar dinero.

Indudablemente que la libertad de expresión es un derecho que nos hemos ido ganando poco a poco, sin embargo tras esa gran verdad se ocultan los oportunistas que encuentran la manera para aprovecharse del impulso de los cambios sociales y políticos del mundo.

Son aquellos que se escudan en la libre expresión, esa que defendemos todos y de la falta de legislación precisa, que pudiera contenerles en sus propósitos de vender y ganar dinero sin tomar en cuenta el viejo principio del derecho que dice: “mi libertad termina donde empieza el derecho de los demás”.

Por ahora tienen el “sartén por el mango”, eso mientras nosotros sigamos cayendo en las redes de la tentación que hábilmente nos tienden. ¿no lo cree así?

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