El voto de México en relación con la guerra de Bush no debe ser un voto fincado en el interés sino en la ética. Habrá quien piense que los principios salen caros, pero al final de cuentas siempre es mayor el precio que se paga por allanarse a conveniencias temporales que el de actuar con dignidad y en términos de trascendencia. En los años sesentas eran tildados de traidores aquellos que en Estados Unidos se oponían a la guerra de Vietnam. Ahora se les juzga representantes de la conciencia nacional -como Thoreau y Emerson los fueron en su tiempo-, de una conciencia cuya voz, de haber sido escuchada, habría evitado a la nación mucha vergüenza y mucho sufrimiento. Conforme a su conciencia, entonces, y no conforme a la política o a la economía, deberá dar México su voto en este asunto. Si no se prueba cabalmente que el régimen de Iraq constituye una amenaza a la seguridad del mundo, el voto mexicano ha de ser contrario a la guerra. En esa dirección se muestra ahora la opinión del pueblo norteamericano. Vociferen los militares yanquis sus himnos de patriotería; pronuncien sus discursos los políticos, personeros de las grandes empresas que lucran con la muerte; bendigan las armas los hombres de religión que a sí mismos se dan el nombre de cristianos. México debe razonar su voto, y si no halla elementos suficientes para justificar un ataque norteamericano muestre entonces su oposición a esta guerra que tan poco fundada se presenta ahora. (NOTA: Si alguna otra nación aparte de la mía requiere orientación sobre este delicado asunto, favor de dejar un mensaje en la recepción de este periódico)... Dos amigos estaban jugando golf. Su juego, sin embargo, era estorbado por dos señoras que iban delante de ellos, y que jugaban con exasperante lentitud. Dice uno de los amigos: "-Déjame ir a pedirles que vayan más aprisa". A medio camino, sin embargo, se devuelve apresuradamente. "-¡Qué barbaridad! -comunica a su amigo con expresión de susto-. ¡Son mi esposa y mi amiguita! Ve tú a hablar con ellas". Se encamina el otro, pero igualmente se devuelve con premura. Dice a su compañero, consternado: "-¡Qué pequeño es el mundo!"... Estaba una elegante dama bebiendo su copa en cierto bar cuando de pronto el sujeto que estaba al lado le agarra sus encantos pectorales en súbito arrebato de pasión. "-¡Qué hace usted!" -prorrumpe con iracundia la señora. El sujeto rompe a llorar desconsoladamente. "-¡Perdóneme, se lo ruego! -clama lleno de aflicción-. ¡No sé lo que me pasa! ¡Soy víctima de un impulso que no puedo controlar! ¡Si viera usted la pena que me causa este grave desorden de mi personalidad! ¡Llevo esta desdicha conmigo como una maldición! ¡Cada vez que hago esto siento una vergüenza que me dura varias semanas! ¡El remordimiento me agobia de tal modo que me quita el sueño! ¡Perdóneme, por favor!". La señora se conmueve al ver la sincera compunción del tribulado. Le dice: "-Conozco a un siquiatra que con seguridad podrá ayudarlo". "-¡Dígame por favor su nombre y su teléfono! -impetra el infeliz-. ¡Necesito ayuda profesional para ya no sufrir esta vergüenza!". La señora le da los datos y el individuo se despide con repetidas expresiones de disculpa. Un mes después estaba la señora en el mismo bar. Llega el mismo sujeto y sin decir agua va le agarra de nuevo la región galáctica. "-¡Otra vez! -profiere la señora-. ¿No fue usted a ver al siquiatra que le recomendé?". "-Sí fui" -responde el tipo con cachaza. Dice la señora: "-Pues no parece haber funcionado el tratamiento". "-Sí que funcionó -responde el tipo-. Ahora ya no me da vergüenza"... FIN.