Aquel norteamericano que vivía en México no hablaba muy bien el castellano. Un día le preguntó a la esposa de cierto hombre con quien tenía trato: "-Perdone, señora: ¿usted ser argentina?”. "-No, -responde ella muy extrañada-. ¿Por qué piensa que soy argentina?”. Explica el otro: "-Porque su marido, cada vez que referirse a usted, decir: ‘-La che vieja”‘... La señorita Himenia Camafría hizo un viaje de turismo a África. El grupo visitaba una reserva natural cuando de entre los matorrales de la selva salió súbitamente un descomunal gorila. La enorme bestia tomó entre sus membrudos brazos a la señorita Himenia, se la llevó a lo profundo del monte y la hizo objeto de sus instintos más básicos y elementales (con esto no quiero decir que se la comió). Al cabo de varios días un grupo de rescate halló a la señorita Himenia. Dos semanas estuvo en el hospital sometida a una cura de reposo, y luego regresó a casa. Meses después fue a verla en su casa el organizador del viaje. Halló a la señorita Himenia llorando desconsoladamente. "-No se aflija -le dice condolido el visitante-. El tiempo la ayudará a olvidar este episodio terrible de su vida. Ya no llore”. "-¡Cómo no quiere que llore! -responde entre gemidos la señorita Himenia-. ¡En todo este tiempo el gorila no me ha llamado!”... (Ni un fax o un e-mail le había puesto el caón primate)... Aquel matrimonio peligraba. El consejero matrimonial le dijo a la señora que recibiera bien a su marido aunque llegara a su casa en horas de la madrugada. Como de costumbre aquel día el tipo llegó a su domicilio cuando Febo (o sea el Sol) asomaba ya por los balcones del Oriente sus luminosas pompas. La esposa, siguiendo la recomendación del asesor, le dijo al hombre con voz melificada: "-¡Qué bueno que ya llegaste, viejo! ¿Te fue bien?”. "-Sí” -responde el tipo con hosco laconismo. Pregunta la señora: "-¿Quieres que te dé algo, mi vida?”. "-¿Como qué?” -inquiere el tipo. "-Bueno -contesta ella con insinuante y tierna voz-. Puedo darte sexo... Puedo darte de almorzar...”. "-Dame de almorzar -demanda sin vacilar el individuo-. De sexo ya vengo hasta aquí”... Se encontraron dos amigas, Madana y Cebosina. Ésta se veía flaca como una buena intención, y eso que había sido más gorda que una tinaja. Madana, en cambio, lucía sus buenos 100 kilos repartidos por toda su profusa humanidad. Le cuenta Cebosina: "-Me divorcié de Capronio. Me ponía la mano encima; me tenía sin comer... Tanto me maltrataba que en tres meses de casada rebajé 36 kilos”. "-¡Yo me caso con él! -prorrumpe Madana ansiosamente-. ¡Cualquier cosa con tal de rebajar!”... Dulcilí, muchacha ingenua y cándida, le contó a su mamá lo que le había pasado. "-¿Recuerdas, mami, que me dijiste que si mi novio Libidiano me pedía aquellito le dijera que yo no soy de ésas?”. "-Sí, lo recuerdo” -contesta inquieta la señora-. "-Pues anoche me lo pidió -prosigue Dulcilí-. ¡Y ya soy de ésas!”... Aquel hombre era mitad francés y mitad pigmeo. Pudo ser un extraordinario chef, pues cocinaba maravillosa-mente, pero nunca hizo carrera: no alcanzaba la estufa... En el desayuno le dice el marido a la señora: "-¿Oíste la tempestad anoche? Los truenos retumbaban; parecía que se iba a caer la casa". "-¿Y por qué no me despertaste? -reclama ella enojada-. Tú sabes bien que no puedo dormir cuando hay tormenta"... Lord Feebledick llamó a su valet filipino y le dijo con gran severidad: "-Wellh Ung: apostaría cualquier cosa a que usted y mi mujer se entienden.”. "-Milord -responde solemnemente el hombre-. Puedo ser cualquier cosa: un flojo, un pleitista, un bebedor empedernido... Pero una cosa no soy: apostador”... FIN.
