Con su voz tranquila y afectuosa, Abuelito Antonio nos invitaba de vez en cuando a sentarnos con toda tranquilidad a platicar. Eso del cafecito era sólo un pretexto para dialogar con calma, lo mismo con nosotros, sus nietos, que con sus hijos.
Y luego le decía, ya en tono mandón pero no grosero, a la compañera de su vida:
Anastasia, sírvenos un cafecito.
Mama “Tacha” algo mascullaba entre dientes pero muy pronto estaban las tazas de café, de té o simplemente de agua fresca frente a nosotros.
Y muchas veces abuelito, que era un hombre apacible, tranquilo, lleno de sabiduría y comprensión, muy trabajador por cierto, hacía una pausa para platicar de diferentes temas. Decía que en la vida era muy bueno trabajar mucho para no tener apuros, pero que de vez en cuando, sin abusar de ello, era conveniente sentarse a dialogar con los seres queridos y con los amigos, “medio componer el mundo” eran sus palabras, y seguir adelante.
Tenía también sus ratos muy particulares, cuando se encerraba en el oratorio a orar, o cuando repasaba sus cuadernos de notas, tarareando o solfeando alguna melodía, porque también, aparte de comerciante era músico por afición y formaba parte de la banda municipal ejecutando varios instrumentos.
Decía que pudo haber sido sacerdote porque era muy católico, pero desde joven se inclinó por el comercio y la política, habiendo sido presidente municipal en dos períodos diferentes.
Un día encontramos unos volantes, donde él, como alcalde, pedía la cooperación de los habitantes para construir la presa, atrás del Cerro de la Mesa.
Muy temprano llegamos a esta casa editora y siempre quisimos practicar algunas enseñanzas que nos dejó abuelito, y la que mejor nos salió fue la de trabajar fuerte para progresar, pero irnos a tomar un café para “medio componer el mundo” no lo hicimos. Aquí oíamos de las tertulias en el Apolo Palacio y el ambiente agradable que ahí vivían los tertulianos.
Desde hace poco, nos hemos dado tiempo para robarle cinco minutos al diario trajín para sentarnos con los seres queridos y los amigos a disfrutar de un poco de paz y tranquilidad, y para escuchar a los que desean comentarnos algo.
Nunca olvidaremos aquellas invitaciones de abuelito, cuando nos decía: ¿Un cafecito?
Usted, amable lector, de vez en cuando, sin abusar, regálese unos minutos para tomarse un té o un cafecito con sus seres queridos o sus amigos. Eso da paz, calma los nervios y fortifica el espíritu si se está con gente agradable, que uno estima o quiere.