Jamás habrá de cesar la estupidez humana. Quiero decir que siempre ha habido guerras y siempre las habrá. Las guerras se hacen con la ambición de los malos y la debilidad de los buenos. Muy pocos tienen la plácida sabiduría de aquel soldado inglés que, enviado a combatir contra los irlandeses, dijo de pronto: "No more bloody wars for me", y así diciendo arrojó lo más lejos que pudo su fusil y fue a sentarse bajo un manzano florecido. La guerra, quizá la forma peor que asume la violencia humana -ninguna otra forma de violencia hay más que la humana-, es un mentís a quien va a ella diciéndose cristiano. Por eso tiene carácter de profética la enérgica requisitoria de Juan Pablo II, quien emplazó a Bush, sin mencionarlo, ante los tribunales de Dios, la Historia y la conciencia. En nada de eso pensará el texano cuando desate los perros de la guerra y ordene los ataques contra Iraq. Por eso fue acertado el voto de México -voto es la expresión pública o secreta de una preferencia ante una opción- cuando por voz del Presidente Fox reprobó la conducta unilateral de su homólogo norteamericano y su desdén por el derecho de gentes. Por eso mismo no anduvimos muy afortunados en las gestiones que hizo el Canciller Derbez para exhortar a Hussein a cumplir el ultimátum que le puso Bush. ¿Por qué apoyar esa torpe conminación hecha contra toda razón y toda norma por el prepotente norteamericano? ¿Con qué derecho emplaza Bush al dirigente de una nación cualquiera a ir al destierro? Hussein es un tirano, ciertamente, es un odioso déspota, pero lo mismo es Fidel Castro, por no citar más que un ejemplo. ¿También va a pedirle Bush que salga de Cuba hacia el exilio? El ultimátum a Hussein es otra acción de fuerza por parte del gobierno norteamericano, y mal hizo nuestro Canciller en pedir la intercesión de otros países a fin de conseguir que prosperara la demanda del estadounidense. Sólo razones de humanidad, y el pensamiento de las desdichas que sufrirá el pueblo iraquí, pueden justificar esa desacertada acción, que en alguna forma autorizó la pretensión de Bush. Sin embargo tal equivocación -si así puede juzgarse- es nada ante la prestancia que el gobierno de México mostró ante el conflicto. Más allá de ramplones orgullos nacionalistas el pronunciamiento del Presidente Fox cumplió no sólo las exigencias de la ética, sino del derecho internacional. Y tal pronunciamiento fue hecho con decoro, sin alardes, y dando oídos a la opinión general del pueblo mexicano. Aprovechar cualquiera coyuntura para guardar silencio habría sido tácita aquiescencia a la política de Bush, cuando no medroso disimulo ante una guerra de agresión que no se justifica. Nos toca ahora esperar, cuando el conflicto estalle, que dure poco el enfrentamiento entre estos dos magnates demenciales, que esta nueva locura de los hombres cese pronto, y que sus consecuencias no se abatan sobre muchos. Los victimarios habrán de sufrir tanto como las víctimas, pues del dolor de la guerra nadie escapa. Habrá muertes de niños, los más inocentes entre los inocentes, y los guerreros no podrán luego disfrutar de sus hijos y nietos, pues ellos dieron muerte a los hijos y nietos de otros hombres. La violencia acrecerá su territorio, el miedo llegará a todas partes, y aunque George Bush consiga la victoria -que la conseguirá- ningún norteamericano podrá ir tranquilo por el mundo, pues lo estará acechando la venganza. El mundo es ahora más pequeño, y no por la fuerza del amor, sino del odio. En esta guerra, como en todas, la humanidad queda derrotada