En medio del acto del amor el marido de doña Frigidia se levantó del lecho, tomó una flor del búcaro que estaba sobre el tocador y la puso en el pecho de su esposa. "-¿Por qué haces eso?'' -le pregunta asombrada la mujer. "-¡Santo Dios! -exclama el tipo con simulado asombro-. ¡Perdóname! ¡Pensé que estabas muerta!''... (Supe de otra pareja en la cual había también poco interés amatorio por parte de la esposa. Su marido le pidió que los ejercicios abdominales que hacía por las mañanas los efectuara en el momento del amor. Así matarían dos pájaros de un tiro: ella haría su gimnasia y él imaginaría que su mujer estaba participando en el amoroso trance)... Babalucas fue con un amigo a ver una película porno realizada en Francia. Cuando empieza la escena de mayor erotismo, la más tórrida, Babalucas se inclina sobre su amigo y le dice: "-Los franceses no saben de estas cosas. A las mujeres se les besa en los labios''... Don Feblicio iba a ser operado. Le iban a extraer el apéndice. Su esposa le pregunta al cirujano: "-Disculpe la pregunta, doctor: después de la operación ¿podrá mi marido hacer el amor?''. El médico sonríe: "-Desde luego que sí, señora. Claro que podrá hacerlo''. "-¡Ay, qué bueno, doctor -se alegra la señora-, porque hace más de 5 años que no puede!''... Rosilita le pregunta a su mamá: "-Mami: ¿qué quiere decir la palabra `hipnotismo'?''. Responde la señora: "-El hipnotismo, hijita, consiste en hacer que un hombre caiga en tu poder de modo que pierda completamente su voluntad y te obedezca en todo''. El papá de la niña, que oyó aquello, comenta con hosquedad: "-Eso no es hipnotismo. Es matrimonio''... Viene ahora un relato folclórico seguido de una solemne reflexión tendiente a orientar a la República... Don Eglogio, maduro hombre del campo, llegó a los 100 años de edad en plenitud de facultades y de fuerzas. Comía bien, veía bien, caminaba bien. Un joven le pide la receta: "-Don Eglogio: déme usted el secreto de la salud y la longevidad. ¿Qué debo hacer para llegar a los 100 años en el estado de salud que llegó usted?''. Don Eglogio responde con voz grave y solemne: "-Evita la combinación de madera y hierro''. "-¿Brujería?'' -se inquieta el joven. "-No, -responde el viejo socarrón-. Trabajo. Madera y hierro juntos son un talache, un azadón, un hacha.... Sácales la vuelta''... A ese relato, extraído del rico anecdotario de la haraganería, sigue un profundo pensamiento: la riqueza de una nación sólo puede fincarse en el trabajo de sus habitantes. Durante muchos años el paternalismo del Estado mexicano atentó contra el trabajo: hizo de obreros y campesinos una especie de menores de edad a los que había que proteger aun en contra del interés nacional. Así se creó -sobre todo en el campo- una clase de mexicanos que todo lo esperaban del Gobierno y que muy poco o nada hacían para labrarse un porvenir cimentado en el trabajo diario. Resultado: ahora esos mexicanos deben salir de México a buscar lo que su propia patria no les puede dar. Triste paradoja: por no haber trabajado lo suyo ahora tienen que trabajar lo ajeno. A la prima Celia Rima, gran versificadora repentista, se debe la moraleja que da remate y cima a las ideas antes enunciadas, modestas ideas que no tienen más propósito que el de orientar –ya lo dije- a la República y labrar el nuevo perfil de la nación. Dice así esa moraleja: "Nunca esperes de la suerte / ni dinero ni ventura. / Trabaja, niño, si quieres / ser dueño de una fortuna''... FIN.