Así como hay una gramática parda, que es el arte de aplicar el sentido común para ir sin tropezar por los variados senderos de la vida, así también hay una sabiduría parda que ayuda a comprender las causas de la conducta humana. Ese saber de pueblo nos enseña que muchas veces aquél que grita: "¡Al ladrón, al ladrón!" es el ladrón. Cambiando lo que haya que cambiar, tal es el caso de Eduardo Fernández, ex presidente de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores. Con una espada de Dámocles pendiente sobre su cabeza -las actuaciones judiciales derivadas de las denuncias en su contra por presuntas irregularida-des cometida en el desempeño de aquel cargo-, este señor acudió a un programa radiofónico y lanzó una acusación estrepitosa contra el Presidente Fox, a quien imputa ser autor de un "operativo de Estado" para proteger a los Amigos de Fox, señalados como posibles autores de violaciones a la legislación electoral. No goza de mucha credibilidad el ex banquero, artífice principal del Fobaproa, esa maquinación que lesionó tan gravemente el interés de México y de los mexicanos. Sin embargo al señor se le debe tratar conforme a derecho, independientemente del escándalo que quiso suscitar con sus ruidosas manifestaciones. En este caso, como en todos, debe aplicarse estrictamente la ley, sin injerencia alguna de ese pernicioso elemento que todo lo contamina cuando interviene en la administración de justicia: la política. Igualmente, si el ex banquero presenta a su vez alguna denuncia en los términos de sus declaraciones a los medios, esa denuncia deberá seguir el curso procesal que corresponda, sin que tampoco la política tenga en eso ninguna intervención. Siga la ley su curso, y la política acalle su discurso. (Frase pendiente de registro)... Ovonio Grandbolier fue con el médico. Después de examinarlo éste le dice: "-Hay dos noticias, señor Grandbolier: una mala y una buena. Tiene usted lesionada la columna. Jamás podrá volver a trabajar". Pregunta Ovonio: "-¿Y cuál es la mala noticia, doctor?"... Solicia Sinpitier, madura señorita soltera, se angustió al ver a su perro -un pequinés de 14 años- tendido sobre la alfombra sin movimiento alguno. Lo tomó en los brazos y llena de ansiedad lo llevó con el veterinario. "-Lo siento mucho, señorita Sinpitier-, dice el facultativo-. Su perrito ha muerto". "-¡Ampárame, Mano Poderosa! -clama con desesperación Solicia, que en cosa de interjecciones tendía a lo devocional-. ¡No puede ser! ¡Hágale algún examen especial al perrito, por favor, para determinar si ha muerto o vive!". El médico trae un gato. El minino da tres vueltas en torno del exánime cuerpo del caniche, lo olisquea, y luego se pone a miar junto a él. (Nadie se alarme. "Miar" significa maullar, lo mismo que miagar, miañar y mayar). Al ver que su perrito no da señal de vida, la señorita se resigna. "-Ha muerto, ciertamente -suspira con tristeza-. Si tuviera un soplo aún de vida habría saltado de inmediato, pues tan pronto sentía la presencia de un gato latía furiosamente y se lanzaba a perseguirlo. No cabe duda: el Pilinguín ha muerto". (Porque es de saberse que el animalito se llamaba Pilinguín). A los pocos días la señorita Sinpitier recibe en su casa la cuenta del doctor: mil 300 pesos. "-¿Por qué tanto?" -le pregunta por teléfono. "-300 de mi consulta -responde el veterinario-, y mil de la asesoría del gato"... La novia le dice al novio: "-De luna de miel me llevas a un manicomio". "-¿A un manicomio? -se asombra el galán-. ¿Por qué?". Explica la muchacha: "-Para follar como locos"... FIN.
