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DE LA VIDA MISMA

Miguel A. Ruelas

Dos mundos.

Ambos muy diferentes.

Uno, el de nuestra niñez, el otro, el de la edad adulta.

Quizá usted mismo también los haya tenido.

En el de la niñez, todo estaba lleno de ilusiones, de sueños de fantasías.

En el de la adulta, todo era sólo realidad, cruda y real.

Y ese mundo lo dividimos un día que abandonamos el solar natal.

Ahí, justo ahí terminaba la infancia para trasladarnos a una ciudad donde la realidad se mostró desde el primer día, mientras que cada anoche añorábamos lo que quedaba atrás.

Pasaron años y un día regresamos a nuestro pueblo, las cosas eran diferentes, las medidas y las proporciones habían cambiado, las situaciones también.

¿Cómo fue el primer mundo?

El lugar donde vivíamos era en si como un pequeño universo, incluso trasladarnos al poblado cercano era una odisea. No había autobuses y el viaje lo hacíamos a pie, llevando comestibles y botellas de agua. Entre los árboles encontrábamos a los pajareros, que tendían sus trampas y nos pedían silencio para no espantar las aves.

Más adelante el campesino nos detenía para ofrecernos sus gorditas las que intercambiaba por dulces y noticias.

Las casas eran enormes, se perdía uno en ellas. Las gentes todas amables.

Y los días de campo se repetían hasta dos o tres veces por semana, cuando era una alegría ir al barrio de España a comer tunas o a cortar garambullos en el Cerro de la Mesa.

Y un día, buscando aprender más dejamos todo atrás. A los pocos días de llegar a la ciudad, aquél cristal color de rosa con el que nuestros ojos veían el mundo, fue quitado abruptamente y conocimos lo que era trabajar para comer, vestir y estudiar.

Pronto nos tocó entrar al mundo de los adultos donde las dimensiones fueron distintas, más cortas, más estrechas. Las oportunidades más escondidas.

En el mundo de los adultos la realidad era cruda, sin sazonar, pero en ella también aparecieron gentes buenas, generosas que no tuvieron reservas en tender su mano y su apoyo.

Hoy, si hay niños en la casa de usted, ayúdelos a disfrutar de ese universo de fantasías y de ilusiones. Déjelos terminar su infancia y no los haga entrar pronto y de sorpresa al otro mundo.

Usted mismo vuelva a ser niño, tome el balón y el carrito y juegue con los pequeños, tenga para ellos paciencia y mucho amor, y quizá encuentre algo de la paz y la tranquilidad que tanta falta nos hace hoy.

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