Espero que no se me tome por uno de los infames individuos que tendrán que beber una sopa de su propio chocolate, pero creo que las declaraciones que hizo Vicente Fox en Tapachula deben ser estudiadas por un analista. No político, sino de esos que usan diván. Manifestó el Presidente, palabras más, palabras menos (o, más bien, palabras más, palabras más): "... Todos aquellos que quisieran ver caer a la pareja presidencial, todos aquellos que están esperando a ver cuándo se tropiezan, van a beber una sopa de su propio chocolate, porque estamos trabajando para México y para los mexicanos...". Desde luego no hay que dramatizar. Las declaraciones de Fox son bastante olvidables. Él mismo es quien primero las olvida. Siempre improvisa, tanto en las palabras como en las acciones, y eso es muy peligroso. Algún asesor del Presidente debería recomendarle que leyera todas sus declaraciones, aun exponiéndolo a los riesgos que aguardan a quien lee sin tener la costumbre de leer. Sin embargo el tono de amenaza contenido en aquellas palabras no es para tomarse a la ligera. Nunca desde los tiempos de Díaz Ordaz había yo vuelto a sentir esa inquietud del escritor que se pregunta si lo que escribe no le provocará alguna consecuencia. Y es que una pareja como "la pareja presidencial" no está en aptitud de distinguir entre un detractor y un crítico, y puede atribuir aviesas intenciones a lo que no es sino el cumplimiento de un deber, deber que se ha cumplido señalando igualmente los aciertos. Desacertadas por demás fueron las palabras del Presidente Fox. El pueblo mexicano, que eligió a un Presidente, tiene ahora frente a sí la inédita figura de una pareja presidencial cuyas dos partes se presentan con igual valor y calidad. De Fernando e Isabel, los Reyes Católicos, se decía: "Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando". Es decir, los dos valen lo mismo. La expresión de Fox, "pareja presidencial", proyecta la imagen de una pareja en la que tanto monta, monta tanto, Marta como Vicente. La especie cobra fuerza por la ubicuidad de la primera dama, por el carácter tan público de su fundación privada y por el poder que ejerce sobre funcionarios que deberían atender sólo al Presidente y que ahora parecen estar sujetos a un doble patronazgo. La amenazante defensa que hace Fox de sí mismo y de la otra mitad de "la pareja presidencial" es, pues, motivo de preocupación. Pero más preocupan las expresiones con que el guanajuatense remató su dicho. Tras condenar a los medios de comunicación que sólo ven "las malas cosas" añadió: "... Quizá por eso soy tan feliz de salir de la Ciudad de México...". Caray, de veras: que venga un analista. Esas palabras del Presidente revelan -para usar una frase de canción- ansiedad, angustia y desesperación. Traslucen un estado de ánimo turbado, deprimido, y hasta un cierto asomo de manía persecutoria, pues la verdad es que nadie, ni aun los más enconados críticos o adversarios políticos de Fox, quisieran verlo caer, pues bien saben que eso redundaría en gravísimo problema para México. Serénese el Presidente; vea él también "el lado" lleno del vaso, y ya no se exponga tanto a las eventualidades de la improvisación, que lo llevan a decir las cosas sin pensarlas en vez de pensar las cosas antes de decirlas. Si Fox no mantiene la serenidad va a necesitar, en verdad, un analista. Por lo que se refiere a la señora Marta su caso es menos preocupante. Requiere sólo de un médico general que le recete una pequeña dosis de Dramamine, remedio eficaz contra el mareo. Supongo que servirá también contra el mareo que el poder suele provocar... FIN.