El padre Arsilio acertó a pasar por la plaza del pueblo en horas muy avanzadas de la noche. Entre los arbustos oyó jadeos, apasionados murmurios, deliquios suspirantes, ayes de voluptuosidad. Detúvose, fue a ver, y he aquí que sobre la grama estaban en pleno trance de concupiscencia Afrodisio, hombre dado a toda suerte de salacidades, y Pirulina, muchacha generosa que a nadie negaba lo que de Natura gratuitamente recibió. "-Hijos míos -les dice consternado el padre Arsilio-, los exhorto a evitar estos actos de fornicación''. Sin dejar de hacer lo que hacía le contesta Afrodisio: "-Quizá los siguientes los podamos evitar, señor cura. Pero en lo relativo a éste tendrá que perdonarnos. Ya va muy avanzado''... El joven y guapo conferencista hablaba ante un público formado exclusivamente por mujeres. El tema versaba sobre las características de los dos sexos. "-Entre el hombre y la mujer -decía el apuesto disertante- hay una enorme diferencia''. Y gritan a coro las señoras: "-¡A verla, a verla!''... Y ahora, mucho cuidado. Sigue un chascarrillo cuyo relato exige el uso de un vocablo poco empleado en textos como éste, con vocación de trascendencia. Sin embargo quien haya leído a los grandes astros del firmamento literario en lengua castellana: Cervantes, Quevedo, Lope o Alarcón, sabrá que esa palabra es muy castiza. Su empleo, por tanto, es permisible. Va, pues, el cuento con todo y el voquible... En la mesa del café un músico estudiaba la partitura de cierta complicada obra atonal. Tan concentrado estaba en el estudio que al sentir ganas de ir al pipisrúm llevó la partitura consigo y la siguió leyendo mientras hacía lo que había ido a hacer. El tipo que estaba al lado ve aquello y le pregunta muy intrigado: "-Perdone la indiscreción, señor. ¿No sabe usted mear lírico?''... Le pregunta Pepito a su mamá: "-¿Es cierto, mami, que estamos en este mundo para servir al prójimo?”. "-Sí, hijito -responde la señora sonriendo con ternura-. Para eso estamos''. Pregunta entonces Pepito: "-Y el caón prójimo ¿pa' qué shingaos está?''... Aun antes de desatar su guerra criminal contra Iraq el primer genocida del tercer milenio, Bush, ya estaba convocando a las grandes corporacio-nes norteamericanas a fin de repartir entre ellas los contratos para la reconstrucción del país que iba a destruir. ¡Cuánto daño ha causado el texano a su nación! Todo sentido de la decencia se perdió tanto en el Gobierno como en el Congreso de Estados Unidos, y no digamos ya en su ejército. Sólo se salva la nación del Norte por sus disidentes, que otra vez –como en los tiempos del conflicto con Vietnam- levantaron su voz para condenar ese gran crimen que es toda guerra de agresión. Ojalá pase pronto este régimen de Bush y vuelvan a brillar en el país de Washington y Lincoln, de Emerson y Thoreau, de Franklin D. Roosevelt y Martin Luther King, los grandes principios y valores que hicieron de Estados Unidos la tierra de la justicia y de la libertad... Celiberia Sinvarón, madura señorita soltera, estaba dormida, y tenía un sueño. En el sueño vio que de pronto se abría la puerta de su recámara y entraba un hombre joven, alto, robusto y guapo. "-¡Cielos! -exclama en su sueño Celiberia dirigiéndose al muchacho-. ¿Qué me va usted a hacer? ¿Me va a robar? ¿Me va a violar? ¿Me va a matar?''. En ese momento, y todavía soñando, la señorita Celiberia escuchó su propia voz que le decía: "-¡Pos tú escoge, indeja! ¡Es tu sueño!''... FIN.
