¿Y por qué no un peso para ayudar a los indígenas? ¿Por qué no un peso para apoyar a los desemplea-dos? ¿Por qué no un peso para favorecer a los niños de la calle? ¿Por qué no un peso para los campesinos, o para los migrantes, o para los pobres de la tercera edad? Vistas las cosas desde otro ángulo ¿por qué no un peso para apoyar a la industria del calzado, del plástico, del vidrio o de la bicicleta? Más: ¿por qué no un peso para impulsar la producción artística en el teatro, la poesía, la pintura, la música, la arquitectura o la artesanía popular? ¿Que no? ¿Entonces por qué un peso para apoyar la producción cinematográfica? Ese gravamen con tufo de ilegalidad es una aberración por donde se le mire, sobre todo por abajo. Volvemos otra vez al Estado proteccionista, y volvemos a los supuestos creadores que nada pueden crear si no chupan las tetas de las arcas públicas. En tiempos que quisiéramos olvidar el Gobierno se apropió de las salas cinematográficas y creó una cadena distribuidora de películas. Se daba por sentado que esas medidas iban a hacer del cine mexicano un orgullo nacional. No se produjo tal milagro, pues para hacer buen cine se necesita dinero, sí, pero además hay que tener talento. Como no lo había sufrimos aquella pavorosa retahíla de películas de golfas y ficheras, de narcos y contrabandistas, hechas por productores ambiciosos y directores zafios para un público de imbéciles. En México el séptimo arte pasó a ser el 953. Ahora, no cabe duda, el cine mexicano está teniendo un despertar. Filmes como "Y tu mamá también" o "El crimen del padre Amaro" son muestra de lo que se puede hacer cuando hay idea clara de lo que es el cine y sensibilidad e inteligencia para hacerlo bien. Pero la absurda obligación que se nos impone, de pagar un peso cada vez que vayamos al cine, provocará una rebatiña de dinero, abrirá nuevos espacios a la corrupción y engrosará los bolsillos de unos cuantos con las aportaciones de todos. Se dirá que un peso es poca cosa, pero más allá de la simple cuestión económica está la imposición de una medida -cuya juridicidad no está muy clara- que favorece a una rama de la creación artística e industrial sobre otras y que de ninguna manera garantiza una elevación en la calidad del cine mexicano... Pepito le dice a su abuelo: "-Abuelito: préstame tu reloj. Voy a hacerte una magia". No sin cierta vacilación el genitor le da al niño su reloj inglés, precioso, de bolsillo, salido del taller de Condliff. Toma Pepito el preciosísimo reloj y lo cubre con un pañuelo. Después trae un martillo y, ante la atónita mirada del abuelo, que no alcanzó a reaccionar, ¡paf paf paf! le da al reloj tres fuertes martillazos. (A ver, déjenme contar. ¡Paf paf paf! Sí, fueron tres). Luego procede a decir sobre el pañuelo unas palabras cabalísticas al tiempo que hacía con las manos movimientos de mago. Por último, ante la nerviosa mirada del señor, Pepito levanta el pañuelo. ¡Horror! El valiosísimo reloj estaba hecho trizas. De él no quedaba sino una confusa mezcolanza de pedazos de vidrio, engranes rotos y tuercas abolladas. "-¡Tiznada madre! -exclama Pepito con enojo-. ¡Me falló otra vez!"... Llegó un señor a una casa de mala nota. "-Aquí tiene usted 5 mil pesos -le dice a la madama entregándole esa cantidad-. Tráigame a la peor mujer que tenga en su establecimiento". "-Caballero -se asombra la callonca-. Por 5 mil pesos le puedo traer a la mejor". "-Señora -declara solemnemente el visitante-. Tengo dos meses fuera de mi casa. No estoy ganoso; estoy nostálgico"... FIN.