Ahora que Resortes estuvo en Los Pinos –lugar donde puso un poco de seriedad- el Presidente Fox volvió a insistir en esa expresión, "la pareja presidencial", que ya se ha vuelto cantinela en él, pues otras veces después la ha repetido. Se me ocurre pensar que la tal frase es una argucia inventada por los asesores del Presidente para atraer a los críticos igual que los patos son atraídos hacia los cazadores por medio de esos patos de madera que en inglés se llaman decoy, palabra que significa señuelo, cebo o añagaza. En efecto, por criticar la sobra de palabras de Fox nos estamos olvidando de criticar su falta de hechos. Navegamos por la superficie del profuso anecdotario y la copiosa fraseología foxista -y sahagunista- en vez de señalar las fallas y omisiones de Fox en su gestión presidencial. Lo pintoresco llama mucho la atención, más que lo oscuro, y a lo mejor Fox está prodigando dicharachos por el mismo motivo por el cual prodigan desplantes los toreros que no están toreando bien: para encubrir su falta de temple y buen oficio. Ya no nos preguntamos qué hará Fox para resolver tal o cual problema, o para sacar adelante esta o aquella iniciativa importante para la Nación. Nos preguntamos cuál será su siguiente frase, su próximo exabrupto. Al paso que vamos -y al paso que va la pareja presidencial- dentro de poco los comentadores de política tendremos que ceder nuestro sitio a los cronistas de espectáculos... Don Poseidón, ranchero acomodado, tenía un hijo adolescente. Cierto día le dice el muchacho: "-Ahorita vengo, padre. Voy a ver a mi chava". "-¡Ah qué m’hijo! –exclama con orgullo el vejancón al tiempo que se atusaba el hirsuto bigote kaiserino-. ¿Conque ya tiene novia?". "-No, padre -aclara el mozalbete bajando los ojos, ruboroso-. Se llama Salvador"... El pordiosero se acerca a la robusta dama. "-Señora -le cuenta gemebundo-. ¡Tengo tres días sin comer!". "-¡Caray, buen hombre! -replica la rolliza matrona con tono admirativo-. ¡Quién tuviera su fuerza de voluntad!"... Aquel pobre muchacho no podía tener novia, pues ninguna muchacha de las que llevaba a su casa le agradaba a su mamá, y él quería darle gusto. Por fin conoció a una chica que en todo se parecía a la madre del muchacho: tenía con la señora una notable semejanza física, hablaba como ella, usaba sus mismos ademanes, hasta pensaba igual. "-¿Y la aprobó tu madre?" -le pregunta alguien al muchacho. "-Sí -responde él-. Pero tuve que terminar mi relación con ella. Mi papá la odió a primera vista"... Dulcimére, la menor hija de doña Holofernes, sentía ascos por las mañanas, y mareos. La llevó su mamá con el doctor de la familia, y éste dictaminó que la muchacha estaba embarazada. “-¡Imposible! –se indigna doña Holofernes-. ¡Mi hija es toda virtud, toda recato, toda pudor y honestidad! ¡Es usted un medicucho ignorante!”. La llevó con un ginecólogo, y el especialista rindió el mismo dictamen: Dulcimére se hallaba enferma de gustos pasados. “-Se equivoca usted, señor mío –vuelve a negar doña Holofernes, ofendida-. Mi niña es un espejo de pureza”. La llevó luego al hospital de una ciudad grande. El diagnóstico fue confirmado por todo el cuerpo médico del nosocomio: Dulcimére estaba embarazada. “-Vamos a Houston, hija mía –le dice la señora a la muchacha-. Ahí te examinará el mejor doctor”. La llevó con un célebre facultativo famoso por sus infalibles diagnósticos. “-Su hija estar embarazada” –dictaminó el galeno. “-¡Oh! –se consterna doña Holofernes, ya sin tener lugar para la duda-. Pero pudo haber quedado embarazada en un baño público, ¿verdad, doctor? o en una alberca”. “-Pudo ser en baño, o pudo ser en alberca, sí –replica el médico-. Pero siempre follando”... FIN.
