Dos matrimonios que vivían en un suburbio de lujo se reunieron cierta noche en la casa de una de las parejas. Al terminar la cena hubo abundantes libaciones. Luego de un rato de baile y de una conversación llena de sugerencias determinaron cambiar de pareja, todos de común acuerdo. Así lo hicieron. Las dos parejas recién formadas se retiraron a sendas alcobas de la casa. Después de un rato de pasional acción uno de los maridos se vuelve a su flamante pareja y le dice: "-Me pregunto cómo les estará yendo a las muchachas"... Un hombre bebía con tristeza su copa en la cantina. El tabernero, compasivo como todos los de su oficio, le preguntó la causa de su desazón. Relata el individuo: "-Todo lo tenía en la vida: dinero, una bonita casa, una mujer hermosa... De pronto, un día, ¡zas! se apareció mi esposa"... Llegó lord Feebledick de la cacería de la zorra y encontró a su mujer, lady Loosebloomers en trance de carnalidad y de fornicio con Wellh Ung, el mayordomo filipino. "-¿Qué significa esto?" -pregunta Feebledick en paroxismo de ira. Responde la pecatriz, calmosa: "-Adúltera sí soy, siquiatra no"... Dos manchas negras hay en la República. Una está en Chiapas, en los territorios donde han sentado sus reales los llamados zapatistas. (¡Pensar que todavía hay badulaques, civiles y religiosos, ocupados en justificar a esos pillos que se llaman guerrilleros y son sólo holgazanes y ladrones!). La otra mancha está en Atenco, Estado de México. Ahí campea sin ningún estorbo una caterva de individuos violentos cuya más reciente hazaña fue el robo de urnas en la elección local. En un país que trabajosamente va ganando los espacios de la democracia, esas dos bandas de malos mexicanos -los de Chiapas y los de Atenco- fincan su acción en la violencia e imponen por la fuerza sus dictados. Eso sucede porque hay autoridades cobardonas que no aplican la ley. Así pueden medrar esos violentos individuos; así pueden robar lo mismo urnas electorales, como en Atenco, que propiedades de gente laboriosa, como en Chiapas. No cabe duda: la lenidad es causa de la impunidad, y por lo tanto de la inseguridad. (Frase pendiente de registro)... Era Pitoncio un hombre proclive a toda suerte de salacidades y concupiscencias. Hizo un viaje al Lejano Oriente -¡qué insensatez, habiendo uno Cercano!- y ahí se entrepiernó con daifas de higiene más que sospechosa, pues no tenían ninguna. A los pocos días de haber tornado a su país el tal Pitoncio notó con sobresalto que su parte viril se había coloreado en tonos que un heraldista llamaría de sinople y gules, o sea verde y rojo vivo. Fue a ver a un médico. El facultativo no halló al principio la causa de aquel extraño y pintoresco mal, pero determinó la naturaleza del problema después de consultar la voluminosa "Patología de las Enfermedades Orientales, con un apéndice sobre la Historia del Rugby en Pakistán" por Quack, Raghead y Creep. "-Tiene usted -dijo al paciente- el funesto y pernicioso síndrome tartario. Tendremos que amputarle la consabida parte". "-¡Voto a bríos! -clamó el sujeto, que había leído a Salgari en tiempos de la adolescencia-. ¡Eso no puede ser! Buscaré una segunda opinión". Investigó Pitoncio con afán, y en Internet halló la dirección de un médico especializado en síndrome tartario. "-Doctor -le dijo mostrándole su raro technicolor-. Un médico me dice que me tiene que amputar esta parte". Después de breve examen dictamina el especialista: "-Mi distinguido colega se equivoca.". "-¿No habrá que amputar, doctor?" -exclama ansioso y esperanzado el individuo. "-No -confirma el galeno-. En unos cuantos días se le caerá sola"... FIN.