Para la mayoría de las personas, las vacaciones son el período dichoso del descanso.
La época ideal para viajar cuando se tienen recursos.
Visitar lugares paradisíacos o nunca vistos.
Para los que no cuentan con medios económicos, es el tiempo dedicado al descanso con lo suyos y el visitar amigos o familiares cercanos.
Nosotros conocemos a una familia diferente.
Ésta toma las vacaciones de una forma muy distinta al resto de la gente.
La señora de la casa durante todo el año hace ahorros, reúne ropa nueva o usada, medicinas, tejidos, costuras, juguetes etc. Y cuando llegan los días de descanso, acompañada de los suyos se va a un lugar de la provincia, perdido en el mapa mexicano donde habitan seres que año con año los esperan.
Se trata de personas como la ancianita que vive con su esposo y sus hijos en la montaña, en cobertizos que simulan una casa. La misma que cuando tiene unas monedas baja al mercado del pueblo a comprar treinta centavos de manteca o treinta centavos de arroz. No tiene idea de cuánto cuestan hoy las cosas, y si la tuviera de nada le serviría pues su economía está en ceros.
Está también esa señora que muy joven quedó viuda, y lavando, planchando ajeno y aseando aquí y allá casas o negocios sacó adelante a su familia.
Y también esa pareja que ve aumentar su familia con la llegada de hijos y nietos, todos unidos por el amor en la casita que quiere crecer y no puede por falta de recursos.
Ese hogar que se localiza por una vereda, entre campos de cultivo que se vuelve arroyo y a veces río con las aguas que las lluvias dejan en el pueblo y van a desembocar en la laguna cercana. Calle sin nombre que las dos o tres familias que ahí viven han bautizado como la “Del Tortazo” porque Dios mismo la hizo así, nada más enviándole un pedazo de lodo.
Con ésas y otras personas del lugar, esta familia que conocemos pasa sus vacaciones y almuerza, come y cena con lo que le obsequian esos seres maravillosos, olvidados por el destino y que se han encariñado con quienes los visitan, y viceversa.
Vacaciones diferentes, muy humanas, llenas de amistad sincera, de mucha espiritualidad, seguramente igual o mejor que la que se recibe en un templo.
Y cuando llega la hora de partir, todos se ponen tristes pensando en un largo año por delante para volverse a ver, para compartir alegrías, tortillas hechas a mano con sal, elotes de la pequeña parcela, penquitas de nopal que envuelven verduras, como si fueran tacos. Vacaciones diferentes, muy diferentes.