El alpinista subía una de las nevadas cumbres del Tibet cuando de pronto le salió al paso un antropoi-de peludo, de hirsuta cabellera, que profería gruñidos guturales y despedía de sí un tufo insoportable. "-¡Dios mío! -acierta a proferir el alpinista-. ¡Debe ser El Abominable Hombre de las Nieves!". "-¡Ay, sí! -responde con molestia la criatura-. 'Abominable'. ¿Y a poco tú eres Leonardo DiCaprio?"... Le pregunta la niñita a su progenitor: "-Papi: ¿mi abuelita te contaba cuentos?". "-No, hijita -responde él-. Pero tu mamá todas las noches me cuenta uno". "-¿Ah sí? -se interesa la pequeña-. ¿Cuál?". Contesta el señor: "-Ése de que le duele la cabeza"... Don Autumnio, senescente caballero, fue a visitar a la señorita Himenia Camafría, célibe madura. Terminada la honesta visita don Autumnio se dispuso a despedirse, pero en ese preciso instante comenzó a nevar copiosamente. "-Así no puede usted salir, señor Autumnio -le dice la señorita Himenia a su invitado-. Tendrá usted que pasar la noche aquí". El visitante se resistía a aceptar. Estaban de por medio, dijo, el decoro y honor de su gentilísima anfitriona. ¿Qué pensarían los vecinos? "-¡Los vecinos me valen!" -exclamó la señorita Himenia. La energía de la frase, y la manera tan popular de manifestarla, no dejaron de llamar la atención de don Autumnio, y más la prisa que se dio la señorita Himenia en prepararle el lecho en la recámara de huéspedes. "-Si necesita algo durante la noche, amigo mío -dijo la señorita Himenia con un mohín de quinceañera-, no vacile en llamarme. Nada me gustaría tanto que satisfacer el menor de sus deseos". El visitante tosió, nervioso, y dio las buenas noches con caballeresca cortesanía. A eso de las 3 de la mañana don Autumnio dormía profundamente. De pronto sintió que lo movían. Abrió los ojos y vio junto a su lecho a la señorita Himenia. Llevaba un provocativo camisón de franela color de rosa y unas pantuflas más incitantes aún, de peluche morado con una borla verde. Le pregunta la señorita Himenia con insinuante voz: "-¿Me llamó usted, querido?"... El marido andaba de viaje. Llama por teléfono a su esposa y le dice: "-No sé cuándo llegaré". "-¡Ah no! -protesta ella con enojo-. Dime el día y la hora exacta. ¡No quiero que me vayas a agarrar en curva!"... Le dice la muchacha a su cortejador: "-Te invito a mi casa el sábado en la noche. Estoy segura de que mis papás te van a caer muy bien: no estarán"... "-¡¿Otro vestido?! -rebufa el marido hecho una furia dirigiéndose a su esposa-. ¡¿Cómo crees que voy a pagarlo?!". "-Mira -responde calmosa ella-. Soy tu mujer, no tu asesora financiera"... Decía don Frustracio, el esposo de doña Frigidia: "-No me gustan las películas porno. Odio ver a un tipo que en 10 minutos tiene más sexo del que yo he tenido en toda mi vida"..."-No puedo -decía a Libidiano Dulcilí-. Soy señorita". Precisamente -replica el salaz tipo-. Yo soy señor"... La muchacha de tacón dorado invita al transeúnte. "-¿Vamos, guapo?". El tipo le preguntó el monto de su arancel, tarifa, emolumentos, honorarios, compensación, cuota, retribución, coste, devengo o estipendio. Ella se lo dijo. "-¡¿Tanto?! -se asombra el tipo-. ¡Oye, a como están las cosas, por esa cantidad yo mismo me dejaría!"... Caperucita Roja iba por el bosque a visitar a su abuelita. De atrás de un árbol salta el Lobo Feroz. Mostrando garras y colmillos le dice a la pequeña: "-¡Te voy a comer!". "-¡Comer, comer! -exclama Caperucita con fastidio-. ¡Cambia el tiempo, cambia el mundo, cambian las costumbres sexuales, y a nadie se le ocurre cambiarle ni una letra al desgraciado cuentecito!"... FIN.