Como cada Otoño, hemos visitado de nuevo este lugar, al que llamamos ?La Esmeralda del Desierto?.
Su verdor no quiere desaparecer, ni aún en esta época en la que las hojas deben caer al compás de esa canción que dice... Hojas que caen y golpean mi ventana, hojas de otoño de rojo y dorado?.
Los árboles, sobre todo los muchos nogales que aquí moran, se resisten a desprenderse de su vestido verde para que el panorama siga siempre lleno de vida y vigor.
Y temprano nos vamos a caminar por entre avenidas de árboles, deteniéndonos a observar loas ?asebuchies? llenos de su pequeño fruto que son como minúsculas manzanitas. Les llaman así porque los pajaritos comen y comen de esas pelotitas rojas y llenan a su capacidad su buche.
También nos llaman la atención unas tapias, muy viejas que también como las hojas de los árboles se resisten a caer. Sus muros son muy anchos y su enjarre parece eterno. Quizá fue la casa principal de una hacienda y tuvo una hermosa existencia, hasta que los cambios que traen los tiempos cuando la gente se va, dejaron sólo huellas ahí donde quedaron sólo vestigios de lo que el viento se llevó.
A lo lejos se oye el sonido metálico de una campana. Llama a misa y tratamos de encontrar el camino que nos lleve al templo, pero en un callejón un perro muestra su enojo por invadir sus terrenos y bromeando nos retiramos, pensando que más vale correr que recibir una dentellada que nos puede dejar incompleto un glúteo como nos ocurrió ya alguna vez.
Caminamos y filosofamos. Vienen los recuerdos de la gente que aquí vivió y tuvo su etapa importante y diferente durante su vivir, como don Francisco I. Madero o don Evaristo, el gran hombre que ayudó a que esto fuera además de bello importante.
A nuestra mente viene también José Natividad Rosales, el afamado periodista cuyos reportajes por el mundo los leíamos con interés mientras nos adentrábamos en los caminos de la comunicación.
Más tarde platicamos con el profesor Rafael Castañeda Ríos, siempre entusiasta, siempre positivo, ahora acompañado de ?Catita? su esposa y vienen más recuerdos y añoranzas, ahora del inolvidable compadre Juan Carlos.
Así transcurre una mañana de domingo, en este jirón de la patria que a usted lo espera siempre con los brazos abiertos.