Un buen día Dios Nuestro Señor dijo a San Pedro: "-Oye, Simón: mucho tiempo hace que no paseo la mirada por la Tierra, por el mundo de los hombres. Trae el anteojo largavistas y muéstrame lo que sucede allá". El celestial portero fue por el telescopio, lo fijó, y tras enfocarlo convenientemente el Señor se asomó a él. Lo que vio lo preocupó sobremanera. Vio a los campesinos de todo el mundo doblando la espalda en el fatigoso trabajo de la tierra. Unos, plantaban arroz en los fangales de la China; otros sudaban arando para sembrar maíz; unos más, de rodillas en el suelo, plantaban tubérculos variados. Todos sufrían agobios y penalidades. "-¿Qué es eso? -preguntó condolido el Señor-. ¿Por qué se fatigan tanto aquellos pobres?". "-Señor -le respondió con cierta vacilación San Pedro-. Fue orden tuya. Tu dijiste que el hombre debe ganar el pan con el sudor de la frente". "-¡Caramba! -exclamó el Señor lleno de turbación-. ¡Pero cuando dije eso estaba disgustado! Fue uno de esos momentos en que dice Uno las cosas sin pensar. ¡Realmente no estaba hablando en serio!". Largo rato calló, contristado por lo que había visto. Después dijo a San Pedro: "-A ver, muéstrame alguna otra cosa". Movió San Pedro el telescopio hacia otro punto, y se asomó el Señor. Ahora vio mineros que penetraban a las entrañas de la tierra y que perdían la salud y la vida en aquellos durísimos trabajos. "-¿Y éstos? -volvió a preguntar Dios-. ¿Por qué sufren así?". "Por lo mismo, Señor, le replicó San Pedro-. Es efecto de aquella orden tuya: "Ganarás el pan con el sudor de tu frente". "-¡Pero ya te lo dije! -repitió mortificado Dios -. ¡No estaba hablando en serio". Movió de nueva cuenta San Pedro el telescopio, y entonces vio el Señor a toda la multitud de hombres que trabajan sobre la faz del mundo, unos en las fábricas o el taller; otros surcando las olas embravecidas del océano; aquéllos en la ciudad; en la montaña otros. "-¡Cómo trabajan esos pobres! -se conmovió el Señor-. ¡Cómo se angustian y acongojan! ¡Qué fatigas las suyas; qué dolores!". "-Fue tu orden Señor" -volvió a decir San Pedro-. "-¡Pero, de veras! -repitió Nuestro Señor sinceramente acongojado-. ¡No estaba hablando en serio!". Se asomó otra vez al telescopio. Y entonces vio una muchedumbre de malos clérigos: gordos predicadores, pulidos cardenales, rozagantes abades, obesos canónigos rotundos, curas de misa y olla, pastores bien cebados, chantres crasos, rabinos regalones, porculentos popes, bonzos vestidos de seda y oro, lamas cubiertos de iridiscente pedrería, muslimes que reventaban de panzudos, ociosos dignatarios de mil y mil sectas, religiones, creencias y denominaciones. Ninguno trabajaba, se regalaban todos con goces de ocio y de pereza, eran igual que inmóvil liquen que chupa la savia de los árboles. sorprendido por aquello que veía, tan diferente de lo que antes había visto, preguntó el Señor a San Pedro: "-Y éstos, ¿Por qué no trabajan?". "-No lo sé Señor -le respondió San Pedro-. Probablemente son los que ya se dieron cuenta de que no estabas hablando en serio"... FIN.